MIAMI, Estados Unidos. – “El destino de Cuba necesariamente tiene que pasar por una conciliación entre todos los cubanos. No puedo concebir que los cubanos vivamos enfrentados con otros cubanos y que la política sea el rasero que separe a un cubano de otro, creo que todo lo que se pueda hacer por obtener esa conciliación es necesario, porque la patria no es de nadie, la patria es de todos los cubanos, estén donde estén, aunque hayamos sido arrastrados Como polvo en el viento”. La idea fue expresada por el escritor Leonardo Padura durante el lanzamiento de su más reciente novela en Zócalo de la capital mexicana. Coincido plenamente con ella. También cuando Padura afirma que el diferendo entre Estados Unidos y Cuba se encuentra en su el punto más bajo con la actual administración norteamericana.
Lejos de aquellas jornadas de enfrentamientos verbales, encontronazos diplomáticos y amenazas de agresiones directas, ahora la retórica confrontativa entre las dos orillas se desenvuelve en un terreno más burdo. Esto a pesar de la existencia de relaciones entre ambos países, restablecidas con el gobierno demócrata de Obama y de que la mayoría de los nombres del liderazgo partidista cubano han cambiado sustancialmente debido al paso inexorable del tiempo. Si no fuera por la presión económica de las sanciones que llueven desde el Norte hacia la Isla, las cosas pudieran pasar como una cuestión de maniobra politiquera sin mayores consecuencias. Aunque de ese ingrediente tampoco falta en la retórica.
Durante uno de los últimos mítines de la campaña republicana celebrados en Miami, el actual vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, pidió el voto cubanoamericano para reelegir a Donald Trump bajo el compromiso de mantener las sanciones hacia Cuba cuatro años más. No dijo gobierno cubano, sino Cuba. Y fue correcta su referencia. Porque en verdad quienes están llevando la peor parte de esta política es la mayor parte de la gente común que conforman la nación cubana y no un grupo específico de ella. En otro segmento de su discurso, Pence alegó que esas penalidades solo serían eliminadas cuando la “libertad fuera restaurada y los presos políticos liberados”. Promesas que pueden asegurarle un voto a la dupla republicana para mantenerse un segundo período en la Casa Blanca porque son las que esperan escuchar sus seguidores, pero en verdad para nada funcionales, y mucho menos efectivas. Sería más serio y práctico el abordaje directo de la situación de los presos políticos y su liberación por las vías negociadoras restablecidas, de acuerdo con un análisis realista y serio de esos casos.
Por otro lado, resulta contradictorio que el voto cubanoamericano, no el tradicional que se autocalifica de histórico, sino el que ha ido arribando en estos últimos años y se ha hecho con el derecho a votar al obtener la ciudadanía norteamericana, aplauda un discurso que promete mayores privaciones para sus familiares y amigos en la Isla. Las justificaciones pudieran parecer válidas bajo el repetido cliché de que las restricciones ayudan a evitar que las ganancias generadas por diferentes rubros (el turístico y hotelero entre otros) quede en manos del régimen cubano. Es complejo argumentar desde la experiencia personal para rebatir el error que se esconde tras esas afirmaciones. Primero, estas medidas en nada contribuyen con las libertades ni producen soluciones reales en ninguna parte. Más bien generan el empobrecimiento de los ciudadanos, mientras que por otra parte agudizan el enconamiento, los crispamientos y el atrincheramiento de posiciones. En definitiva, el dinero siempre va a parar a manos de los que están en el poder. Me remito simplemente al ejemplo de la Polonia comunista de los años setenta, que en nada cumplía con los cánones occidentales de democracia y libertades. Se trataba de una nación enclavada dentro del llamado muro de acero comunista y cuya capital, Varsovia, era entonces la sede económica y militar de aquel tratado militar que llevaba su nombre. Cabe preguntarse dónde radicaba la diferencia en benignidad y tolerancia de aquel régimen, bajo cuyas órdenes se había reprimido cruelmente las manifestaciones tempranas en los astilleros de Gdansk, para merecer una política diametralmente opuesta a la que hoy funciona sobre Cuba y que otorgaba a Polonia el estatus de nación favorecida en el comercio con Estados Unidos y unas relaciones bastante abiertas con sus vecinos de la Europa capitalista. Entonces, ni el exilio polaco, y menos aún la inmensa población de su diáspora distribuida en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Francia o Australia, buscó entorpecer o influir negativamente en los asuntos de su país. Incluso, cuando cobró fuerzas el movimiento liderado por Solidaridad, cuya porfía se tradujo en la salida democrática y el ingreso de Polonia al concierto de las naciones “libres” del mundo. En aquellos años grises los polacos gozaban de libertades que en otros contextos eran impensables, mientras que hoy, en plena democracia, muchos amigos desde allí me comentan sus preocupaciones sobre el peligro que se cierne sobre estas bajo una nueva forma de autoritarismo, señalado como de extrema derecha.
Acercándonos de nuevo al tema cubano vale el detenimiento ante esta postura de un grupo numeroso de emigrados pidiendo sanciones para su país de origen. Es curioso que lo hagan aquellos que, habiendo llegado en los últimos tiempos, son los que tienen mayor contacto con la otra orilla. Envían remesas a sus familiares, pagan servicios de celulares o de Internet y viajan con frecuencia llevando recursos deficitarios y de necesidad a los suyos. Contradictoriamente, se manifiestan a favor de unas medidas que les están llevando a ellos mismos a límites extremos. La subida astronómica del precio de los pasajes, derivada no solo de la pandemia, sino de la demanda que produjo el cierre de vuelos chárter al país y la suspensión de vuelos directos a capitales de provincia a las que ahora solo es posible acceder pagando un sobreprecio desde La Habana o en paquetes de viaje con varias escalas internacionales; la absurda trasposición de gestiones consulares, especialmente las que tienen que ver con trámites migratorios, a legaciones consulares norteamericanas situadas en terceros países, para los que hay que invertir más cantidad de recursos a veces solo para que a la persona le denieguen el beneficio o, como ocurre con ganadores de visados de lotería, se vean en la situación de comenzar desde cero los trámites al vencerse el plazo del permiso migratorio ante las trabas incrementadas por los problemas del coronavirus. A esto hay que añadir las limitantes al envío de remesas y tantas otras que lejos de promover el ascenso de una incipiente sociedad de emprendedores independientes más bien la ha paralizado y llevado en muchos casos a la ruina.
En una reciente entrevista realizada por Telemundo 51 al multimillonario Jorge Pérez, fundador del museo de arte que lleva su apellido en Miami y que acogió el foro electoral de Donald Trump celebrado en la ciudad floridana, el empresario de origen cubano manifestó su desacuerdo con el retroceso que ha experimentado la política implementada por Obama hacia Cuba. Lamenta el señor Pérez que además de paralizar un proceso que comenzaba a funcionar no se dio a este ni siquiera tiempo para prosperar. ¿Entonces, para qué se piden cuatro años más? ¿Se trata acaso de la creación de un clima propicio para que la población cubana, desesperada por la situación, se lance a las calles en una hipotética rebelión que obligue a la salida forzada del régimen? Un supuesto no solo condenable por inmoral, sino de consecuencias impredecibles. Porque las personas más bien pudieran optar por cualquier vía migratoria, incluyendo la de lanzarse al mar, como ha ocurrido otras veces, para enrumbar hacia el Norte. La cuestión versaría sobre si esas puertas se abrirían de nuevo para recibir a los emigrantes económicos con todos los beneficios que ahora mismo se les niega a migrantes de otros países. No creo que la respuesta sea positiva, porque, en realidad, el gobierno de Trump, que se ha manifestado abiertamente contrario a la entrada de emigrantes a Estados Unidos y que cada vez pone mayores obstáculos a esa posibilidad, no iría a hacer una excepción a los cubanos y mucho menos restituir la ley de pies secos y pies mojados derogada por Obama. ¿O sí? Tal vez esa interrogante mantenga el aliciente que anima a los cubanoamericanos de última generación a dar su voto al actual inquilino de la Casa Blanca y su promesa de prórroga sancionadora por un nuevo periodo presidencial.
No soy votante de Trump y difiero en muchas de sus actitudes. Para ser contradictorio, creo estar de acuerdo en otras. Pero en la que en nada coincido es precisamente en su política hacia Cuba. Un punto en el que prefiero apostar, como señala Padura y el empresario Jorge Pérez, por la conciliación y a la buena política de negociaciones. Lo contrario, restricciones y sanciones, ciertamente harán más agresiva la vida cotidiana de los que viven en Cuba, pero no conseguirán la llegada de aperturas, cambios ni emancipaciones.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.