GUANTÁNAMO, Cuba.- Cuando se habla del discurso que pronunció Fidel Castro ante un grupo de intelectuales en la Biblioteca Nacional José Martí el 30 de junio de 1961, conocido como “Palabras a los intelectuales”, inevitablemente vienen a la mente numerosos casos de censura a obras y creadores vinculados al mundo de la cultura. Pero no ha sido solamente en ese ámbito donde ésta se ha practicado.
En un encuentro que sostuve recientemente con varios intelectuales habaneros, entre los que estaba un psicólogo, este se refirió a un insólito caso de censura del que poco o nada se sabe, a pesar de haber ocurrido en 1995 y de su indudable costo económico.
El psicólogo, que entonces trabajaba en el CENESEX (Centro Nacional para la Educación Sexual), contó que en el número 3 de la revista Sexología y Sociedad, correspondiente a diciembre de 1995, primer año de la publicación que editaba dicho centro, fue publicado un artículo titulado “Freud en La Habana”, del conocido profesor Manuel Calviño, el cual fue extraído de la revista y quemado.
Después la revista fue reenviada a la imprenta para que se imprimiera otro artículo y se colocara justamente el lugar que antes había ocupado el texto del distinguido profesor. Cuando fue autorizada a circular, el nuevo artículo apareció en la página 20 con el título “Proyecto adolescencia hoy”, de la Licenciada Élcida Álvarez Carril. Pero se cometió un error.
La historia es tan rocambolesca que cuando el psicólogo terminó de contarla le dije que si no lo veía no lo creía.
Entonces me propuso ir hasta su casa, cercana al lugar donde estábamos. Allí me mostró con un evidente tufillo de triunfo dos revistas que, por sus portadas eran la misma, pero según los artículos publicados en la página 20 de cada una, diferentes.
Interesado en la historia leí íntegramente el artículo del profesor para tratar de entender el motivo de la censura. Así supe que éste parte del supuesto de lo que habría ocurrido si el viaje que Freud hizo entre agosto y septiembre de 1909 a los EE.UU, acompañado de sus colegas y discípulos Sandor Ferenczi y Carl Jung, a bordo del trasatlántico alemán “George Washington”, hubiera sido en 1995 y antes de llegar a su destino los ilustres viajeros hubieran hecho una escala de 24 horas en La Habana.
Calviño refiere que, de haber ocurrido eso, Freud habría comprobado en las calles de la capital el erotismo de la mujer cubana, expuesto en su forma de caminar y de vestirse, asegurando que ese cuerpo “ha sido moldeado por una cultura que valoriza las zonas erógenas tanto o más que las pensantes, que concede a la geografía física un lenguaje superior al de las palabras”.
Igualmente escribió que al autor de la teoría del psicoanálisis lo habría desconcertado la casi total ausencia de represión en el comportamiento sexual del cubano, un ser que vive abiertamente su sexualidad. Más adelante afirmó: “La homofobia del cubano es casi tan famosa como su fogosidad y su machismo. Lo estamos superando, se escucha decir una y otra vez. Y es cierto. Pero aún está ahí, y con no poca salud”.
Luego de escribir sobre el erotismo de los bailes cubanos el profesor se explayó en este análisis de singular agudeza: “En la sexualidad del cubano de hoy hay bastante de aquella obsesión, que no responde a represiones actuales, sino históricas, a represiones que dejaron sus marcas en ese sexualizarlo todo. Es como no perder ni una oportunidad en el baile, en el chiste, en la simple conversación entre amigos, hasta en el discurso político-simbólico (no olvidar que durante los primeros años de la Revolución al máximo líder del país le decían popularmente El Caballo, que además de ser el número uno de la charada –juego de azar que era tremendamente popular en Cuba– es la viva imagen de la virilidad, del dominio y del apetito sexual, El Machazo. El mismo Freud identificó con un caballo la imagen pulsional instintiva de la fuerza y energía libidinal del Ello”.
Según el psicólogo, aunque no ha trascendido el nombre de quien le llevó la revista a Vilma Espín, se supone que fue su hija Mariela Castro Espín, entonces miembro del Consejo de Redacción de la revista y hoy directora del CENESEX.
Vilma consideró políticamente incorrecto el artículo y fue –según el declarante– quien dio la orden de que se procediera de la forma antes relatada.
Sólo la revista que él posee y otras pocas sustraídas por sendos colegas del lugar quedaron como pruebas contundentes de la censura, me dijo. Y añadió, refiriéndose al número censurado: “Esta revista vale mucho”.
Me permitió fotografiar las revistas no sin antes decirme admonitoriamente: “Fotografía todo lo que quieras pero a mí no me menciones”. Luego, con una sonrisa pícara me preguntó: “¿Te diste cuenta del error?”, recordando lo que me había contado abrí nuevamente la revista que fue autorizada a circular y comprobé que en el sumario se citaba como publicado en la página 20 el artículo de Calviño. Ese dislate quedó como una prueba más de esta censura desconocida.