MIAMI, Estados Unidos.- En 1968, ya muertos Camilo y el Che Guevara ―protagonistas de la invasión que acarreara la derrota definitiva del gobierno de Batista―, se cerró el último negocito privado en la isla y quedó el terreno abonado para que en un futuro no lejano el “mariscal” Raúl Castro sovietizara las Fuerzas Armadas y, con ellas, a toda Cuba. Sin embargo, tras décadas de regocijo soviético ―y ya sin la competencia de Camilo y el Che― el autoascendido general de cuatro estrellas se vio de nuevo relegado a la sombra. El campo socialista se vino abajo y el subsidio soviético tocó su fin.
Las FAR se convirtieron en algo incosteable para la deprimida economía cubana. Y mientras Raúl ideaba estupideces agroalimentarias y enviaba reclutas a trabajar en el campo, el Ministerio del Interior, su ministro José Abrantes Fernández y el Departamento MC se convirtieron en los salvadores de la Revolución. Por aquellos años, un oficial en activo de las Tropas Especiales del MININT me dijo que el único que tenía autorización para entrar en Punto Cero y despertar a Fidel a la hora que fuera era el ministro Abrantes. “Ni siquiera Raúl”, me aclaró. Y ya que hablo de eso, un coronel (retirado) de la Inteligencia me contó al detalle en Cuba cómo y quién había ultimado a balazos (mientras dormía en Columbia) al Comandante Cristino Naranjo por estar éste convencido del asesinato de Camilo, haberlo manifestado en público y andar averiguando sobre el particular. Lo curioso es que yo no conocía al coronel. Él me vio en plena calle diciendo en voz alta que a Camilo lo habían asesinado y cuando se disipó un pequeño grupo de curiosos se me acercó, se identificó y me narró el suceso cerrando con broche de oro: “Si dices que yo te lo conté te voy a desmentir”. Ya en el exilio pude verificar íntegramente y con una fuente fidedigna su relato.
El Ministerio del Interior se había convertido en una moda entre los revolucionarios, sobre todo los jóvenes. Y el pertenecer al MININT, en un estilo de vida: dólares, buena bebida, comida, lugares de recreación y esparcimiento exclusivo para sus miembros (Mabi, La Hiedra, etc.), carros, armas (¡made in USA!) Toda La Habana sabía, o tal vez Cuba entera, que un teniente del MININT tenía más poder y recursos que un coronel de las FAR.
Fue entonces cuando el receloso, mediocre y disminuido hermano atacó de nuevo. Se inventó la Causa 1 para inculpar al más brillante, exitoso y probado general de las Fuerzas Armadas: el Héroe de la República de Cuba, General de división Arnaldo Ochoa Sánchez, jefe del Ejército Occidental (el más importante de los tres de las FAR) cuyos soldados, según se comentaba en La Habana, sentían verdadera devoción por su jefe.
Hasta ahora la versión más plausible sobre las causas del asesinato de Ochoa es su simpatía manifiesta por la Perestroika soviética, el reconocimiento explícito de la necesidad de cambios en Cuba y, no menos importante, el hecho que Mijaíl Gorbachov se hubiera reunido en privado con él (no con Fidel ni Raúl) y hubieran mantenido la conversación en idioma ruso, es decir, sin intermediarios. Para los Castro esto fue un verdadero ultraje y la confirmación de la razón de su paranoia.
En cuanto a la gente del MININT implicada en las Causas 1 y 2, hay que decir que Abrantes, hombre joven, sano, practicante de deportes y asiduo al gimnasio fallece ―según una práctica inventada por Lenin― producto de un infarto provocado justo a los dos años de encierro en prisión.
Creo recordar que fue por aquellos convulsos años que tuvo lugar el inaudito suceso de la muerte de otro de los ídolos de las anteriormente mencionadas Tropas Especiales del MININT. Esta unidad, la 20270 (Veinte-dos-Setenta, así lo leían los troperos), radicaba en Jaimanitas y estaba subordinada directamente al Comandante en jefe Fidel Castro. Uno de sus más legendarios miembros, un hombre-rana llamado Eladio, era el jefe de la escolta acuática de Fidel. Entre las anécdotas que rodeaban a este personaje estaba el haber enfrentado con un cuchillo a un tiburón que intentó atacar al jefe de la Revolución. Tras ordenarle a su segundo, Calimerio, que retirara del agua al Comandante, Eladio mató al tiburón, pero salió a flote con un brazo pendiendo de los tendones. Cuento esto por una sola razón: Eladio terminó sus días ingresado en Marín (la clínica psiquiátrica del MININT). Ellos (¿quiénes?) corrieron el rumor que el mítico buzo andaba diciendo que mataría al Comandante y lo encerraron por loco. Un guardia cuidaba de él las 24 horas en un cuarto de la clínica. Tras unos días de encierro Eladio se suicidó. La explicación que le dieron a los troperos fue que su valiente compañero se metió en el baño y se ahorcó con los cordones de los zapatos (tenis). Y uno se pregunta: a qué loco o prisionero se le dejan los cordones en los zapatos? Lo cierto es que de la Dirección General de Operaciones Especiales (DGOE), o, como se conocía más popularmente, Tropas, no queda ni el recuerdo, y en su lugar surgieron las Tropas Especiales de las FAR.
Raúl no solo desmanteló el MININT, sino que se apropió de su estilo de trabajo y de las estructuras y canales creados, cuyos orígenes estaban en el Departamento MC que dirigía el coronel Tony de La Guardia. Por la vía del saqueo del MININT Raúl hizo de las vetustas, sovietizadas e ineficientes FAR el emporio económico que es hoy. Si en el caso Ochoa el motivo era la traición, en el caso de la gente del MININT la acusación fundamental fue el narcotráfico. Sin embargo, Raúl y Fidel estaban al tanto de los detalles del asunto y se hicieron de la vista gorda por lo jugoso del negocio. Desde esta perspectiva se entiende por qué solo Abrantes podía interrumpir el sueño de Fidel en Punto Cero.
No poca gente dentro del MININT (particularmente, dentro de la Dirección General de Seguridad Personal) sabía que en el Centro de Investigación Médico Quirúrgicas (CIMEQ) se almacenaban toneladas de cocaína provenientes del narcotráfico. De ellas nunca se habló en los juicios a estos militares que habían ganado, para la Revolución que los sacrificó, las batallas decisivas en lo económico y en lo propiamente militar. Mientras los condenaban a prisión y muerte, Fidel y Raúl hacían planes con toda aquella cocaína cuidadosamente conservada.
Y qué decir de esos soldados y oficiales (¿cientos, miles?) que hoy languidecen en cárceles militares aislados de resto del mundo y, en algunos casos, de su propia familia? A veces pienso que en el ejército cubano tiene que haber algún potencial de cambio. Hay una relación de proporcionalidad inversa entre la inteligencia y el castrismo: los más brutos son los más fieles, porque son también los más adoctrinables. Esto es axiomático, aunque toda regla tiene su excepción.
Así es que, a modo de saldo y sin pretender agotar todas las barbaridades cometidas por los hermanos Castro, tenemos:
- Muerte y desaparición de los más destacados guerrilleros del Ejército Rebelde.
- Extinción, de un plumazo, de todo un ejército (el Ejército Rebelde) y anulación de su jefe, el comandante Camilo Cienfuegos, que quedó privado hasta de su escolta personal por orden de Raúl Castro.
- Desmantelamiento de todo un ministerio (el Ministerio del Interior) y apresamiento y muerte de su ministro.
- Ejecución de altos oficiales, entre ellos los más exitosos, incluyendo ―además de un ministro― a un jefe de ejército, primero condecorado con la orden de Héroe de la República de Cuba.
Para concluir este punto echemos un vistazo al más alto nivel, a fin de decantar el papel de los militares en el poder. Al Secretario de los Consejos de Estado y de Ministros (en teoría, un civil) es a quien le corresponde el cargo de Comandante en jefe. En tiempos de guerra se le subordina, incluso, la temible Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, usualmente al mando del hijo de Raúl Castro, quien no manda por coronel, sino por primogénito del hombre más poderoso de Cuba, cuya autoridad, como veremos en una tercera y última entrega, no proviene de sus cuatro estrellas.