LA HABANA, Cuba. ─ El pasado viernes, el influyente diario español El País publicó un editorial intitulado Cambio en Cuba. El bajante quiere ser aún más esperanzador: “Raúl Castro se va y el PCC debe entender que no hay otra vía que la apertura”. Son, sin dudas, planteamientos bienintencionados, ante los cuales uno quisiera poder dar, de manera fundada, una respuesta tajante: ¡Ojalá!
El texto completo está plagado de afirmaciones con las cuales es imposible no estar de acuerdo. El congreso “debería significar el principio de un nuevo ciclo”, lo cual “es una aspiración legítima tras más de 60 años de régimen castrista”. “Desaprovechar por enésima vez la oportunidad de iniciar un cambio profundo… supondría cerrar la única salida a la concatenación de crisis, desabastecimiento y bunkerización política que desde hace décadas sufre la isla”. “Cuba no puede esperar”.
Los aciertos en el diagnóstico de los males que sufre el país y de la situación agobiante que padecen sus ciudadanos no acaban ahí. Hacia el final del texto, el editorialista, bien informado, plantea: “El desabastecimiento es ahora mismo terrible. Las colas y el malestar no dejan de crecer…”; “antes de que sea demasiado tarde, se necesita una auténtica apertura democrática”. Insisto en que es una buena caracterización de los males de Cuba hoy. Pero ¿hay motivos para el optimismo?
El VIII Congreso del partido castrista acaba de concluir. ¡Y los adjetivos que el aparato propagandístico del régimen le asignó desde antes de su inicio (y, por ende, ¡antes que los delegados componentes de ese “órgano supremo” manifestaran sus criterios al respecto!) lo expresan todo de manera clarísima: “El Congreso de la Continuidad”.
El discurso de clausura del presidente Miguel Díaz-Canel —ahora también flamante “primer secretario”— lo ratifica plenamente. Las teorías que informan el trabajo del partido único han sido reafirmadas. Raúl Castro cumplió su promesa de abandonar ese alto cargo, pero seguirá siendo consultado sobre todas las decisiones trascendentales.
Esas son las realidades internas vinculadas a los resultados del evento recién concluido. En lo externo, El País subraya la “buena posición” de “la Unión Europea y España” para dar una mano en lo que el propio diario describe como “un camino difícil” y que, en su opinión, “siempre lo ha sido”.
Acto seguido, el editorial cambia de continente y plantea: “Otro tanto sucede con el principal actor zonal, EE.UU.”. Y de inmediato hace la afirmación que debe provocar las mayores objeciones (al menos, ese es mi caso): “El presidente Joe Biden tiene en su mano recuperar la senda que permitió una histórica distensión con Barack Obama”.
En primer lugar, ¿de qué “histórica distensión” habla el editorialista hispano! ¡Para que pueda hablarse en esos términos sería indispensable que el aflojamiento hubiese sido bilateral! ¡Algo que jamás sucedió! En lo esencial, las concesiones provinieron de una sola de las partes: Estados Unidos. Los gestos norteamericanos se sucedieron uno tras otro, pero del lado cubano las autoridades los consideraban muy poca cosa, ¡y hasta asumieron un aire ofendido!
Al canciller Bruno Rodríguez Parrilla (premiado ahora con un puesto en el exclusivo Buró Político) todo le parecía insuficiente. Los hechos indican que la jefatura del habanero Palacio de la Revolución daba por cosa hecha una victoria electoral de la demócrata Hillary Clinton. ¡Pero ese monumental despiste y las equivocadísimas deducciones que los castristas extrajeron de esa premisa falsa serían materia para otro análisis.
El hecho cierto es que las pretensiones maximalistas de los partidarios de Castro (que también en eso demostraron ser unos bolcheviques de pura cepa) echaron por tierra todas las “buenas intenciones” del primer inquilino afrodescendiente de la Casa Blanca. ¡No en balde un refrán nos recuerda que el empedrado del camino al infierno consta justamente de buenas intenciones!
No se borran de mi mente unos grandes carteles que, ya en tiempos de Perestroika y Glasnost, enarbolaban unos manifestantes rusos de 1987. Ellos recordaban el golpe de estado encabezado por los subversivos alias Lenin y Trotsky: “¡70 años avanzando hacia ninguna parte!”… ¡Exactísima descripción de la formidable estafa que representa el comunismo!
Salvando las enormes distancias, creo que el presidente Biden, para referirse al fiasco sufrido por su antiguo jefe Obama, bien pudiera emplear términos análogos: “¡Meses recorriendo una senda que no nos condujo a ningún lado!”. ¿Y ahora en El País pretenden que el señor Biden la retome!
Por fortuna, todo indica que la dura retribución con la cual los castristas reciprocaron los excelentes deseos de don Barack no ha sido olvidada. Desde la actual Administración de Washington se han sucedido declaraciones en las cuales se aclara que, al menos por el momento, no se contempla un cambio de política hacia Cuba.
Y parece razonable esperar que si en lo adelante se abandona esa línea de acción, ello no sea una vez más para hacer concesiones unilaterales al régimen de La Habana. Confiemos —por el contrario— que tal cosa se haga sólo en reciprocidad a pasos concretos y verificables dados por el castrismo.
En definitiva, ¡es muchísimo lo que pueden enmendar Díaz-Canel y su equipo! ¡Y no sólo con respecto a su homólogo de Estados Unidos (país que tiene sobrados motivos para hacer reclamaciones)! ¡También con respecto al pueblo cubano, para cuyo beneficio lo que se pide es la observancia de los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos!
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