SAN JUAN, Puerto Rico, mayo, 173.203.82.38 -Es usual que el soldado invasor sea despreciado por los pobladores invadidos. Los españoles, durante la invasión napoleónica, llamaban a los franceses por el despectivo de “franchute”. Los americanos fueron llamados “gringos” por los mexicanos, durante la guerra de 1845. Los alemanes recibieron el despectivo de “Fritz”, por parte de los ingleses. Mientras que los alemanes llamaban a los británicos los “Tommy’s”. También, cuando la URSS se apoderó de Cuba, por causa de la traición a la soberanía patria de los hermanos Castro, el pueblo se refería despectivamente a los rusos, llamándoles “bolos”.
A partir de entonces, los soviéticos convirtieron a la mayor de las Antillas en neo-colonia, rigiendo nuestra economía, imponiendo su sistema totalitario, implantando bases militares y llevándose a nuestros jóvenes a morir en las guerras expansionistas de Angola y Etiopia. Todo con la anuencia y complicidad del tirano Fidel Castro, a cambio de un mercenario subsidio anual del orden de los $3,000 a $4,000 millones de dólares, al precio del dinero de aquella época.
Ante desplome de esta nueva metrópolis, Cuba quedó desatendida, tal como les pasó a las colonias romanas tras la caída del Imperio Romano de Occidente. Se abrió el Periodo tEspecial, mientras la dirigencia cubana buscaba un nuevo país foráneo que le subsidiase su improductiva e ineficiente economía. Este país resultó ser Venezuela, bajo el régimen chavista.
Ahora, a la muerte de Hugo Chávez, Cuba enfrenta de nuevo el riesgo de volver a quedar sin alguien que subsidie su sistema anti-económico, dada la precariedad que ha generado la clara ilegitimidad del nuevo presidente, Nicolás Maduro.
Se trata de una cuestión de vida o muerte para el régimen castrista, el cual, en ese afán de sobrevivir y traspasar sus riquezas y poderes a los hijos de la oligarquía, pone de nuevo en venta al país.
La dictadura ha salido de inmediato a buscar un nuevo mantenedor, y uno de los sitios para limosnear es Moscú. El régimen comenzó a cortejar al Kremlin con la visita del dictador Raúl Castro a Rusia, en julio de 2012, ya con el conocimiento de la inevitable muerte de Chávez. Seis meses después, en febrero de 2013, el primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, viaja a Cuba y firma varios tratados. Acuerdan que los rusos construyan un nuevo aeropuerto internacional para La Habana, donde ahora se ubica la base aérea de San Antonio de los Baños, y que hagan inversiones en energía, educación, medicina nuclear, agricultura, níquel, aduanas y turismo.
Actualmente, Cuba recibe cerca de 90,000 turistas rusos anuales, con un comercio que alcanza los 221 millones de dólares.
En abril de este año, la presidenta del senado ruso, Valentina Matviyenko, visitó la Isla para afianzar la colaboración Rusia-Cuba y para reafirmar expresamente las declaraciones previas de Medvedev de que Cuba es un importante “socio estratégico”.
Ciertamente, el tema es estratégico para Moscú. Desde hace algún tiempo, Rusia viene ampliando su presencia en América Latina y, sobre todo, en la región del Caribe. En los últimos años, le ha vendido armamento sofisticado a Venezuela y Nicaragua. Su flota visitó Venezuela y han invertido en importantes rublos de la economía de ese país.
Desde el punto de vista geopolítico, a Rusia le interesa crear un centro de poder en el Caribe, que contrabalancee la presencia de la flota americana en el Mediterráneo y le permita un elemento de fuerza de negociación para salvaguardar la base naval rusa de Tartus, en Siria, sede de su flota recién reforzada, para garantizar así la sobrevivencia negociada del gobierno aliado de Bashar Al Assad.
Recordemos que durante la Crisis de los Cohetes, en 1962, los misiles emplazados en Cuba le sirvieron a Moscú de ficha de negociación para el retiro de los cohetes nucleares americanos de Turquía.
No es de extrañar que entre los acuerdos silentes -esos que son tratados tras bastidores, en los rincones oscuros de ambas chancillerías-, esté el de reabrir bases navales, como la de submarinos que tuvo en Cienfuegos, en los días dorados de la URSS, o de espionaje electrónico, como la de Lourdes, al sur de La Habana, con la posible presencia de militares rusos.
Sin embargo, existen limitaciones y diferencias respecto a épocas pretéritas. El punto neurálgico de las conversaciones Habana-Moscú es la gran deuda externa cubana para con Rusia, arrastrada desde los tiempos de la URSS. También está la limitada capacidad económica de la Rusia de hoy para financiar y alcanzar unos niveles de poder e influencia en el Caribe, como los tuvo la URSS hasta 1989. Pero ambos temas también son obstáculos salvables, en aras de intereses más apremiantes para las dos partes de esa mesa de negociación.
Del lado cubano, el régimen sabe que desarrollar un importante interés político de Rusia en el Caribe, puede servirle de tabla de salvación ante un potencial conflicto social, que motivara la intervención de fuerzas internacionales de paz en la Isla. Con el veto ruso en la ONU, Cuba evitaría cualquier intervención o sanción de organismos internacionales, tal como recién ha sucedido con las resoluciones planteadas ante el Consejo de Seguridad en el caso de Siria.
He ahí lo estratégico que hay para ambas partes en el retorno de los ‘bolos’ a Cuba.