LA HABANA, Cuba. — En medio de crisis generalizada del Estado cubano y en su perenne huida hacia adelante, el régimen, ante la falta de boniato y chopo para alimentar a los humanos, apuesta por la inmensa niebla de los grandes eventos culturales, comerciales, gastronómicos y científicos. O sea, el eventismo.
¿Tantos congresos, festivales, coloquios, reuniones, la mayoría con presencia internacional, pueden dar a los lectores del periódico Granma, los radioyentes de La Voz del Guacanayabo, o los televidentes del NTV, la falsa imagen de normalidad y progreso? Es de dudar, sobre todo cuando se sabe que esta carreta cada vez está más cerca del barranco.
Lo mismo puedes ir al Festival de la Salsa, aunque el sonero Cándido Fabre diga que lo dejaron fuera por fidelista, que al Festival del Habano, casi sin cosecha de tabaco y con un tremendo banquete y fumata de puros al que asiste la primera familia de la república: Miguel Díaz-Canel y Lis Cuesta.
También podemos ir al Festival de Jazz o a la Fiesta del Tambor. No importa que no haya transporte, ni publico ni privado, que nos mueva de un lugar a otro de La Habana.
Se puede ir a las Romerías de Mayo, en Holguín, ¿y por qué no?, a la reunión de nuevos actores económicos en Cienfuegos, luego de pasar el día forrajeando un perro sin tripa, un pollo decrépito, o la “presidiaria” carne de muuu.
Parafraseando un título de Ernest Hemingway: Cuba es una fiesta. O mejor, Yawar Fiesta, como la novela del peruano José María Arguedas. En dicha novela, en un festival taurino, excluyen al cóndor, el protagonista. Porque de eso se trata: de todos esos eventos y congresos, los cubanos de a pie están excluidos.
Es el sumun de la dura realidad que vivimos, donde “el mundo es cruel y predecible”, como dice cuando se pone filosófica la carnal de una vecina mía en la cola de la tienda “El Malecón sin agua”, donde solo te venden embutido, picadillo, pollo y detergente, si te toca y luego de hacer una cola de seis u ocho horas bajo el turístico sol tropical.
No hay nada nuevo bajo el sol, dirían los iluministas franceses. La relación entre los informativos y las acciones del gobierno, con esa saturación de avisos de eventos en medio de tanta miseria y desgracias, recuerdan a Cándido o El optimismo, el cuento filosófico de Voltaire.
Es la historia de un joven al que criaron aislado en un castillo de Westfalia donde vive una edénica vida. Toma lecciones de filosofía de su tutor Pangloss, que filtra la información a recibir por el joven. Adoctrinado, Cándido crece pensando que vive en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, Cunegunda, su pareja, sufrirá las mayores humillaciones, al ser violada, robada y vilipendiada. Pero Cándido obviará todo el desastre a su alrededor, obnubilado por el discurso de Pangloss.
Voltaire escribió esa historia para oponerse al optimismo mentiroso, porque veía en ello la tendencia al estancamiento de la condición individual. Así veo el triunfalismo y el falso optimismo que quiere aparentar el régimen para tenernos a los cubanos como el joven del cuento de Voltaire.
Cada vez que alguien se para ante las cámaras de televisión, es como si estuviera ante un pelotón de fusilamiento. Resuelto el problema de la vivienda, no importa que lleves toda una vida en un nauseabundo albergue de la periferia. El café de la bodega no es tan malo, aunque tenga más chícharo tostado que café. Los precios de los productos son módicos, asequibles. Cuba cada vez está mejor, aunque 320 000 compatriotas huyan al exterior.
“Ahora sí que está bueno esto… lo que hace falta es que dure”, dicen los entrevistados por los periodistas del NTV.
Triste forma de auto-fullería. Es el non plus ultra del Síndrome de Estocolmo. Porque vivir de las apariencias es morir de desengaño.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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