LA HABANA, Cuba. – Un ómnibus de pasajeros derriba una columna del Hotel Manzana Kempinski y en menos de 24 horas se soluciona la rotura. No la del autobús, que según he podido indagar, aún permanece en el paradero del Reparto Eléctrico, tal cual lo extrajeron del lugar del siniestro.
Los medios de prensa oficialistas, al divulgar la información, poca o ninguna atención prestaron a los posibles accidentados; tampoco les importaron los efectos negativos del choque en la cada vez más crítica situación del transporte en la capital, donde un solo carro fuera de circulación hace la diferencia entre las únicas dos categorías con que es posible evaluar lo que desde hace años es un desastre: “muy malo” y “pésimo”.
Así, se pudiera afirmar que el foco de la noticia se concentró en los daños a la instalación hotelera, así como —siendo las instituciones del régimen cuñas de un mismo palo— las notas del Ministerio del Interior, con su modo parco, sugerían una investigación dirigida a encontrar a los culpables de un suceso que probablemente estaría siendo tratado más como “atentado” y asunto de “seguridad nacional” que como el casual impacto de un automotor contra una edificación.
De hecho, a diario conocemos por las redes sociales de accidentes parecidos que arrojan lesionados y daños materiales de consideración sin que la prensa dirigida por el Partido Comunista se haga eco o les dé un seguimiento noticioso similar al del “suceso” del Hotel Manzana.
Y es que, por azar de azares, a la “guagua”, como decimos los cubanos, le dio por incrustarse contra un edificio que más que un hotel de “súper lujo” encarna, por cuanto de turbio implicó el proceso de su construcción y continúa implicando su actual explotación, la verdadera esencia de un régimen que se pregona de “izquierdas” pero que en realidad es una siniestra corporación militar, una máquina de tragar dinero “al precio que sea necesario”.
Porque, aunque la Plaza de la Revolución continúa hospedando la sede del Comité Central del PCC y los principales ministerios donde se concentra el poder en Cuba, ya no es ese frío, vigilado y despoblado espacio de la otrora Loma de los Catalanes el que mejor simboliza a esta dictadura “corporativa” y “en continuidad”, sino esas zonas de altos contrastes donde se emplaza la mirada del extranjero, del turista, del “yuma”, esos sujetos en torno de los cuales intentan diseñar un “país-granja”.
Cuando se asoma a la ventana de su habitación, de su lado, en el hotel-oasis, el turista está casi a resguardo de los letales efectos del comunismo que tanto dice anhelar; pero del lado nuestro, donde intenta sobrevivir el cubano de a pie —tan “pintoresco” en su miseria—, late el horror que implica haber sido convertidos a fuerza de hipocresías y estupideces ideológicas en el “paradigma” de una “izquierda mundial”.
De modo que, cuando el ómnibus derribó una columna del Manzana —el primerísimo hotel de una serie que, a pesar del desastre económico en que nos hundimos, en poco más de un lustro sumará una decena de instalaciones similares en toda la Isla— en realidad hacía un mínimo estrago en esa burbuja blindada que ha estado construyendo la dictadura en torno a ella misma.
Cuando fue inaugurado el Manzana, por la proximidad al edificio, se eliminaron las paradas de guaguas en el Parque Central y hasta se les prohibió detenerse a recoger pasaje en los alrededores a los llamados “boteros” (taxistas particulares). Nadie que no sea un extranjero o chofer al servicio de estos puede estacionarse en las cercanías. Así que una “guagua” del Reparto Eléctrico —tan próximo a La Güinera y demás barrios marginales que no visitan los turistas— es una intrusión imperdonable en una realidad “perfecta” donde no tiene cabida la grisura de la “cotidianidad socialista” y, por tanto, de inmediato fue entendida como una “agresión”.
Pero, aunque paranoicos de remate debido al creciente descontento popular, pudiera haber algo de “justificado” en los temores que motivaron la pesquisa policial alrededor del accidente, y es que, aunque obrara la casualidad con toda la ironía con que suele obrar en ocasiones, el derribo de la columna, por el alto grado simbólico que encierra, es casi inevitable dejar de verlo de otro modo que no sea como el “performance” o la “protesta” que es, aunque lo sea apenas en potencia.
Y ahora entre otras cosas relacionadas con el Manzana y los performances, me viene a la mente que fue ese el lugar donde Luis Manuel Otero Alcántara —actualmente en prisión sin haber sido enjuiciado— protestó por el retiro de un busto de Julio Antonio Mella que estuviera emplazado en el patio central. La acción del artista no surgió de una filiación política o ideológica con el líder estudiantil sino del verdadero significado del acto, del simbolismo del hecho: el régimen desechaba el busto de un comunista para dar lugar a una galería comercial de lujo.
La obra de Luis Manuel Otero, entre otras cosas igual de importantes, llamaba la atención sobre las profundas contradicciones de una dictadura que, enfrascada en mantenerse en el poder a toda costa, ni siquiera logra ser coherente con sus propios presupuestos ideológicos.
El impacto del P-8 contra el Hotel Manzana, aunque fruto de la casualidad, al mismo tiempo que nos revela los sentidos más profundos de esta absurda realidad en que nos movemos hoy en Cuba, nos advierte sobre otras incoherencias, que en el fondo no son más que perversidades del sistema.
Porque debido a su “valor simbólico” alguien deberá pagar por esa columna derribada tanto o más que por la guagua destruida, y porque de absurdo en absurdo vamos por acá. Cuando los peritos terminen su pesquisa y se vean obligados a descargar la culpa sobre la cabeza de algún inocente, posiblemente nos encontremos con un pobre chofer al que mes tras mes le descontarán de su pobre salario mucho más de lo que, por concepto de compensación, le resten a la cuenta del “pobre extranjero” que despertó a las 5:00 de la mañana sobresaltado por el impacto.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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