LA HABANA, Cuba.- Cuando el pasado viernes 9 de septiembre, el canciller cubano Bruno Rodríguez, al presentar la nueva propuesta de resolución contra el embargo norteamericano destinada a ser debatida y votada en la Asamblea General de las Naciones Unidas, aseguró que en el último año las sanciones unilaterales de los Estados Unidos han costado a la economía cubana mucho más de cuatro mil millones de dólares, no pude menos que volver a preguntarme como todavía gobiernos y clases políticas democráticas del mundo tratan como gobernantes serios a los jerarcas de La Habana.
No resulta secreto para nadie que la colapsada economía cubana está muy lejos de poder generar cifras multimillonarias de ingresos, mucho menos dependiendo de una supuesta relación entre ambos vecinos que hace mucho tiempo no existe. Los gobernantes cubanos son incapaces de reconocer la reducción estrepitosa de sus renglones exportables, al punto de verse obligados a vender la fuerza de trabajo profesional y especializada a otras naciones. Las autoridades de la Isla tampoco se atreven a aceptar que las remesas provenientes de los Estados Unidos constituyen un altísimo porciento de las divisas frescas y seguras que entran al país.
El canciller castrista volvió a repetir la misma cantinela que hace un cuarto de siglo trata de justificar con el embargo norteamericano el retraso y la inviabilidad de la economía cubana, sin embargo en las últimas décadas muchos países de varios continentes han logrado considerables cotas de desarrollo y estabilidad económica a pesar de enfrentar enormes retos y desventajas de todo tipo.
Los gobernantes cubanos olvidan a conveniencia varios elementos fundamentales para este análisis. En primer lugar siempre asumieron a las relaciones económicas y comerciales de Cuba con los Estados Unidos como culpables de los supuestos problemas socioeconómicos de la Cuba pre castrista, a pesar de que esa era una economía solvente y en expansión y que como indican los datos recogidos en los anuarios estadísticos publicados por las autoridades de La Habana, en los cincuenta y seis años de república solo en dos la balanza comercial de Cuba fue desfavorable.
Por otra parte el máximo líder Fidel Castro, en época tan temprana como el 5 de mayo de 1958, envió esta carta que en mi criterio constituye una inequívoca prueba y lección histórica:
“Celia:
Al ver los cohetes que cayeron en casa de Mario me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando termine esta guerra va a comenzar para mí una más larga y difícil, la guerra que voy a echar contra ellos. Me he jurado que ese va a ser el destino de toda mi vida”.
Tendría que explicar el nonagenario autócrata cómo él pensaba ser a la vez enemigo acérrimo y privilegiado socio comercial del mismo país.
De igual manera tendrían explicar como pretendían mantener relación económica normal con un país después de despojar, sin pagar un centavo, a sus ciudadanos y empresas de todas sus propiedades e inversiones legalmente establecidas en la isla.
Durante mucho tiempo, sobre todo en la década de los años sesenta, el discurso político del máximo líder se fundamentaba en la promesa de construir una economía y una sociedad mucho más prospera y equitativa que la de los Estados Unidos, librede cualquier indeseable vínculo o dependencia con el vecino del norte; mientras hoy, según afirman todos nuestros males y carencias son responsabilidad de ese prolongado desencuentro,
Por último, hoy las autoridades cubanas y sus voceros, tan preocupados por el embargo, olvidan que hace varias décadas Fidel Castro literalmente se burlaba del mismo, sintiéndose seguro de sus privilegiadas relaciones con la extinta Unión Soviética y el desaparecido bloque socialista del Este.
En la larga entrevista concedida por el expresidente cubano en 1984 al periódico mexicano Excélsior, respondiendo una pregunta sobre el tema, Castro utilizó una frase popular cubana al afirmar que “no íbamos a cambiar la vaca por la chiva”, argumentando de esta manera que los vínculos económicos establecidos con sus camaradas ideológicos eran mucho más beneficiosas e insustituibles por una posible relación comercial con el vecino del norte.
Acto seguido, ante la interrogante sobre los posibles efectos negativos del embargo norteamericano, aseguró: “Lo hemos vendido todo, no hemos vendido más porque no hemos tenido más”.
Solo cuando desapareció el Bloque del Este y quedó en evidencia de qué manera el alto liderazgo de La Habana había dilapidado el copioso subsidio soviético, echaron mano nuevamente al embargo para justificar su retraso e incapacidad.
El desastroso manejo de la economía que han mostrado a lo largo de su dilatada hegemonía los gobernantes cubanos nos indica, sin lugar a dudas, que una relación económica normal con el vecino del norte hubiera redundado en la dependencia que tanto les asusta y en un endeudamiento monumental y de seguro insoluble.
A los gobernantes cubanos y sus defensores les encanta calificar al embargo como “bloqueo”. Habría que ver cómo es posible para un país bloqueado llenar continentes de guerrillas y tropas regulares especializadas en inmiscuirse en cuanto conflicto ajeno pudieron participar.
Los argumentos oficialistas sobre el embargo se fundamentan en principios de origen fascista, como la utilidad del enemigo externo y la certeza de que una mentira muchas veces repetida puede convertirse en verdad. Sin embargo ni la intensidad de la campaña, ni el tantas veces repetido papel de inocente víctima podrá enmascarar el fracaso total de un modelo de poder y convivencia cada vez más rechazado por los cubanos, quienes demuestran de diferentes maneras su creciente hastío frente a un sistema erigido contra el humanismo y la dignidad.
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