ESTADOS UNIDOS.- Me habría gustado empezar con una cita de Martí por el estilo de ésta en la que el héroe nacional cubano declara que “ser radical es ir a la raíz”, es decir, “no irse por las ramas” de la conveniencia y el oportunismo de cualquier índole que se trate; llamar a las cosas por su nombre y sacar las conclusiones oportunas, pero enfrentado al fin y al cabo a la temática de siempre, no tengo sino que decir lo obvio: la presunta noticia apesta como un cadáver.
Hace unos años escribí en este mismo medio refiriéndome a las quejas del entonces corresponsal del diario español “El País”, Mauricio Vincent, acreditado en La Habana, a quien por entonces se negaba el estatus que hasta poco antes había disfrutado, por causa, presuntamente, de algún reportaje “demasiado crítico” con sus anfitriones. Toca ahora el turno al uruguayo Fernando Ravsberg, según reporta el Periódico Cubano. Para que comprueben que se trata de lo mismo, bastaría colocar el nombre de Ravsberg donde antes aparecía el del peninsular. Ambos son —han sido— “periodistas orgánicos”, parafraseando la jerga gramsciana, es decir, “uña y carne” del régimen. El aparato les concedió privilegios a los que ningún cubano de a pie puede aspirar, incluidos los periodistas oficiales del montón, a cambio de domesticar las opiniones que pudieran suscitar en los lectores extranjeros las noticias de Cuba, y de distorsionar, edulcorándolas, las que atrajeran la atención de los reporteros. A los archivos me remito.
De esta simbiosis tan apañada, el mayor beneficiario, naturalmente, resultaba el régimen, a quien ambos periodistas (como muchos otros) lavaban el rostro de cara a la galería. Ahora el señor Fernando Ravsberg se queja de haber sido convertido por las autoridades cubanas en “el primer inmigrante en suelo cubano”, al despojársele aparentemente de sus credenciales como corresponsal extranjero. Una gran injusticia, aparentemente, de la que Ravsberg se resarce autoconcediéndose a manera de retribución, ese improbable galardón: “primer inmigrante en suelo cubano”. Habría que conceder al corresponsal sudamericano una gran dote de histrionismo.
El panorama cubano ofrece mucha tela por donde cortar, pero él aspira a convertirse en noticia, gracias en parte, al acceso a las llamadas “redes sociales” de que disfruta todavía, gracias a su privilegiada situación anterior. Debería recordar que la mayor aspiración de los niños cubanos durante mucho tiempo, según la sorna popular cubana, ha sido, precisamente llegar a “ser extranjeros” cuando se hicieran adultos. Todavía podrá el señor Ravsberg repatriarse con viento fresco, a menos que a su familia cubana no le permitan acompañarlo, como por otra parte ha sucedido desde hace casi sesenta años a cualquier cubano o residente extranjero en Cuba, con lazos demasiado “comprometidos”. A lo mejor aspira el corresponsal a que sintamos lástima por él.
En todo caso, al apartar el foco de la noticia de su verdadero objetivo, para centrarlo en su persona, Ravsberg no hace sino continuar al servicio del régimen. A mí, francamente, me apena la suerte de los cubanos sin otra complicidad con el totalitarismo que los aplasta, que el haber nacido en suelo cubano, y hallarse literalmente inermes ante la fuerza bruta que los oprime y reprime cada día, con la colaboración y la complicidad de periodistas y otros muchos como el señor Ravsberg.