GUANTÁNAMO, Cuba.-Hoy se cumplen 45 años de la muerte de Don Fernando Ortiz, uno de los más grandes intelectuales cubanos de todos los tiempos.
Hijo de un español acaudalado y de madre cubana, Ortiz nació en La Habana el 16 de julio de 1881 pero catorce meses después fue llevado a la isla de Menorca, donde aprendió el español, el menorquín y realizó sus primeros estudios. Regresó a La Habana cuando la guerra de independencia reiniciada en 1895 avizoraba el triunfo de los mambises. Después matriculó la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana pero casi de inmediato su padre lo embarcó rumbo a Madrid, donde fue a doctorarse. Su tesis de grado, titulada “Bases para un estudio de la reparación civil del delito” alcanzó gran resonancia debido a la novedad de sus opiniones y provocó la división del tribunal encargado de calificarla.
No es mi intención detenerme en la relatoría de las obras más significativas de Don Fernando -si es que puede hacerse tal distinción, dada la profundidad y magnitud de todas ellas-, ni reiterar el valor de sus investigaciones acerca del aporte africano a la cultura cubana, pues, aunque no creo que esta parte de su obra resulte muy conocida sí ha sido la más divulgada. Prefiero detenerme en dos aspectos de su vida que resultan aún más desconocidos y son su labor como político y jurista.
Como político, Don Fernando fue un ferviente enemigo de la dictadura de Gerardo Machado y de todos los gobiernos desconocedores de la democracia. Así consta en sus obras “La crisis política cubana. Sus causas y remedios”, “La decadencia cubana. Una nueva forma de gobierno para Cuba. Manera de terminar con una serie de dictaduras” y “Por las libertades de Cataluña y de Cuba. Por el triunfo de la democracia”; hasta donde conozco, ninguna de ellas publicadas en Cuba después de 1959. Como representante a la Cámara, su acción siempre estuvo comprometida con el pueblo y actuó con gran honradez, al extremo de que jamás aceptó los fondos procedentes de la Lotería Nacional que le correspondían como representante y que en diez años llegaron a sumar cuatrocientos ochenta mil pesos. Esto demuestra, una vez más, que no todos los políticos de la república democrática eran corruptos, una falaz generalización oficialista al referirse a ese período de la historia patria.
Sorprende conocer que Don Fernando Ortiz realizó una profunda labor como jurista y que esa faceta de su vida es desconocida no sólo por gran parte de los cubanos, sino también por muchísimos profesionales del Derecho. Su aporte a la criminología, a la criminalística y al derecho penal quedaron registrados en obras como su tesis de graduación, ya mencionada, y en “Los negros brujos”, ”La identificación dactiloscópica” , “Hampa afrocubana. Los negros esclavos”, entre otras más, pero sobre todo en su “Proyecto de Código Criminal Cubano”, presentado en 1926 y elogiado por el eminente jurista italiano Enrique Ferri. Unida a su labor investigativa en el Derecho, Ortiz se desempeñó como diplomático en La Coruña, Génova y Marsella. Cuando murió en La Habana en 1969, a los 88 años, tenía decenas de obras diseñadas.
Criticó al intelectual encerrado en la torre de marfil, alejado del pulso de la nación y del sentir del pueblo, y también a quienes no se entregaban al trabajo con seriedad. Esa característica suya es más que evidente al hacer un repaso de su bibliografía activa, pero sobre todo quedó expuesta cuando hallándose en su lecho de enfermo, su esposa le preguntó si quería algo y Don Fernando, tranquilamente, sólo atinó a responderle, “quiero vivir”.
Nota:
Para la redacción de este trabajo hemos tomado información del Tomo II del Diccionario de Literatura Cubana, publicado por la Editorial Letras Cubanas en 1984 y también del prólogo escrito por Mariano Rodríguez Solveira para la publicación de la obra de Don Fernando Ortiz, “Una pelea cubana contra los demonios”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,1975.