LA HABANA, Cuba.- El II Foro de Cooperación China- Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) que acaba de celebrarse en Chile transcurrió en medio de una etapa de recuperación para la mayoría de las economías de nuestra región.
En efecto, después de dos años de comportamiento negativo en su Producto Interno Bruto (PIB), América Latina y el Caribe —como promedio— experimentó un crecimiento en el 2017, el cual se estima aún mayor para el actual 2018.
Entre las causas de semejante bonanza habría que incluir el aumento de los precios de las materias primas o commodities que Latinoamérica exporta a las naciones industrializadas o grandes productoras de manufacturas, entre las cuales ya hay que considerar a China. El Gigante Asiático es el segundo socio comercial de la región —detrás de Estados Unidos—, y el principal destino de las exportaciones de varios países latinoamericanos.
La Declaración de Santiago, emitida al finalizar el cónclave, en su acápite 2.8 aboga por un intercambio comercial no discriminatorio, transparente, abierto e inclusivo entre China y los miembros de la Celac, y que además se base en las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En otras palabras, se aspira a un libre comercio, ajeno a las prácticas proteccionistas. Así lo reconoció también el canciller de Chile, Heraldo Muñoz, según dio a conocer la propia prensa oficialista cubana (“Cancilleres de la Celac acuerdan con China plan de tres años”, periódico Juventud Rebelde, edición del 23 de enero).
Lo anterior implica que China abre su mercado para recibir a los principales rubros exportables de nuestra región con preferencias arancelarias, mientras que cada miembro de la Celac haría lo mismo con las manufacturas provenientes de la nación asiática.
Y es en este punto donde se produce el desencuentro de los gobernantes cubanos con el espíritu que reinó en este II foro de Cooperación China-Celac. Porque aunque nunca el castrismo ha reconocido explícitamente que practica la protección, su cacareada estrategia de sustitución de importaciones es, sin dudas, una política proteccionista.
Aquí cabría la siguiente interrogante: ¿qué temor podrían experimentar los gobernantes de la isla ante un tratado de libre comercio con China? Con independencia de otras razones, un tratado semejante pondría al descubierto el estado calamitoso de la economía cubana. La mayoría de las empresas cubanas, aún con una incipiente inversión extranjera, serían incapaces de resistir el empuje de las mercaderías chinas, mientras que la isla apenas podría disfrutar de las ventajas que Beijing otorgaría a las exportaciones cubanas.
A los chinos no les importarían mucho las exportaciones de servicios —médicos, maestros o entrenadores deportivos— que Cuba envía a otras naciones. Y en lo concerniente a los bienes, o rubros tradicionales de exportación —azúcar, níquel, tabaco, cítricos—, las deficiencias cubanas son manifiestas.
Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en la caída ininterrumpida de las exportaciones de bienes cubanos a China durante el sexenio 2011-2016. De acuerdo con cifras emitidas por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en el 2011 las ventas de Cuba a China ascendieron a 778 millones de pesos; en el 2012 fueron de 459 millones; en el 2013 bajaron a 344 millones; en el 2014 cayeron a 302 millones; en el 2015 disminuyeron a 268 millones; y ya en el 2016 tocaron fondo con solo 257 millones.
Ante ese panorama, la delegación cubana que asistió a este II Foro de Cooperación, encabezada por el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, como decimos en buen cubano, “se fue por la tangente”. Al no poder hablar acerca de las bondades de un comercio sin restricciones con Beijing, el señor Parrilla ocupó su tiempo diciendo que Cuba había sido el primer país latinoamericano que estableció relaciones diplomáticas con China.