LA HABANA, CUBA. – El libro La victoria estratégica, de Fidel Castro, narra su “guerra de escaramuzas”. Se compone de 858 páginas, con una buena cantidad de fotos personales, imágenes de los armamentos usados y mensajes enviados o recibidos por Fidel. Todo por el valor de 30 pesos cubanos, equivalentes a poco más de un dólar. Sin embargo, el libro no se ha vuelto a ver en las librerías cubanas.
En su “Introducción”, Fidel comienza diciendo que dudó sobre el nombre que le pondría a dicho libro, ya que le parecía “un cuento de Las mil y una noches” que narra la hazaña de 300 hombres que en solo 24 meses derrotaran a un ejército moderno, integrado por 100.000 soldados bien armados.
Se puede apreciar a través de las páginas de su libro cómo Fidel presumía de estratega, particularmente al detallar las cuatro escaramuzas realizadas: la del Jigüe, la de Vegas de Jibacoa, la de Jobal y la de Las Mercedes, batallas de poca importancia y conocidas como “muerde y huye”, en las que se mantuvo apertrechado con su fusil de mirilla telescópica disparando desde lejos.
Fidel cuenta que, siendo adolescente, después de leer las aventuras bélicas de Alejandro Magno, le pidió a su padre que le cambiara el nombre de Hipólito por el de Alejandro, el célebre héroe de Macedonia, ya que “él también era muy aficionado a las armas”.
Además, agrega que en una ocasión, al salir de vacaciones de la prestigiosa Escuela La Salle, sus padres recibieron una mala noticia: el director se reunió con ellos para comunicarles muy seriamente que “sus tres hijos, Fidel, Raúl y Ramón, eran los tres bandidos más grandes que habían pasado por dicha escuela”.
El joven Fidel Alejandro nunca olvidó la acusación que sobrevino después de abofetear a un maestro, “porque tenía derecho a defenderse, aun siendo un niño”.
Ya adulto, explica las circunstancias que lo llevaron a acciones bélicas: “Aunque no nací político, no éramos independientes ni estábamos desarrollados como país, por tanto teníamos derecho a luchar”.
El periodista francés Serge Raffy se interesó en Fidel y descubrió su cara oculta. Se entrevistó con aquellos que amaban al dictador y defendían su tiranía y también con quienes sufrieron su régimen y lo querían muerto. Raffy supo que Fidel llegó a hipnotizar durante muchos años a todos aquellos que eran de izquierda y llegó a la conclusión de que representaba una mezcla de Don Juan, Don Quijote y Torquemada, con algo de Stalin: “agresivo, tiránico, maniaco, soplón y mequetrefe”.
Muy distinto a Fulgencio Batista, el dictador anterior, quien dio un golpe de estado sin derramamiento de sangre y sin hallar oposición ―ni siquiera se inmutó el Estado Mayor―. Batista no pilló a nadie por sorpresa, ni provocó reacción alguna entre los partidos políticos. Incluso el partido comunista guardó silencio.
En cambio, con la llegada de Fidel a La Habana, a través de un régimen de facto, tan ilegal como el golpe de Batista, la violencia nunca desapareció. Se fusilaron más de 5.000 presos políticos, otros 10.000 permanecieron en las cárceles durante décadas, e incluso hasta los cubanos que solo poseían una bodega o un timbiriche se quedaron en la calle. Castro se apropió del país y la violencia continúa hasta el día de hoy sobre los que se sublevan ante medidas draconianas que van contra los bolsillos del pueblo, como los altos precios de los alimentos, las tiendas para la compra en dólares, o ante las detenciones y juicios arbitrarios de disidentes u opositores.
Hoy, después de más de medio siglo de dictadura, desde la absurda inmortalidad de una roca, se exige continuidad histórica, porque la Revolución sigue perteneciendo a Fidel muerto, aunque los vivos quieran libertad.
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