LA HABANA, Cuba.- El 6 de enero, después de guardar prisión durante veinticinco años, la dictadura decidió otorgar la libertad al preso político Pedro de la Caridad Álvarez Pedroso, libertad a la que también tiene derecho Daniel Santovenia Fernández. Ambos fueron procesados por la misma causa e idénticas serían también las condenas, sin embargo Daniel permanece aún en prisión. Ambos debieron salir en libertad condicional desde hace trece años, pero la dictadura los mantuvo encerrados, aun cuando irrespetaran la misma ley que ellos crearon.
Enfermizo es el ensañamiento del gobierno con estos dos buenos hombres cuyo único delito fue desear y luchar por un país libre. Ellos no podrán olvidar jamás todos los sacrificios que tuvieron que hacer sus familiares; entrando a Cuba por terceros países, estrategia que hacía enormes los gastos, y todo para encontrarse con sus seres queridos por una hora y nada más.
Y peor aún resultaba la macabra decisión de no permitirles recibir comida ni artículos de aseo. El código dejaba bien claro que eran dos las horas de visita y además anunciaba que se permitía la entrega de alimentos y otros artículos necesarios en ese cautiverio. A estos familiares venidos desde el extranjero a ver a sus presos no les estaba permitido vivir en casa de sus familiares en la isla, ellos estaban obligados a hospedarse en un hotel del gobierno, estaban obligados a gastar mucho más.
En octubre del 2001, Santovenia, Pedroso e Ifraím, otro preso político que sufría también por esas macabras decisiones, resolvieron hacer una huelga de hambre para exigir los derechos que debían asistirlos. Pasados cinco días de inanición recibieron una visita en la celda de Santovenia. Los visitantes inesperados fueron Galindo, quien era entonces el director de la prisión, y Emilio Cruz Rodríguez, que por esos días se ocupaba del Control Penal y ahora es el director de la prisión. El objetivo de la visita no era otro que hacerles saber que si continuaban con la huelga de hambre les sería revocada la conmutación de la pena de muerte.
Bien recuerda Santovenia ese día. Ya habían pasado las dos de la madrugada y él dormía. Lo despertaron y, sin transiciones, le hicieron saber que el gobierno de los Estados Unidos le había dado una semana a los talibanes para que entregaran a los extremistas de Al Qaeda y a su líder Osama Bin Laden, le dijeron que en toda Cuba existía un “estado de alerta”, y que si los americanos atacaban Afganistán entraríamos en “Estado de guerra”, y que a todos los que tenían la pena de muerte conmutada, como el caso suyo, serían los primeros fusilados, mucho más si, como él, se habían declarado en huelga de hambre.
Santovenia, que se hallaba en ese limbo emocional después de diez años de cárcel, y tras cinco días en huelga, gritó que poco le importaba que lo fusilaran, que quizá hasta le hacían un favor, aseguró que muerto no sufriría de las torturas sicológicas que ellos le dedicaban cada día. A pesar de todo, los militares continuaron su presión, y lo convidaron a firmar un papel donde se negaba a detener la huelga de hambre, es decir, que supuestamente el mismo estaría refrendando su fusilamiento.
El preso estampó su firma como si estuviera firmando su libertad y también aseguró que por nada del mundo abandonaría la huelga, a menos que le retribuyeran sus derechos y le permitieran las visitas de sus familiares sin las humillantes condiciones que le habían impuesto a él y a sus hermanos.
Recuerda el luchador la insistencia de sus familiares en Miami queriendo que depusiera la huelga. Adujeron que tras el atentado a las Torres Gemelas la situación era muy difícil, y nadie iba a tener noticias de que ellos estaban en esa huelga. Pedro y Santovenia decidieron entonces posponerla para el diez de diciembre del propio año, Día Internacional de los Derechos Humanos.
Días antes, el 29 de noviembre, fue a su celda el oficial Del Sol para ordenarle que recogiera sus propiedades pues sería trasladado para el hospital de Colón. Santovenia le aseguró que no se encontraba enfermo, y el oficial le aseveró que sí lo estaba, que existían sospechas de que había enfermado de tuberculosis. El preso insistió en el hecho de que ese diagnóstico era imposible porque hacía más de un año que no había recibido la asistencia de ningún médico y mucho menos le habían hecho análisis. El militar se decidió entonces por las amenazas y hasta aseguró que si no recogía sus cosas, él mismo lo esposaría y no se podría llevar ni el cepillo de dientes.
Finalmente lo trasladaron para la sala de penados en el hospital de Colón, lo dejaron en aquella celda con trece reclusos que sí padecían la enfermedad. Santovenia recuerda que todos estaban famélicos, que todo el tiempo escupían sangre y apenas ingerían alimentos. Constantemente los llevaban a la enfermería para aplicarles el aerosol que evitaba la asfixia. En ese lugar lo mantuvieron por ocho meses, en los que tuvo que ingerir los medicamentos como si en realidad estuviera enfermo. El supone que fueron esos fármacos que le obligaban a tragar los que evitaron el contagio, o quizá la mano de Dios.
Allí corroboró la estrategia de sus verdugos, quienes solo se interesaban en impedir la huelga de hambre, y quizá, y a no tan largo plazo, que se contagiara con la enfermedad y que finalmente muriera.
El año pasado, el reeducador le hizo saber de su ruta progresiva de libertad, y le aseguró que saldría ese mismo año, pero ya estamos en 2017. Recientemente el oficial Ochoa, segundo jefe de archivo, le envió otra ruta progresiva, donde se advierte que cumple su sanción en junio de dos mil diecinueve. Cuando Santovenia averigua, le dicen que la culpa era de aquella huelga de hambre que hizo en 2001, y que por esa huelga le habían sido retiradas las rebajas de los dos meses anuales que toca a cada preso. Su esposa tiene un escrito de Galindo, el entonces director del penal, donde se garantiza que no le sería aplicada ninguna medida por aquella huelga.
Un oficial que sabe de los abusos, le hizo saber que el actual director del penal de Agüica, Emilio Cruz Rodríguez, sacó de su expediente las rebajas. Esa es su venganza por no haberlo podido “ablandar” con sus torturas psicológicas ni con el intento de enfermarlo con tuberculosis, mucho más si Santovenia, como el primer día, continúa firme en sus ideas de Libertad y Democracia para nuestra patria.
“Yo no vine a Cuba ebrio, por embullo ni por ninguna paga. Vine porque soy anticomunista y un hombre de ideas libres, y mi mayor anhelo es ver a mi patria libre y democrática, como el país que me acogió a mis catorce años y donde aprendí a ser libre”, así habla Santovenia, quien asegura que a pesar de su agradecimiento a los Estados Unidos, nunca se hizo residente permanente ni tampoco ciudadano de ese gran país. Él asegura que su gran sueño era regresar al suyo cuando tuviera un gobierno democrático.
También asegura que aunque tenga que cumplir su condena hasta el último día, que las últimas noticias aseguran será en el 2021, no hará ninguna concesión. Este hombre que tiene un hígado graso y una giardiasis crónica, que sufre de una hernia hiatal, de una esofagitis distal, de una piel actínica y otras enfermedades, todas adquiridas en prisión, no cesará en su lucha por la libertad de Cuba.
Santovenia es un hombre de sesenta años, y esos malestares se agudizan en su delicado cuerpo; pero los tiranos no reconsideran, no renuncian a sus pérfidos procedimientos, no deciden liberarlo, aunque ya lleve veinticinco años en prisión. Este hombre ya pagó diez veces más que aquellos que asaltaron el Cuartel Moncada en 1953, esos hombres que sí dispararon y mataron. Por eso habrá que seguir exigiendo la liberación de este buen hombre para que vuelva a vivir libre y con los suyos.