LA HABANA, Cuba. – En el ya lejano 1992, una frase se popularizó de modo increíble en la política estadounidense: “¡Es la Economía, estúpido!”. Se trataba de uno de los tres lemas que el jefe de la campaña electoral de Bill Clinton proclamó como los temas centrales para ganar la competencia por la Casa Blanca escenificada aquel año. La expresión alada demostró su validez, y Clinton ganó la presidencia.
He recordado esa expresión de 28 años de antigüedad a raíz de las especulaciones que se arremolinan tras los anuncios hechos por encumbrados jerarcas cubanos acerca de la “inminente” unificación de la moneda nacional. Cabe destacar en particular la comparecencia de este martes, en la Mesa Redonda de la televisión, de Marino Murillo Jorge.
Se trata del Jefe de la Comisión de Implementación de los Lineamientos; porque sí, aunque el país se esté cayendo a pedazos, la alta burocracia del castrismo sigue pensando en términos de los inoperantes “Lineamientos”. Murillo perpetró, junto al vicepremier Alejandro Gil Fernández, una cansona perorata sobre lo que los castristas, inmunes al concepto de lo grotesco, han bautizado, de manera pomposa y ridícula, como “Tarea Ordenamiento”.
Algunas de las frases pronunciadas por el voluminoso mayimbe, despiertan natural inquietud: “eliminación de subsidios y gratuidades”, “ordenamiento monetario y cambiario”, “reforma salarial”. No se trata de expresiones tomadas al azar, sino de los pilares fundamentales de la nueva aventura económica que el castrismo se apresta a iniciar.
Con respecto a la unificación monetaria, don Marino confesó: “Devaluar la moneda y subir los salarios es sinónimo de crecimiento de precios, que significa inflación”. Por consiguiente, el bautizado como “Zar de las Reformas”, pese a tener ahora una visibilidad mucho menor que años atrás, se ha convertido en portavoz del régimen en este importante asunto y, como reza el dicho popular, “ha puesto el parche antes de que salga el grano”.
En medio de estos anuncios, ¿acaso alguien que esté en su sano juicio pensará —¡a estas alturas del juego!— que el resultado neto de esa vorágine de aumentos de salarios y precios será favorable para el cubano de a pie! ¡Habría que estar loco para creer semejante cosa!
Si algo ha caracterizado la actuación del castrismo en el terreno económico ha sido el mantenimiento a ultranza del control totalitario sobre los procesos productivos, el deterioro paulatino de los ingresos reales de sus súbditos. Así ha sucedido desde que pasaron los años iniciales del populismo desenfrenado.
Hay una expresión alada de la gran Margaret Thatcher que viene como anillo al dedo: “Los socialistas fracasan cuando se les acaba el dinero… de los demás”. ¡Admirable manera de reflejar la esencia de ese sistema inoperante y expoliador!
Fue precisamente eso (“hacer caridad con el bolsillo ajeno”) lo que hizo desde un inicio el fundador de la dinastía. ¿Cómo olvidar la rebaja de alquileres! ¡No es difícil imaginar el entusiasmo y la “intransigencia revolucionaria” de un cubano de a pie que, de un día para otro, se encontrara con que —digamos— los sesenta pesos mensuales que tenía que pagar por concepto de renta de su vivienda ¡se habían reducido a sólo treinta!
Se comprende que el así beneficiado —y toda su familia— se declararan seguidores entusiastas de “la Revolución”, dispuestos a matar y morir por ella. Claro, ese idilio no duró demasiado. Bastó que el exceso de circulante vaciara las tiendas y los jóvenes casaderos se vieron impedidos de independizarse (al desaparecer del mercado las viviendas en alquiler) y condenados a convivir con sus progenitores.
Sólo que, al producirse ese choque con la realidad, ya la propaganda castrista instilaba en los cerebros de sus súbditos —todavía proclives al adoctrinamiento— que las culpas de las carencias las tenía el Gran Totí: “el imperialismo yanqui”. Poco más tarde, se dieron los toques finales al eficiente aparato represivo que impera hasta hoy, y se esfumó cualquier vía para la discrepancia o la protesta.
Finalizada ya aquella especie de “luna de miel” que duró un par o trío de años (al haberse acabado “el dinero de los demás”), se abrió el larguísimo capítulo de los latrocinios del castrismo contra el pueblo. Aquí cabe citar la “Gran Estafa” de la recogida de millones de pesos para reedificar la calcinada tienda “El Encanto”, atraco que se saldó con la construcción de un modesto parquecito. También las “casas del oro y la plata”, en las que esos metales preciosos se cambiaban por baratijas. Y un largo etcétera.
El mismo establecimiento de la doble moneda constituyó un capítulo más en esa larga historia de expolio y abuso. Recordemos que, de inicio, las tiendas en divisas funcionaban sólo para diplomáticos y otros extranjeros. La presencia de un cubano en las cercanías de alguna de ellas era motivo suficiente para amedrentarlo y reprimirlo.
Después, ante la necesidad, los jerarcas aceptaron que también los nacionales pudiesen acceder a esos comercios. Pero, al menos de inicio, eso se suponía que fuera sólo para los que tuvieran FE (familia en el extranjero) y recibieran remesas. Esto enmascaraba y “justificaba” los elevados precios de los artículos allí vendidos. Sin importar que entre ellos estuviesen algunos de primerísima necesidad, como el aceite vegetal y el jabón.
Por ese mismo camino de expoliación y despojo han transitado otras medidas que ha ido adoptando el régimen de La Habana. En los meses más recientes, esto ha incluido el notable empobrecimiento de los surtidos de las tiendas que venden en pesos cubanos convertibles, y el establecimiento de otra red que sólo vende en verdaderas divisas (dólares, euros, yenes) y están un poco mejor abastecidas.
En ese turbio contexto, ¿habrá alguien que crea que el gran rebumbio ya anunciado para cuando se acometa la eliminación de la dualidad monetaria será para bien del cubano de a pie! ¿Que, al incrementarse precios y salarios, y eliminarse “gratuidades infundadas” (no las que disfrutan los privilegiados del régimen, ¡claro!), el resultado neto beneficiará a “los humildes”?
¡Allá quien quiera creérselo! Mientras no me demuestren lo contrario, yo, sin ánimo de ofender a nadie y con la única aspiración de parafrasear lo ideado por el antiguo Jefe de Campaña de Bill Clinton, proclamaré: ¡Es el despojo, estúpido!
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