LA HABANA, Cuba – Durante mi reciente estancia en Miami, tuve la oportunidad de ver la transmisión del segundo debate de los miembros del Partido Republicano que aspiran a ser nominados por esa formación política a la Presidencia de los Estados Unidos. Me sentí como si hubiese arribado a otro planeta.
Yo acababa de llegar de Cuba, un país en el que resulta impensable un evento de esa naturaleza. La idea misma de que los ciudadanos puedan expresar preferencia por uno u otro aspirante o de que se identifiquen con los planteamientos programáticos enarbolados por este o aquel de ellos, provoca un rechazo visceral en la dirigencia castrista.
Como bien se sabe, en nuestro país existe un solo partido con un programa único. Pese a la evidente inoperancia de los “Lineamientos”, a los jerarcas comunistas les parece inconcebible que algunos de sus militantes critiquen ese mamotreto o enarbolen públicamente ideas alternativas. Para nominar candidatos, existen unas comisiones nombradas por los mismos jefes. Para cada cargo a cubrir, ellas proponen a una sola persona.
Se trata, pues, de la verdadera dictadura perfecta, y esto a pesar de que los “opositores leales” de Cuba Posible pretenden que ese único organismo político legal represente a toda la ciudadanía. Algo así como si, en tiempos de Hitler, alguien hubiese propuesto que los nazis se convirtieran en voceros de todos, desafectos y judíos incluidos.
Volviendo al gran país del Norte, sólo nos queda envidiar el empoderamiento del que disfrutan sus ciudadanos, el cual permite que la voz de cada uno de ellos sea tomada en cuenta durante todo el largo proceso electoral. Lo anterior, como es natural, incluye el derecho de los votantes a equivocarse al hacer su selección. Algo mil veces preferible a que sea una pequeña cúpula dinástica la que decida –y yerre– por todos, como pasa en Cuba.
Una pifia de esa naturaleza parecen estar cometiéndola los republicanos recalcitrantes, al mantener como candidato más favorecido –y por un amplio margen, según las encuestas– al impresentable xenófobo y extremista Donald Trump. Según todo indica, su ventaja se debe en buena medida al considerable número de aspirantes que pertenecen a la corriente central de ese partido.
En el debate principal hubo nada menos que once participantes; a ellos habría que sumar otros cuatro que lidiaron entre sí en un horario de menor teleaudiencia. En verdad, su número parece excesivo, pero si me pusieran a escoger entre algo así y la opacidad del tenebroso sistema totalitario cubano, aplicaría sin dudarlo la sabiduría del dicho popular: Vale más que sobre y no que falte.
Sobre este mismo tema del segundo debate presidencial republicano he tenido acceso en CubaNet al trabajo publicado por el colega y compatriota Miguel Saludes, exiliado desde hace años en Estados Unidos. Confieso que, al leerlo, pensé por un momento que él estaba refiriéndose a un evento distinto al que tuve la ocasión de ver por el canal de la CNN.
Ante todo, lamento que él no haya prestado atención a lo que considero esencial: los valores democráticos puestos de manifiesto en la discusión; algo que quizás se deba a su larga estancia en ese país, donde eso se da por sentado. Pero también disiento de su apreciación de los resultados del debate, que él califica como “poco convincente”. Por ejemplo, ni siquiera menciona a la que, según la generalidad de los especialistas, con los cuales coincido, fue la gran ganadora: la única mujer, Carly Fiorina.
Tampoco a los aspirantes de origen cubano: Ted Cruz, quien tuvo un desempeño digno; y –sobre todo– Marco Rubio, que se desenvolvió de manera sencillamente brillante; aunque yo le sugeriría no tratar de hacer más chistes con el asunto del agua, que lo hizo tropezar durante la respuesta republicana al mensaje sobre el estado de la Unión del presidente Obama.
Entre los omitidos por Saludes se cuentan también el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que asimismo anduvo muy acertado. Sí menciona a otro de los que más se destacó: Jeb Bush, hijo y hermano de anteriores jefes del Ejecutivo. Como se trata del gran candidato del establishment republicano, cabe suponer que, tras demostrar sobradamente su “presidencialidad”, comience a recuperar posiciones en las encuestas.
Pido a los lectores de CubaNet que disculpen que yo, un extranjero no especializado, haya incursionado en este tema. Pero creo que justamente por ser forastero y por vivir bajo el totalitarismo, puedo ofrecer una perspectiva diferente de este importante tema.