LA HABANA, Cuba. – Ayer en la noche, concluida la retransmisión por el noticiero estelar de la “jornada electoral” celebrada en la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), mi vecino Joaquín (la persona menos política que conozco) salió a comprar pan y al verme, apuntando un dedo hacia su televisor, preguntó a media voz: ¿y eso qué coño fue?
Joaquín se negaba a creer que semejante teatrillo se hubiera preparado para dejar a la misma gente en sus respectivos cargos. De que Miguel Díaz-Canel sería reelegido, no le quedaba ninguna duda; pero que Esteban Lazo se mantuviera como presidente de la ANPP, le pareció una burla al pueblo cubano. “Por lo menos que pongan a alguien que sepa leer”, me comentó insultado, y no era para menos.
Lo sucedido ayer es la prueba definitiva de que Cuba no tiene arreglo y a la cúpula verde olivo ni siquiera le interesa acomodar un poco sus intereses de acuerdo al pensamiento lógico y la opinión pública. Como mismo hablan de renovación y continuidad, dejan el poder en manos de individuos que superan los setenta años. Manejan un discurso tan fosilizado, que es imposible conectarlos con las nuevas generaciones, resistentes al trabajo político-ideológico que Díaz-Canel busca intensificar.
Esteban Lazo no puede ser un símbolo para los más jóvenes. Elegido otra vez por mayoría absoluta, hundido en su asiento mientras trataba de pronunciar lo poco que le tocó decir, parecía un analfabeto aprendiendo a leer. Es el derrumbe personificado de un sistema enfermo; al igual que Machado Ventura y Ramiro Valdés, que ya no pueden evitar dar cabezazos en sus respectivos sillones.
El parlamento cubano niega la cruda realidad popular, o la tergiversa con el fin de justificar su gestión infructuosa; mientras el pueblo, con cada timonazo del régimen para mantenerse a flote, experimenta la sensación de un hormiguero aplastado por una lápida. Esteban Lazo representa, ni más ni menos, la garantía de que la Asamblea Nacional no usará su poder supremo para cuestionar al Partido Comunista de Cuba; y de que cada decisión tomada por los jerarcas será aplaudida y secundada a mano alzada, sin abstenciones.
Así transcurrirán otros cuatro años, mínimo. Un augurio deprimente, pero mucho peor es constatar que si ahora mismo se permitiera a personas ideológicamente contrarias al régimen ocupar las seis plazas vacantes que existen en la Asamblea, no habría a quien postular, porque la oposición política cubana es un cascarón vacío.
La única desgracia mayor que esta certeza de no avanzar, es no tener claro hacia dónde. Un pueblo que desconoce el valor de ejercer todos sus derechos, no puede comprender la necesidad de defender cada uno sin ceder un milímetro, porque en la menor concesión se juega su libertad, y con ella un proyecto de nación plural, surgido de los diferentes grupos que conforman la sociedad.
Venezuela es un amargo ejemplo de cuánto cuesta recuperar la democracia una vez perdida; y si siguen luchando con esa fiereza digna de titulares es porque conservan intacto el recuerdo del Estado de Derecho que disfrutaban hace veinte años. Cuba no tiene siquiera esa remembranza. La mayor parte de los ciudadanos nacieron bajo la dictadura y aceptan como un hecho natural la violación, limitación o exclusión de sus derechos.
Las votaciones unánimes no generan protestas civiles porque así han sido siempre. De hecho, muy pocos siguieron en vivo la Sesión Extraordinaria de ayer, o se han interesado por conocer y discutir los resultados. Era una jugada cantada, con algún sobresalto para los ingenuos que esperaban, como mi vecino Joaquín, ver al menos una cara nueva saltar al ruedo político; pero terminaron exclamando asombrados: ¿y eso qué coño fue?
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