LA HABANA.- La batida que le dieron en todo el mes de enero a Donald Trump los periodiquitos que dirige Raúl Castro fue tan grande, que por estos días parece que se dan un descanso.
Hasta la Doctrina Monroe salió a relucir en extensos artículos, firmado uno por una tal Gabriela Ávila, del periódico Granma, bien adoctrinada en el izquierdismo, y anónimos el resto.
Pero ninguno de esos artículos fue al fondo del origen de ese documento, cuya historia no es tan sencilla. Los enemigos de Estados Unidos arguyen que la Doctrina Monroe justifica las intervenciones estadounidenses en el continente para controlarlo y que su destino era que ese gran país se expandiera entre el Atlántico y el Pacífico.
En ningún momento Granma hace alusión a las verdaderas causas que lo motivaron, como lo ocurrido en 1821, cuando el Zar Alejandro I estableció la reivindicación rusa sobre una porción de la costa noroeste de Norteamérica, desde el Estrecho de Bering hasta los 51 grados de latitud norte, en la medida que prohibía a los barcos extranjeros acercarse a menos de cien millas del litoral. Gracias al esfuerzo del Gobierno de EEUU, dos años después se había resuelto el conflicto de forma pacífica.
Otra de las razones para que se estableciera la Doctrina Monroe, que tampoco mencionan los artículos de Granma, fue la llamada Santa Alianza, una Coalición formada por Rusia y otras ciudades europeas, que servía de aliciente no sólo para que se pensara en ayudar a España a reconquistar las colonias que había perdido, sino incluso, como proyecto intervencionista y la posibilidad de entregarle Cuba a Francia.
El resultado no pudo ser mejor. El mensaje del presidente James Monroe al Congreso el 2 de diciembre de 1823 establecía claramente el principio de no colonización de la siguiente manera en dicho documento: “Los pueblos americanos, dada la condición independiente que ha asumido y mantienen, no pueden lógicamente considerarse sujetos a colonizaciones por ninguna potencia europea”.
Así, el postulado de Monroe, convertido en Doctrina en 1850, irritó a reyes, príncipes, zares y ministros europeos y fue calificada por ellos como ofensiva, indecente y despreciable.
Aunque los historiadores castristas no lo acepten, fue gracias a la Doctrina Monroe que Cuba pudo al fin independizarse de España y terminase la guerra, después de haber perdido a más de 300 mil habitantes, convertido en cenizas más de mil de los mil doscientos ingenios azucareros y perdidos más de un millón de cabezas de ganado, además de una buena parte del capital español que se retiró del país.
En esas condiciones Estados Unidos se hizo cargo de una isla arruinada en todo sentido, algo que pudiera ocurrir hoy de nuevo, si tenemos en cuenta que la intervención llevada a cabo en aquellos momentos sirvió de gran provecho durante sus cuatro años de intensa labor, sobre todo en la higiene como principio fundamental y gracias a las inversiones norteamericanas, que resultaron imprescindibles para echar a andar la economía en general.
Sólo un pequeño ejemplo ilustra esta afirmación: Tres años después de la intervención de Estados Unidos, según el historiador Julio Le Riverend, había una vaca por cubano, para una población de un millón de habitantes.
Por último, los interventores norteamericanos convocaron a elecciones generales y poder nombrar así, para una Cuba independiente, al presidente de la República.
Puede decirse, sin lugar a dudas, que a partir de ese momento y sobre todo con el ejemplo y el empeño de Washington, muchos de esos años republicanos se convirtieron en períodos de desarrollo y calma democrática, con excepción de dos cortas dictaduras y la peor de todas, la actual, con sus primeros treinta años como satélite del imperio soviético, en vías de desaparecer y bien alejado del continente americano.