LA HABANA, Cuba. — ¿Qué habría dicho Che Guevara, que aspiraba al hombre nuevo, si cuando estaba escribiendo El socialismo y el hombre en Cuba hubiera visto a niñas de siete años bailando en su escuela eso que llaman “el toletón”?
La nueva danza sicalíptica, parecida al “perreo”, hace furor en las escuelas cubanas, incluidas las de primaria.
El pasado 4 de abril, en medio de las fiestas por los aniversarios de la Unión de Jóvenes Comunistas y la Unión de Pioneros “José Martí”, padres y maestros, filmaron felices, a sus hijas y alumnas perreando, divirtiéndose y coreando el reguetonero ritmo de El baile del Toleton.
El uso de códigos muy agresivos de la jerga marginal y explícitas alusiones sexuales hace que esta música sea rechazada por los medios de comunicación nacionales y provoca que Abel Prieto levante su discurso sobre “el colonialismo cultural”.
Hace unos días, una periodista de Juventud Rebelde, en un artículo que tituló Cada música en su lugar, mostró un espanto mojigato por la generalización de este tipo de bailes en las escuelas de La Habana (y no hay razones para presumir que en el resto del país no sea así también).
Muy bien por la preocupación de la periodista. Pero, ¿se habrá preguntado cuándo y cómo comenzó el problema? ¿Es solo un problema ético-estético o trae consideraciones morales previas?
¿Qué pensaría Petronio, árbitro y juez del buen gusto en la Roma de Nerón, al ver tal desparpajo? Seguramente mostraría entusiasmo, porque su época fue la del placer y el exceso, las bacanales, el hedonismo vulgar, la decadencia.
Difícil empeñarse en lo que no es. ¿Cómo ir en contra del deterioro moral sufrido durante sesenta y cuatro años de este régimen que llaman revolución?
En La Habana no solo se derrumban los edificios y las casa viejas. En La Habana y en toda Cuba también se derrumban las costumbres, los modales, el sentido común y las oportunidades de ser mejores.
No en balde cierta cantante cubana recién llegada al exilio, la emprendió con obscenidades de marca mayor en las redes sociales contra alguien que hizo objeciones sobre su primer concierto en Miami.
Las niñas bailan el toletón en la escuela porque lo hacen en sus casas, y escuchan esa agresiva música en sus espacios personales y sociales.
No hay nada extraño. Solo es un botón de muestra del declive de una sociedad, donde el presidente designado, Miguel Díaz-Canel, despide un discurso pidiendo aché, dice que las críticas a su gobierno le resbalan, bautiza al equipo nacional de baseball como Team Asere, y el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, le dedica un titular como “El Team Asere la partió”.
Por la calle San Miguel, en Centro Habana, donde vivo, pasan las alumnas y los alumnos de una cercana secundaria básica, vociferando, maldiciendo, ofendiéndose entre ellos con palabrotas. A veces, en alguna pelea, hasta un arma blanca ha salido a relucir.
Pedro, Estervina, Molécula y Tropicana de la Caridad, todos mayores de 50 años, nacieron y se criaron en un solar de esta calle. Siempre dicen buenos días y buenas noches.
Geña, de 67 años, crió a sus tres hijos varones, lavando para la calle y limpiando casa, pues su marido se largó una mañana detrás de otra mujer. Y pobre de esos muchachos si se atrevían a alzar la voz a una persona mayor.
Es la familia la primera escuela del ciudadano, donde se asientan su personalidad y valores. Pero la familia cubana está rota y apenas puede ocuparse de la formación de sus hijos.
No nos asombremos entonces porque los niños y adolescentes, víctimas de un sistema y un régimen empobrecedor, profieran palabrotas y se meneen al compás del baile del toletón.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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