LA HABANA, Cuba. – En abril de 1953, cuando la pintora mexicana Frida Kahlo tenía 46 años y se encontraba apartada del mundo artístico por su estado de salud, la Galería de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México inauguró la primera exposición de su obra, donde concurrieron cientos de sus viejos amigos y admiradores, que la vieron llegar sobre una camilla, vestida con su acostumbrado traje regional.
Junto a sus cuadros habían instalado una cama adornada con fotografías de su esposo, Diego Rivera, el gran muralista, y de sus héroes políticos, Malenkov, Stalin y Trotsky, mientras todos los allí presentes le cantaban canciones mexicanas y ella sonreía a duras penas, agradecida, con sus bellos ojos que ya resplandecían en un rostro marchito. Meses después, el 13 de julio de 1954, murió.
Dicen los que la conocieron que reía a carcajadas, que sus palabras brotaban con vehemencia, gestos graciosos y chillidos de emoción.
Un amigo recuerda que cuando los niños la veían por las calles de Nueva York, vistiendo sus trajes regionales de colores muy llamativos, solían seguirla, preguntándole dónde estaba el circo.
Qué decir entonces cuando, convertida en la tercera esposa de Diego Rivera, un hombre panzudo y extravagante, examante de la actriz María Félix, se le veía con Frida, pequeña y tan parecida a un personaje de García Márquez.
Frida tuvo de amantes a varias mujeres célebres como Tina Modotti, en otro momento pareja del comunista cubano José Antonio Mella, y a Dolores del Río y Paulette Goddard, así, como al anarquista ruso León Trotsky y grandes amigos que la visitaban con frecuencia en la casona de Rivera.
En 1925, con 18 años, cuando salía de la escuela para su casa, el autobús donde viajaba chocó con un tranvía y una barra de metal le fracturó la espina dorsal. A partir de ese momento y hasta el día de su muerte, Frida vivió con un gran dolor en todo su cuerpo, a consecuencia de numerosas lesiones y cirugías.
Pintaba sangrando, llorando, destrozada. Sus obras de arte son de una franqueza fuera de lo común, llenas de humor y fantasía. Se trata de cuadros de pequeño formato en los que usó pinceles muy finos y limpios, con delicados toques de color.
En 1978, en la ciudad de San Francisco, California, se le rindió un gran homenaje para celebrar el Día de los Muertos, una de las festividades más importantes de México. Frida fue una “Ofelia mexicana” atormentada por la muerte, aunque desafiante. Una de las artistas estadounidenses que participó de su homenaje, dijo: “Las pinturas de Frida no manifiestan lástima de sí misma, sino una gran fuerza”.
Más tarde, en 1982, los cuadros de la artista mexicana y las fotografías de Tina Modotti llegaron a la galería Whitechapel, en Londres. La exposición fue dedicada a ambas artistas como homenaje a sus vidas y a sus obras de arte.
Sobre Frida, el propio Rivera decía que pintaba mejor que él y repetía, emocionado, las palabras de Picasso: “Ni Derain, ni tú, ni yo somos capaces de pintar una cabeza como las de Frida Kahlo”. Tanto la amó Diego Rivera.
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