MIAMI, Florida, diciembre, 173.203.82.38 -Dos figuras connotadas en el mundo de la política dejaron de existir a pocos días de concluir el 2011. Los fallecimientos se produjeron con algunas horas de diferencia, en una rara coincidencia de trayectorias de vida distanciadas por contrastes abismales.
Vaclav Havel llegó a la presidencia de su país en una democracia que él impulsó a través de la lucha cívica por los derechos humanos. El actor que cambió las tablas del teatro por el escenario abierto de la sociedad, encarnó con todo realismo la dignidad del ciudadano común desempeñando sin estridencias el rol protagónico del héroe. Su obra logró el reconocimiento eterno del mundo. Una vez caído el Telón ocupó con sencillez, sin histrionismos ni grandilocuencias, el lugar que le fuera reservado entre los grandes de la Historia.
Havel murió tranquilamente en Praga. Su enfermedad nunca fue secreto de estado. Se llevó la gloria de ser el primer presidente de un gobierno elegido en las urnas tras concluir la era soviética en Checoslovaquia. También fue el primer mandatario de la República Checa, tras disolverse la unión con su vecina Eslovaquia. Alejado del poder desde hace años se marchó rodeado de estimación y del afecto de millones de personas. Las muestras de dolor que acompañaron su último recorrido patentizaron el sentimiento sincero por un hombre bueno.
Todo lo contrario se puede decir de lo ocurrido en otro punto del planeta donde también terminaba su ciclo vital un gobernante, en este caso en plenas funciones. Corea del Norte anunciaba que tras “fatigosa enfermedad” había muerto Kim Jong Il, heredero de una dinastía instaurada por su padre, “el gran timonel” Kim Il Sung.
Las imágenes transmitidas por los medios informativos norcoreanos quisieron evidenciar la reacción del pueblo ante la noticia luctuosa. No es impensable que algunos lamentaran la partida del dictador. Ha ocurrido en otras circunstancias. Pero la mayoría de estas manifestaciones de aflicción por la muerte del Supremo sonaban a exageración. No pocas expresiones podían calificarse de mala actuación. Tan imperfecta que podría tornarse peligrosa para los actores que tal vez sin proponérselo con su falsa espontaneidad dejaban entrever el rostro que esconde la histeria colectiva.
No es raro que la vieja tradición de la Colomba de Merimée tenga un símil en este llanto popular de la Corea comunista. A diferencia de las tradicionales pueblerinas que eran remuneradas por su arte de sufrir el dolor ajeno, los pobres ciudadanos que se mostraron llorando a moco tendido posiblemente se estaban jugando mucho más que una ración de comida adicional y hasta el simple privilegio de vivir en Pyongyang, vitrina de una nación fantasma.
Lo poco que se sabe del territorio controlado por el último baluarte estalinista en el mundo hace dudar sobre las motivaciones de un pesar que parece forzado. Algunos detalles que suelen escapar del férreo silencio establecido tras el valladar de la parte norte en la península coreana ofrecen una fugaz idea de la tramoya, el decorado y sus ejecutores.
En 1988 la prensa soviética en plena apertura del glasnost dio a conocer la estremecedora denuncia de un trabajador forestal norcoreano que escapó de un centro de tala que funcionaba en los bosques siberianos para solicitar asilo en… Moscú. El hecho insólito del refugio, concedido finalmente, lo fue más cuando el agraciado divulgó lo que se comentaba en ciertos círculos pero que hasta entonces era considerado propaganda anti comunista. Corea del Norte mantenía un centro de trabajo forzado en territorio soviético y explotaba a los trabajadores en condiciones de esclavitud.
Referencias a hechos insólitos y espeluznantes han sido recogidas en materiales clandestinos. Son las únicas imágenes que permiten forjarse una idea vaga de lo que sucede al norte de la frontera que delimita el paralelo 38. Imágenes reveladoras como las de Niños de Corea o los testimonios de los que han podido escapar van conformando la certidumbre de un ambiente horripilante. Violencia, terror, represión, hambre, corrupción y el control absoluto en un claustro total para más de 20 millones de personas.
Se sabe de campos de concentración bajo el disfraz re educativo, donde padecen y mueren miles de personas acusadas de las cosas más absurdas. Se ha dicho que allí no solo van a parar los disidentes, en el caso de que existan. Familiares de los acusados por delito común o de aquellos que se atreven a cruzar las cercas del paraíso cargan con el castigo.
Se habla de un hambre generalizada. De actos de canibalismo provocados por la irracionalidad consecuente de la hambruna, tan larga y hereditaria como la dinastía que la produce. Gente que se alimenta de hierba porque en los campos ya no crece ni la col pequinesa, uno de los pocos alimentos de la dieta alimentaria del coreano. Las pruebas de esta hambre monumental van cobrando certeza irrebatible. Jean H. Lee la describió recientemente en una crónica de AP.
Los proyectos de las luminarias del Suche resultan estrambóticos. Una granja de avestruces con diez mil aves africanas importadas a un precio demasiado alto para una idea tan desatinada como el sistema que la planificó. Un aporte brillante del Guía supremo que alimenta a los elegidos de la casta gobernante. Basta con mirar la complexión física del difunto líder- del que dicen se alimentaba solo de bolas de arroz hervidas- la de su sustituto y la corte que le rodea, para comprender las fatigas y afanes que los animan a mantenerse en la cima a toda costa.
No faltaron amigos externos que rindieran honores al aliado extinto. Entre ellos se contaron los gobernantes de La Habana y Caracas. En Cuba se honró al sátrapa coreano con tres días de duelo oficial. El acontecimiento de su muerte fue destacado con amplitud por la prensa oficialista que hizo completa omisión en el caso de Vaclav Havel.
La deuda queda pendiente para el futuro, cuando se conozca en toda su dimensión la tragedia sufrida por las víctimas de los Eternos mandamases de Corea del Norte. Por ellas habrá que decretar una jornada de luto en desagravio a la honra inmerecida que hoy recibieran sus verdugos. Será también el momento de retribuir el homenaje merecido a los que se pusieron al servicio de la humanidad, no para ser gobernantes eternos o supremos sino para lograr que el prójimo tuviera acceso a la libertad y al goce soberano de sus derechos.