LA HABANA, Cuba.- Acaba de darse a conocer que la Fundación Fernando Ortiz, que dirige el novelista Miguel Barnet, concedió el Premio Internacional Fernando Ortiz al poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, presidente de Casa de las Américas.
Según el también presidente de la oficialista Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), “este galardón se le entrega Retamar por los aportes ensayísticos al pensamiento antihegemónico y anticolonialista implícito en su obra Caliban”.
Habría que señalar, en primer término, que cuando Retamar escribió ese ensayo en 1971 no lo tituló Caliban, sino Calibán, con la fuerza de la pronunciación en la última sílaba. La obra pretendió ser un hito en la toma de conciencia de la identidad latinoamericana, tal vez con el objetivo de desviar la atención de las críticas internacionales que por esos días recibía el castrismo debido al encarcelamiento del poeta Heberto Padilla.
El señor Barnet miente cuando califica de “antihegemónico” al ensayo de Retamar. Parece que no recuerda, o no le conviene hacerlo ahora, lo expresado por Retamar en las páginas finales del ensayo: “El imprescindible orgullo de haber heredado lo mejor de la historia latinoamericana, de pelear al frente de una vasta familia de doscientos millones de hermanos, no puede hacernos olvidar que formamos parte de otra gran familia aún mayor, de una vanguardia planetaria: la de los países socialistas que ya van apareciendo en todos los continentes”.
Es decir que, en el fondo, Retamar aspiraba a que la lucha de los pueblos latinoamericanos por su desarrollo sintonizara con el accionar de la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental. Un camino ya iniciado por el castrismo, que se intensificaría unos años después con la institucionalización del país al estilo soviético. Retamar antepone los valores latinoamericanos frente al avance de Occidente, pero se hace de la vista gorda ante los peligros que traían consigo las intenciones hegemónicas del Kremlin.
Y si alguien pudo dudar de lo anterior, veintidós años después, en 1993, el propio autor se encargó de confirmarlo. En esa fecha Retamar escribió el texto “Adiós a Calibán”, con vistas a “poder respirar en paz y pasar a otras tareas”. Ante cualquier observador imparcial surgía la siguiente interrogante: ¿el hecho de que hubiese desaparecido la Unión Soviética, y la doctrina marxista-leninista cayera en el mayor descrédito, significaba que el “combativo” Retamar no tuviera ya ningún mensaje que ofrecerles a los pueblos de América Latina?
Años más tarde, con la recomposición de cierta izquierda latinoamericana, sobre todo a raíz del avance chavista en Venezuela, el presidente de Casa de las Américas parece arrepentirse de haber despedido a Calibán. Comprende que su mensaje revolucionario podría renovar la vigencia. Entonces se le ocurre una solución salomónica: retoma su personaje favorito, pero ahora transformado en Caliban.
Por supuesto, Retamar cuenta con una explicación oficial para justificar la metamorfosis: el vocablo agudo (Calibán) procede de la lengua francesa, y después, por contagio, así se empleó en el español. O sea, se trató de una imposición primermundista a los pueblos del tercer mundo. Además, el vocablo Caliban se asemeja más a caníbal, que guardaría relación con el espíritu de Shakespeare al emplearla en su obra La Tempestad.
Sin embargo, no faltan los que opinan que la actitud camaleónica de Retamar determinó que el cambio fuese más de contenido que de forma. Se deshizo del Calibán apegado a la hoz y el martillo, y abrazó al Caliban del socialismo del siglo XXI.
Ahora solo resta esperar que la Casa de las Américas instaure un premio especial, y se lo otorgue a Miguel Barnet en reconocimiento a su obra poética y novelística. Haría válido aquello de que “el Diablo los cría, y la cultura castrista los junta”.