MIAMI, Estados Unidos.- El Museo Americano de la Diáspora Cubana (American Museum of the Cuban Diaspora) acaba de inaugurar una muestra capital de las artes plásticas: Baruj Salinas 1972-2022, que permanecerá abierta hasta el 14 de agosto. No dudo se vuelva un eventual sitio de peregrinación para disfrutar la dispensa excepcional de ver, bajo un mismo techo, medio siglo de esta obra que honra la cultura que se originó en la isla y se ha esparcido, como el resplandor que la denota, por otros confines de la Tierra.
Ostento el privilegio de la amistad de Salinas desde mi arribo al exilio, principios de los años noventa, justo cuando comenzaba su segundo período creativo en la ciudad de Miami, donde ha residido hasta el presente.
Por entonces recuerdo haber reseñado una de sus exposiciones que especulaba de manera fascinante sobre la filigrana que tejen las pencas de palmas movidas por el viento, fulgurantes de color y melancolía.
A principios del siglo XXI, Salinas integró la facultad del Miami Dade College, institución universitaria que ambos compartimos en ocupaciones laborales. Desde entonces, hasta nuestros días, ha formado hornadas de potenciales artistas en sus aulas. He sido testigo de cómo sus alumnos se vanaglorian de tener profesor tan famoso y culto quien, sin embargo, se manifiesta con una humildad virtuosa.
Esta reciente muestra de Baruj Salinas, curada minuciosamente por Adriana Herrera, nos coloca como espectadores excepcionales en el centro de una galaxia insospechada.
Es como flotar en la ingravidez estética. Donde quiera que dirijamos la mirada se sugiere una respuesta al misterio de la creación y de su finitud.
A veces nos asomamos a estas ventanas poéticas mediante el vértigo de una caída insondable. Mientras otras composiciones se salen de sus respectivos marcos para congeniar con nuestra propia conmoción interna.
La experiencia Salinas es un compromiso con la naturaleza cambiante, su combustión y renacimiento eternos.
Jorge Luis Borges gustaba decir que en El Corán no aparecían camellos porque no había necesidad de subrayar lo que el importante libro representa y podía, por tanto, prescindir del llamado “color local”.
Salinas tampoco tiene necesidad de artificios étnicos y la universalidad se le da de modo natural, sin forzar sus trazos que solo especulan con los valores estéticos de reflexiones superiores a las apariencias.
El ensayo de Adriana Herrera que suscribe la muestra, repasa leit motivs como mares, islas, archipiélagos, arrecifes, que el artista ha cultivado ex profeso, tal vez hurgando en el subconsciente de exiliado por algún tropo de la vapuleada isla que no ha dejado de flotar en sus quimeras.
Baruj Salinas es un explorador intelectual en el uso esmerado de su arte. Esencialmente el humanista libre paradigmático que ha logrado integrar vastas inquietudes expresivas personales a otras manifestaciones fundamentales en diversos contextos de la cultura universal.
Entre los aliados que dan fe de tal fusión figuran personalidades de muy alto rango imaginativo como María Zambrano, José Angel Valente, José Kozer y Michel Butor.
Todos puntualizaron lo extraordinario en las abstracciones de Baruj Salinas, dictadas por una apertura intuitiva, seguida de la manipulación, según ha explicado el artista sobre su arte poética. La obra final, por otra parte, manifiesta el valor de la sagrada libertad de expresión, como concepto ineludible de la existencia.
Durante la inauguración de la muestra que ha contado también con el concurso del Miami Dade College, una señora se me acercó para decirme que cierto cuadro que ambos observábamos era como “una explosión”.
Quiero imaginar que cada uno de los numerosos asistentes allí convocados se detuvieron ensimismados ante los cuadros magníficos de Salinas para recibir y agradecer similares inspiraciones, cercanas al efecto que causa la poesía, que puede prescindir de las explicaciones para seducirnos con su belleza.
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