LA HABANA, Cuba. ─ Recuerdo los tiempos de mi lejana adolescencia, en la segunda mitad de los años cincuenta del pasado siglo. En aquella época leíamos constantes noticias sobre los éxitos alcanzados por la Unión Soviética en la carrera espacial. Veamos algunas de las más importantes.
De inicio —en octubre de 1957—, fue el primer “Sputnik”. Se trata de un vocablo ruso que significa “satélite” y que adquirió carta de ciudadanía en todos los idiomas, pues aquel artefacto fue en verdad el primero de carácter artificial que orbitó la Tierra.
Un mes más tarde, fue el primer ser vivo que viajó al espacio: la perra “Laika” (“Ladradora”). Para indignación de las sociedades protectoras de animales de todo el mundo (menos las del “campo socialista”, claro), “Laika” pereció achicharrada en órbita (aunque los informes oficiales prefieren un eufemismo: “sobrecalentamiento”).
Pero esto se supo más tarde. De inicio, se informó que, ante el inminente agotamiento del oxígeno destinado a mantener la vida del animal, se optó por “aplicar la eutanasia”. Se trata de uno de los pocos perros del mundo que cuentan con un monumento erigido en su honor. En este caso, junto al Centro de Investigación Militar que preparó su vuelo al espacio.
Años más tarde —en agosto de 1960— “Belka” y “Strelka” (“Blanquita” y “Flechita”), dos perras callejeras, tuvieron más suerte y sí retornaron a la Tierra. De regreso en suelo firme, disfrutaron durante años de una vida privilegiada, que incluía paseos propagandísticos que realizaron por toda la geografía del inmenso país.
Y desde luego, llegado el momento de hablar de humanos, no podemos dejar de mencionar a Yuri Gagarin, que en abril de 1961 se convirtió en el primer cosmonauta de la historia. Resultó ser el escogido para el vuelo no sólo por su condición de ruso (los de otras etnias del multinacional país quedarían para más adelante), sino también por su baja estatura. Al ser menor y más ligero, se hizo más fácil instalarlo en la reducida cápsula destinada a ese fin.
Toda esta serie de hitos pusieron al “rojerío” internacional en un estado de verdadera exaltación, rayano en el delirio. Para los comunistas de todo el mundo, la circunstancia de haber sido la URSS el primer país en alcanzar los mencionados logros constituía una prueba irrefutable de la supuesta superioridad del “socialismo” por sobre el “capitalismo explotador”.
Los últimos sucesos que he narrado fueron posteriores a la trepa al poder de los castristas. Todavía se escuchaba la retórica mentirosa de “una revolución más verde que las palmas”. Pese a ello, la propaganda oficialista cubana, primero de forma vergonzante, después con desparpajo, presentaba esos acontecimientos (y, sobre todo, el vuelo de Gagarin) como una demostración de la superioridad de la URSS sobre Estados Unidos.
En aquellos tiempos, el error de los líderes de la superpotencia occidental radicó en no haber prestado atención, de inicio, a las posibilidades que, desde el punto de vista de la ciencia, la tecnología y hasta de la simple propaganda, ofrecía la carrera espacial. Una vez rectificada esa equivocación, nuestro gran vecino norteño puso sus miras en realizar el primer vuelo tripulado a la Luna.
Ese empeño condujo pocos años más tarde —en julio de 1969— a un logro de importancia histórica universal: el primer vuelo tripulado a la Luna. Se trató de una verdadera hazaña, de la cual —por cierto—, el dictador cubano consideró pertinente no permitir que sus súbditos se enteraran. De hecho, cuando en septiembre de 1970 la misión soviética Luna-16 logra retornar a la Tierra trayendo muestras de nuestro satélite natural, la propaganda castrista insinuó que ese (y no el de los viajes tripulados) era el camino correcto a seguir para la conquista del cosmos.
Pese al más de medio siglo transcurrido desde el histórico viaje de la Apolo-11, ningún otro país ha logrado repetir la hazaña de los norteamericanos Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins. Y esto no debe haberse debido a la falta de deseos, pues no son pocos los estados que intentan alcanzar logros en la carrera espacial.
Todas estas remembranzas vienen al caso a la luz de la información que se transmitió este martes sobre los últimos recién llegados a la Estación Espacial Internacional (EEI). Se trata del director de cine Klim Shipenko y la actriz Yulia Peresild, quienes llegaron acompañados por Antón Shkaplerov, cosmonauta al servicio de la agencia Roscosmos.
De acuerdo con lo que se ha divulgado, ambas personalidades del séptimo arte deberán permanecer en la EEI durante una docena de días. En ese lapso está previsto que filmen 40 minutos de escenas que puedan ser incluidas en una película proyectada, que llevará por nombre “Vyzov” (“El desafío”). La cinta aborda el tema de una médico que debe viajar al espacio para salvar a un cosmonauta que no puede regresar a la Tierra.
De esta forma, los cineastas de la Rusia de Putin se adelantan una vez más a la NASA; y también a la empresa SpaceX, propiedad de Elon Musk. Estos estaban evaluando enviar al cosmos al destacado actor Tom Cruise y al director Doug Liman, con el mismo fin de rodar en el espacio escenas de una película.
Quienes admiramos la gran democracia del Norte y su formidable industria cinematográfica, quienes estamos de acuerdo con el gran Cabrera Infante (quien, en tiempos de intensa admiración de la intelectualidad hacia el cine europeo, no se escondía para proclamar que la meca del séptimo arte radica en Hollywood), lamentamos que los realizadores rusos se hayan adelantado en este punto a los de la soleada California.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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