PUERTO PADRE, Cuba.-El viejo Raúl era obrero de Servicios Comunales, pero una dolencia cervical irreductible, a la edad de 54 años, hizo a la Comisión Médica licenciarlo. Ahora tiene 74 años y una pensión de doscientos cuarenta y dos pesos, “pero sólo en los medicamentos de mi esposa se me van más de cuarenta”, dice. La mayor parte del tiempo permanece sentado en la acera, frente a un mercado de productos comestibles liberados, vendiendo especias y bolsas de confección casera para llevar los mandados.
Raúl se transporta en bicicleta, pero el viejo Gilberto debe luchar a pie, a pasitos cortos, para vender algún que otro sobre de comino de empaque casero. Era chófer de camión. Pasó cuarenta y un años detrás del timón: “Yo manejaba tirando cañas desde que tenía once o doce años”, aclara.
Dolencias en el esqueleto sacaron a Gilberto del trabajo. Ya septuagenarios, él y su mujer “viven” con una pensión de doscientos cuarenta y dos pesos, de los que unos sesenta se van en medicinas. Los retirados por enfermedad no pueden obtener licencia para trabajar por cuenta propia: “El otro día un inspector quería ponerme una multa de setecientos pesos. Llévame para la policía, para decir allí todo lo que tengo que decir. Al final me dejó tranquilo”.
Mariano tenía mejor posición que Raúl y Gilberto, y a diferencia de ellos, no se retiró por enfermedad, sino al cumplir con sus años de trabajo. Al momento del retiro, ocupaba un cargo administrativo en el hospital municipal. Tras la jubilación, otras instituciones lo aprovecharon, hasta que la salud le jugó una mala pasada. Ahora Mariano es un parapléjico. Pedaleando con las manos un triciclo, procura ganarse la vida vendiendo prú, un refresco de hierbas y raíces fermentadas.
Blanco también pedalea un triciclo con las manos. Es un ex operador y conductor de grúas, a quien dos trombosis lo transformaron en parapléjico balbuceante. Ahora debe pasarla con una pensión de doscientos cuarenta y dos pesos para él y su anciana madre: “En medicinas nada más, se van más de cuarenta pesos, si no vendo cuchillas nos morimos de hambre”, me dijo, al tiempo que se lamentaba de lo difícil que resulta encontrar cuchillas para vender, pues la Aduana ha restringido su entrada al país.
En Puerto Padre existe una Casa del Abuelo, donde, por veinticinco pesos al mes, los ancianos reciben desayuno, almuerzo, comida y dos meriendas. “En ocasiones aquí tenemos hasta carne de res, hoy tenemos pollo”, me dijo Jiménez, un albañil jubilado. Pero esta Casa del Abuelo sólo tiene capacidad para unos cuarenta ancianos, los que deben ir a dormir a sus casas. De modo que no es más que un escaso remedio sobre esta gran herida que resulta la vejez, no sólo en Puerto Padre, sino en toda Cuba.
Cientos de ancianos, casi todos enfermos, casi siempre en condiciones precarias y no pocas al margen de las leyes, tienen que proseguir trabajando para ganarse la vida en esta ciudad. Los falsos razonamientos no producen una buena sopa. Según la Ley No. 117 del Presupuesto del Estado para el año 2014, los ingresos por la contribución a la Seguridad Social son de 3 034,5 millones de pesos, pero los gastos ascienden a 5 122,7 millones de pesos, por lo que existe un déficit de 2 088,2 millones de pesos, a cubrir por la cuenta del presupuesto central. Eso está bien si las cifras fueran reales. Pero no lo son.