(Basado en una historia real).
SANTIAGO DE CUBA.- Un día del mes de diciembre de 2018, en la oficina del director del Hospital General Juan Bruno Zayas, en Santiago de Cuba. A un lado del buró, el Teniente Coronel Alejandro, agente de la Sección 21 del llamado Departamento de la Seguridad del Estado, DSE; del otro lado, el cirujano Julián.
—Doctor, he venido a verle porque sabemos que la Revolución puede confiar en usted. Una de las razones por las que siempre aprobamos sus misiones y sus viajes al extranjero cuando le invitan a eventos científicos es porque estamos claros de que usted es un revolucionario a toda prueba. Hoy la Revolución le necesita y queremos saber si podemos contar con su ayuda.
—Si está a mi alcance, puede contar con mi ayuda. ¿De qué se trata?
—Claro que está a su alcance. Sabemos que usted tiene cierta amistad con un sujeto muy peligroso, enemigo de nuestra patria. Un agente al servicio de enemigo…
Alarmado, el médico interrumpe.
—No sé de quién me habla. No tengo relación alguna con ningún enemigo de nuestra patria.
—Déjeme terminar. Quizás usted no conozca bien a que se dedica este sujeto. Pero le aseguro que es un mercenario que busca destruir los logros de la Revolución, y entregar a Cuba en manos del Imperialismo yanqui. Le estoy hablando de José Daniel Ferrer…
—¡Ah! Sí, claro que conozco a Ferrer, pero lo he tratado muy pocas veces y le conocí por un amigo común. Aunque no comparto sus ideas políticas me parece un hombre correcto e inteligente. No creo que sea un enemigo de nuestra patria. Y le repito, no comparto sus ideas políticas.
—¡Doctor! La cosa no es tan sencilla como parece. Esa es la cara buena que él le ha mostrado. Este hombre es un monstruo y no tiene amigos. Solo le interesa el dinero de los americanos para darse buena vida y gastarlo con mujeres. Se dedica a desprestigiar el buen trabajo de nuestros médicos y a criticar las misiones médicas en el extranjero. ¡Usted sabe cuántas vidas hemos salvado en países donde las personas mueren por falta de recursos para pagarse una consulta médica! Usted sabe que debido al bloqueo de los yanquis, los médicos y todos los cubanos sufrimos privaciones económicas. Esas misiones son muy importantes para la economía del país y para ustedes los profesionales de la salud. Su esposa y sus hijas, y su madre, necesitan que usted pueda salir al extranjero. Usted pudo terminar su casa y celebrarle los quince a su hija Yissel gracias a sus viajes al extranjero. Hay personas en este hospital que se preguntan: ¿cómo es posible que usted, relacionándose con un sujeto enemigo de la revolución, porque le han visto aquí, visitándole, viaje a eventos en Europa y otros países? Yo he sido el primero en defenderlo, porque conozco su historial, pero si usted no abre los ojos y comprende lo peligroso que es este delincuente no podré ayudarle, y se verá en situaciones difíciles, por una persona que no lo merece.
El médico sintió cierto deseo de responder enérgicamente a las mentiras y a las veladas amenazas del agente de la policía política, pero recordó a su anciana madre, y las medicinas y alimentos caros que ella necesita; pensó en las carreras universitarias de sus hijas: la mayor estudia derecho, y la menor quiere seguir sus pasos en la medicina. Calculó, de manera relámpago, cuánto cuesta mantener debidamente a la familia. Pensó en las varias historias de colegas que sufren en la más profunda miseria por decir lo que es peligroso expresar en una nación como Cuba. La sangre que le había aflorado momentáneamente al rostro fue volviendo a donde debía mantenerse. Haciendo un enorme esfuerzo para aparentar tranquilidad y controlar su conciencia, expresó:
—Oficial, comprendo todo cuanto me dice. Dígame en que puedo ayudarle. La Revolución siempre podrá contar conmigo. Y cuando Ferrer ha venido acá, es por asuntos médicos de su familia. Yo nunca he hablado con él de política. Lo mío es mi trabajo. Hacerlo bien y que mis pacientes queden satisfechos.
—Gracias compañero. Sabía que podíamos contar con usted. Mire, necesitamos que converse más a menudo con Ferrer. Llámele este fin de semana, invítele a conversar. Con mucho cuidado pregúntele como ve lo del referendo a la Nueva Constitución. Dígale que a usted le parece que de los debates que se están haciendo pueden salir cosas positivas. Que hay que tener paciencia y trabajar la vía legal. Que usted ve que en lo político van a ir ocurriendo cambios graduales, igual que se viene haciendo en lo económico. Explíquele que no vale la pena arriesgarse a ir a prisión, con lo difícil que es eso, por desesperarse y no aguardar pacientemente que las cosas maduren. Dígale que usted comparte muchas de sus preocupaciones y que está con él. Arguméntele que se preocupa por lo que le pueda pasar a él y a sus hijos. Que es mejor que esté junto a su familia. Que la familia le necesita. Que no se meta en tantos problemas y que trate de rodearse solo de personas confiables. Que es mejor tener pocos seguidores buenos que muchos malos… Y muy importante también, averigüe quienes son los médicos que se relacionan con él. Nombre y apellidos de médicos y otros trabajadores de la salud que se vinculen con él.
A partir de ahora usted para nosotros se llamará Carlos, por ese gran médico que fue Carlos J. Finlay. Anote mi teléfono —le muestra al médico un número de teléfono móvil anotado en un trozo de papel blanco rectangular—. Ya yo tengo el suyo. Y cuando acuerde el encuentro con Ferrer me dirá la hora y el lugar. Debe ser en un lugar público, un restaurante, o bar del centro de la ciudad. Deje que lo escoja él si quiere, es muy desconfiado, pero insista en que debe ser por el centro, para que no se le haga difícil con el transporte. Ah, y cuando hablemos de Ferrer, no mencionaremos su nombre. Para usted y para mí él se llamará Aníbal… ¡Usted le va a prestar una gran ayuda a la Revolución y al Partido de nuestro Comandante en Jefe!
El médico sentía un tornado en su cabeza. Pensaba en su familia, en su modesto bienestar. En las carreras de sus hijas, en los alimentos y las medicinas de la anciana madre. Pero nada dijo. Estrechó la mano que le tendía aquel individuo que trabaja para la Seguridad de la tiranía y en contra de los derechos del pueblo, y expresó:
—De acuerdo. Lo haré como usted dice.
Y así nació el aún activo agente “Carlos”. Otras “misiones” parecidas, y peores, le han encomendado. Nunca me ha explicado la verdad. Le he facilitado las cosas para que abra su corazón, pero prefiere los viajes al extranjero, la “estabilidad” de la familia y la “tranquilidad” laboral a hacer lo correcto y estar en paz con su conciencia. Lo último que le ordenaron fue despertar en mí sospechas sobre un buen activista.
(El nombre que aquí empleo no es el real. Esta historia es un llamado a la conciencia de los muchos agentes “Julianes” que tenemos desde San Antonio a Maisí. El peor daño se lo hacen a sí mismos).
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