LA HABANA, Cuba. – A propósito de la reciente visita a Cuba de Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), salieron a la palestra múltiples detalles acerca del trabajo del movimiento deportivo cubano. Sin embargo, nada se habló sobre esa especie de desaguisado histórico que acompaña a la fecha en que surgió el Comité Olímpico Cubano (COC).
Quiso el azar que el Comité Olímpico Cubano surgiera el 13 de agosto de 1926. Es decir, el mismo día en que venía al mundo en la localidad holguinera de Birán Fidel Castro Ruz. Es como si el devenir del COC estuviese condenado a emparentarse con la existencia del hombre que cercenó su autonomía, y que terminó dirigiendo los hilos del deporte en la Isla como se administra una finca privada.
Una cosa es el plano teórico, y otra bien distinta la realidad. Porque está establecido que el COC es una entidad no gubernamental, lo que equivale a reconocer su autonomía con respecto a los centros de poder. Mas, a partir de 1959, cuando Fidel Castro se hizo con el poder, se las arregló para colocar al frente del olimpismo cubano a figuras más dedicadas a garantizar la adhesión política a su régimen ―o lo que es lo mismo, la no aspiración a la autonomía― que a desarrollar el espíritu olímpico entre nuestros atletas. Ejemplo de ese directivo plegado al poder lo fue Manuel González Guerra, presidente del COC entre 1963 y 1997.
Si tuviéramos que destacar los hechos más significativos que marcaron la interferencia de Castro en la labor del COC, habría que empezar a hablar de las dos olimpiadas en las que el máximo líder decidió que Cuba no asistiera.
Primero fue la Olimpiada de los Ángeles en 1984. El gobernante cubano, en sintonía con sus socios moscovitas, decidió boicotear esos juegos como represalia por la no asistencia de varias naciones de Occidente a la Olimpiada de Moscú en 1980. Esa actitud del mundo occidental estuvo motivada por la agresión soviética a Afganistán en 1978. No obstante, y como quiera que los comités olímpicos de esas naciones occidentales eran autónomos, muchos atletas pudieron participar en Moscú 80 aun sin el visto bueno de las autoridades políticas de sus países.
Después, en 1988, Castro impidió que Cuba participara en la Olimpiada de Seúl. En esta ocasión mediante un alarde de solidaridad con esa especie de dinastía medieval que constituye Corea del Norte. Hay que decir que en esta oportunidad el boicot castrista no fue secundado por casi ningún país, pues la mayoría de las naciones que construían el “socialismo real” acudieron a la cita olímpica coreana.
El tercer episodio de la intromisión de Fidel Castro en el accionar del Comité Olímpico Cubano tuvo lugar en 2002, cuando a los deportistas de la Isla se les prohibió participar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se celebraron en la capital salvadoreña.
Dos años antes, durante la Cumbre Iberoamericana de Panamá, el entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, le había dicho al gobernante cubano una verdad que su egolatría no podía asimilar: “Hemos tenido mucha paciencia con usted, señor Castro, porque usted tiene las manos manchadas con la sangre del pueblo salvadoreño”. Fue suficiente para que el dócil COC declarara que Cuba no iba a esos juegos debido a “razones de seguridad”.
Y ahora, cuando la Isla recibe a Thomas Bach, el gobernante Miguel Díaz-Canel declara que “Fidel siempre planteó, desde el triunfo de la Revolución, al deporte como derecho del pueblo”.
Pero a lo que no se refirió el heredero de los Castro fue a la nada despreciable cantidad de deportistas cubanos que vieron pasar sus mejores momentos sin poder participar en citas donde tenían posibilidades de triunfo. Todo por la soberbia del indeseado “hermano mellizo” del Comité Olímpico Cubano.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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