LA HABANA, Cuba. — Hablar de una Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Nutricional en un país sitiado por la escasez, el desabastecimiento y el hambre es un insulto a su población, otra maniobra del régimen para salvar su responsabilidad en la persistente anemia que padecen cientos de niños en toda la nación.
Convertir en Ley el carácter cínico, manipulador y discriminatorio de un plan diseñado para Cuba por el advenedizo Frei Betto —asesor del régimen en la puesta en marcha de la nueva farsa revolucionaria— no es más que una burla macabra a las carencias alimenticias del cubano de a pie.
La Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Nutricional —copia fiel del plan diseñado por Betto— “se sustenta en el derecho de la población a una alimentación sana y adecuada, pues contempla una dieta balanceada, inocua, nutritiva y sostenible”.
Ante tamaño cinismo y manipulación de la realidad, pregunto a los gestores de la Ley: ¿De cuál derecho de la población se puede hablar en un país donde los ciudadanos que no posean monedas convertibles quedan excluidos de los mercados que tienen algo que ofrecer? ¿Cuán sana y adecuada es la alimentación a la que tienen derecho por la Canasta Básica Familiar? ¿Consideran balanceada las onzas de frijoles negros y café, o las siete libras de arroz y tres de azúcar que reciben cada mes por la libreta de abastecimiento? ¿O piensan los bien alimentados funcionarios que presentaron la Ley de marras en la Mesa Redonda que con esos productos y el paquete de pastas o de granos enviados como donación o limosna solidaria internacional desde Aruba, China o Curazao es más que suficiente para alimentar y nutrir a los cubanos?
No pueden ser más cínicos y ofensivos quienes valoran de inocuos y nutritivos los kilómetros de tripas, las jutías congas, avestruces y gallinas decrépitas ofrecidas por altos funcionarios como alternativas alimentarias para los nativos de abajo.
O quizás estoy equivocado, y estos obesos patanes se refieran y apuesten por los criterios de Frei Betto —asiduo comensal en los pantagruélicos banquetes de comida tradicional cubana que organiza en lujosos hoteles de la capital Lis Cuesta—, quien no incluye en sus consejos nutricionales ninguno de los platos que consume en el Gran Hotel Packard o en los saraos Comité Central.
Hechizado por el catecismo castrista y devoto de los Salmos verde olivos legados por Fidel a sus fieles, el fraile dominico asegura que en Cuba no existe el hambre, sino que los cubanos comen demasiado y no tienen tienen la más mínima cultura nutricional.
De acuerdo con los consejos nutricionales de Betto, los cubanos deben consumir pan de harina de coco y de maíz, además de freír las cáscaras de las papas, del melón y la yuca, que por sus valores nutritivos son dignos de un aborigen de la amazonia brasileña, de un cerdo o de un guajiro cubano de la Sierra del Cristal.
Si las alabanzas de un funcionario cubano a ese engendro de ley resultan insultantes, las hechas por un fraile brasileño con pretensiones de hacer consumir como cerdos a millones de cubanos de San Antonio a Maisí constituyen, sin dudas, una aberración
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