LA HABANA, Cuba.- Alguien en la calle, refiriéndose a estos nueve días de duelo oficial por la muerte de Fidel Castro, decía: “esta es la borrachera, deja que venga la resaca”. La frase, aunque jocosa, advierte muy sabiamente sobre lo que habrá de ser el futuro más inmediato en un país cuyo gobierno deberá enfrentar la ausencia de una pieza considerada esencial sobre todo para los partidarios de una “corriente fidelista” opuesta al reformismo raulista.
Esa postura ideológica “fidelista”, aunque peca de ingenua, sobre todo porque su memoria histórica no es más que un compendio de mitologías, pudiera llegar a ser una fuerza política importante en unos años y estaría integrada no solo por quienes se consideran perjudicados por el nuevo modelo económico o que sencillamente advierten en las reformas de corte capitalista un acto de traición sino además por aquellos que fueron, literalmente, “echados de la Corte” durante el traspaso de la corona en febrero del 2008 o desde mucho antes.
La idea de un cisma ideológico, que pudiera tener resonancias en algunos sectores del poder político, no es tan descabellada, sobre todo cuando, en estos días, entre gritos de “Yo soy Fidel” y “Hasta la victoria siempre”, se han podido escuchar sobradas comparaciones entre un “pasado glorioso” y un presente pleno de inseguridades, de modo que la campaña de endiosamiento de la figura de Fidel Castro fomentada desde el gobierno pudiera convertirse a largo plazo en un arma de doble filo.
La evolución natural de los acontecimientos en los próximos años arrojará, casi en cascada, otros fallecimientos entre los integrantes de la “vieja guardia”. Varios puestos en el poder quedarán vacantes y en la pelea por ocuparlos, al interior del propio partido comunista, aunque no sea reconocido públicamente, se consolidarán facciones, si no es que ya se han gestado.
Hace algunos años, los escándalos protagonizados por Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y los otros defenestrados, demostraron que el partido comunista está muy lejos de ser la fuerza monolítica que se pensaba.
Las constantes sustituciones de la dirigencia, realizadas por Raúl Castro durante todos estos años de su mandato, también son una prueba de inestabilidad y de fraccionamiento ideológico, un verdadero caldo de cultivo en las sociedades restrictivas, donde habrán de originarse al menos dos bandos a tener en cuenta en las próximas dos décadas.
Por un lado, los que intentarán mantenerse en el poder a toda costa y, por tanto, estarán dispuestos a flexibilizar sus posiciones para así ganar el favor de la opinión mundial, aunque sin permitir una apertura política que los coloque en riesgo; por el otro, los que, atemorizados por una radicalización del reformismo, al punto que trascienda lo económico hacia otros ámbitos de lo social, considerarán que es el momento de un retorno a la ortodoxia comunista, incluso al terror.
La semana pasada, en medio del duelo, mientras las cenizas de Fidel Castro hacían una parada en la plaza de Camagüey y las personas congregadas en el lugar entonaban consignas, casi simultáneamente el comandante Ramiro Valdés inauguraba, entre otros comercios, una tienda Puma en Santiago de Cuba. Los rostros que mostraban las cámaras de la televisión cubana, sin decir ni una palabra, lo decían todo sobre los tiempos que han de venir.
Un panorama muy complicado, incluso trágico, que habrá de poner a pensar a nuestros “mejores” ideólogos sobre cómo continuar hablando de Fidel Castro sin que este se convierta en la principal fuerza enemiga para un país que se debate en un dilema con rasgos esquizoides: lanzarse a la aventura capitalista o dejarse arrastrar por la aventura capitalista.