MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Tras prolongada espera por su celebración fue clausurado el Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba. El evento que trajo no pocas esperanzas y frustraciones, consiguió centrar una vez más la atención sobre la isla.
Aunque las expectativas sobre cambios en el sistema que impera desde hace medio siglo quedaron sin justificar, cabe preguntarse si es válido afirmar que todo se mantiene exactamente igual y si en verdad se está iniciando un proceso, que lenta pero inexorablemente, desembocará en la democratización de la sociedad cubana.
Resulta curiosa la perspectiva que algunos analistas ofrecen de Raúl Castro como el reformista que emprende una batalla contra una vieja guardia reacia a los cambios, olvidando que el sustituto de Fidel es componente principal de ese achacoso batallón. Es indudable que la vieja generación encabezada por el actual jefe de las Fuerzas Armadas, marcada por la presencia alejada de Fidel Castro, no está en disposición de emprender una transformación profunda. Pero el desarrollo de los acontecimientos en un mundo que no es estático- para bien o para mal- y el cumplimiento de la misma ley de la dialéctica marxista que el castrismo sustenta en teoría pero no en la práctica, obligan a dar pasos.
El finalizado Congreso tuvo objetivos concretos y cerrados. El principal fue la entronización de Raúl Castro como figura absoluta, cerrando la etapa fidelista. La presencia del Comandante en el cónclave estuvo dirigida a ese fin y su accionar quedó en unos exagerados aplausos en apoyo de su hermano, quedando claro que las riendas del mando cambiaron de mano.
Otro propósito del enroque castrista estuvo dirigido a ratificar el plan económico contenido en el llamado “Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución”. El tema medular de la reunión partidista dejó entrever las serias contradicciones que arrastra el régimen totalitario.
Mientras Machado Ventura, segunda figura en importancia en el ruedo partidista, abogaba por racionalidad, el flamante primer secretario dirigió una fuerte crítica contra el modelo excesivamente centralizado y la gestión empresarial vigente en el país, mecanismos que pervivieron durante décadas bajo la dirección del Comandante. El señalamiento crítico expuso los hechos pero obvió las causas. Si los cuadros se acostumbraron a que todo se exigiera y resolviera desde arriba, que otros pensaran por ellos y a mantener una participación pasiva, se debe precisamente al sello que impuso el Jefe, vuestro Jefe, el papá de todos los cubanos. El propio Raúl apuntó sobre la alergia que se desarrolló ante el riesgo de tomar decisiones. De sobra sabemos las razones que provocaban esa reacción alérgica.
Al hacer referencia a los planteamientos de Fidel Castro durante la lectura del Informe Central del Primer Congreso del Partido en diciembre de 1975, Raúl dijo que entre los errores señalados entonces estuvo el desconocimiento de leyes económicas objetivas que no debían ser ignoradas. Según afirmó el General, aquellas recomendaciones del líder quedaron desatendidas por los burócratas a los que responsabiliza por su no implementación. Cabe preguntarse cuánta parte de culpa puede ser repartida entre él, los históricos que siguen en sus cargos y quien aconsejó la receta hace casi cuarenta años.
La historia pretende repetirse. El dirigente comunista reconoció que se dejaron fuera de discusión 45 lineamientos propuestos por la población por ser contradictorios a la esencia de ese socialismo tropical que pide a la gente sean solventes y productivas sin abandonar los parámetros de pobreza normados por un régimen que no ha sido económicamente próspero ni fructífero. Se mantiene el discurso sobre la propiedad y el rechazo a la concentración de riquezas, sin deslindar diferencias del origen o indicar soluciones que lejos de provocar un rencor improductivo, estimulen la gestión ingente de empresarios privados y del trabajo particular.
Como punto novedoso del finalizado Congreso quedó la limitación a dos períodos de mandato al frente del Partido, para un total de diez años en caso de reelección en el cargo. La propuesta se atiene a una realidad que se cumple para todos los que hoy integran la “renovada” dirigencia. Sin embargo restringir el tiempo de mandato al frente de una organización resulta una medida poco relevante si el tope queda circunscrito a cuestiones de orden interno del organismo en cuestión. El problema no radica en si el secretario de un partido será electo por diez o más años, sino que el elegido lo sea además para gobernar los destinos de una nación en virtud de los votos de sus seguidores ideológicos y no por la voluntad ciudadana, situada a la merced de los arranques de una cúpula de poder que decide según las conveniencias del grupo afiliado por el mismo criterio político.
Raúl Castro aclaró que la misión, la última que le toca cumplir, es compleja y no podrá ser resuelta en un día. Manifestó que los resultados comenzarán a verificarse al menos dentro de cinco años. Plazo en el que quizás los responsables de hoy ya no estén en condiciones, o ni siquiera estén, para rendir cuenta por los resultados de sus disposiciones.
Por ahora las miras quedan fijas en una nueva reunión. Bajo el sugerente eslogan de cambiar todo lo que deba ser cambiado quedó convocada la Conferencia Nacional que tendrá lugar el 28 de enero del 2012 coincidiendo con el natalicio de José Martí. Al parecer el plato fuerte de ese evento será la designación de los nuevos rostros para la sucesión inminente. Todo siguiendo la estrategia trazada en un proceso de ajustes, y no de cambios como algunos aventuran pronosticar, que busca solidificar la supervivencia del régimen autocrático en Cuba.