MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 -En América Latina el exilio político ha sido una constante desde la época de las guerras de independencia y ha adquirió una significativa relevancia a partir de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Son muy contados los países latinoamericanos que no registren un considerable segmento de sus ciudadanos acogidos a la figura del exilio, sobre todo en aquellas naciones sometidas a regímenes opresores, o convulsionadas por las acciones terroristas de las guerrillas.
Desde el 1 de enero de 1959 miles de cubanos, en diferentes circunstancias, debieron abandonar su país. El primer grupo lo integraron representantes del depuesto régimen del general Fulgencio Batista, seguido de familias afectadas por las confiscaciones de sus propiedades y una considerable cantidad de profesionales marcados por la frustración y la inseguridad ante un futuro sombrío.
Posteriormente diversos movimientos migratorios, particularmente hacia Estados Unidos, elevaron la cifra de exiliados cubanos. Aunque no existe una estadística precisa sobre la cantidad de cubanos que han abandonado la Isla en las últimas cinco décadas, la información ofrecida por diferentes instituciones y estudiosos de este tema sitúa en poco más de 2 millones el número de exiliados, es decir más del diez por ciento de la población.
Las persecuciones por motivos políticos y religiosos, los fusilamientos y otras variantes de la represión y el extremismo ideológico determinaron que a partir de 1970 el exilio cubano creciera considerablemente, estimulado no solo por razones económicas. Ya no se trataba de personas a quienes les arrebataron una propiedad o le imputaron una complicidad política con el pasado. Aquella impresionante masa de exiliados la formaban amas de casa, desempleados, obreros, altas figuras del régimen con discrepancias ideológicas o – digámoslo más claramente – por la pérdida de algunos privilegios.
El exilio se asume de diferentes formas, dependiendo de una extensa variedad de factores sicológicos, sociales, personales y familiares. La experiencia individual determina la actitud del exiliado. El exilio cubano puede verse desde diferentes perspectivas, sobre todo desde la posibilidad del regreso. Y ese regreso, también, es interpretado a partir de diversos puntos de vista.
Muchos cubanos han vivido su exilio sin deshacer las maletas y cuando se les pregunta cuándo esperan regresar afirman que no se vuelve al lugar de donde uno nunca se ha ido. Son los exiliados que jamás dejan de creer en que “a lo mejor para el año que viene…”, sin preocuparse para nada de los ofensivos permisos de entrada e incluso de su status migratorio. Son cubanos de corazón, llevan la Patria en cada átomo de su alma y en cada fragmento de su conciencia. Se integraron al país que los acogió sin perder su identidad. Soportaron las incomprensiones de sus compatriotas y hasta la pérdida de un ser querido. El pasaporte lo llevan impreso en la piel.
¿Qué sentido moral tendría pedir un permiso para entrar en su país donde se consideraría, posiblemente por primera vez, un extranjero?
Hemos observado con bastante frecuencia, sobre todo en los últimos cinco años, como ha aumentado la cantidad de cubanos que viajan a la Isla por un sinnúmero de motivos, yendo desde los estrictamente familiares hasta los religiosos, profesionales, culturales y otros menos honestos y decorosos.
Personalmente no censuro al exiliado que regresa. Se trata de una cuestión de conciencia, de una impostergable necesidad de comunicarse con su familia, de mitigar el dolor provocado por el tiempo y la distancia, algo justificadamente humano y razonable. Si la familia se quedó en Cuba, el exiliado vive con la angustia de sus limitaciones materiales y la persistente necesidad de ayudarla.
Pero de igual forma admiro al exiliado que refuerza sus sentimientos personales, familiares y patrióticos desde otro razonamiento, comprometido con otros valores. Ese exiliado conserva en su memoria el recuerdo de su infancia, su adolescencia, su juventud, su primer amor, sus primeros fracasos, su barrio, su escuela, la dulce presencia de sus padres. Y conserva, al mismo tiempo, la terrible realidad que lo impulsó al destierro y lo convirtió en un exiliado político. Ese exiliado, a medida que pasa el tiempo, comprende con más claridad el significado de “sin Patria pero sin amo” lo cual le permite mantener una actitud crítica y de rechazo hacia aquel sistema que abandonó para no ser un esclavo.
El concepto de emigrante económico no se ajusta a los cubanos. Aunque para algunos el exilio haya sido una oportunidad de desarrollo, de dominar otro idioma, de crear indivisibles lazos afectivos y alcanzar incuestionables éxitos económicos y reconocimiento social, siempre serán las víctimas de un sistema que los forzó a demostrar su talento en tierra ajena.
El emigrante económico puede proceder, incluso, de un país gobernado por una democracia y regresar a éste libremente, sin los traumas que sufren los cubanos. La emigración económica puede ser temporal. El exilio político alcanza, muchas veces, la eternidad.
Regresar a Cuba será un desafío a través del cual se puedan rescatar raíces e historias personales. Pero ese desafío deberá asumirse con dignidad y sin abandonar la posibilidad de insertarse en un inacabado proyecto de reconstrucción ética y material en un contexto de completa libertad.