LA HABANA, Cuba. – Según los estándares del Consejo de Derechos Humanos, lo que sucede al interior de Cuba vuelve a ser tomado como un asunto de escasa relevancia y, por tanto, sin perspectivas de ser admitido en el ámbito de las prioridades.
La apreciación no debería asombrar. Se trata de una actitud que se repite en el tiempo más allá del sumario de hechos que demuestran la sistematización de los abusos cometidos por las diversas entidades represivas contra quienes disienten del dogma neoestalinista implantando en los albores de la década del 60 de la pasada centuria, hasta hoy día.
La reciente admisión del régimen unipartidista como miembro pleno del referido organismo que promueve el respeto a los derechos humanos en el mundo corrobora la lamentable tendencia de premiar a quienes ordenan los arrestos, palizas, multas y encarcelamientos contra ciudadanos y miembros de la sociedad civil. Sus “delitos”: pedir un cambio pacífico hacia la democracia, publicar un reportaje crítico en Internet, programar un concierto sin previas autorizaciones de los comisarios o salir a calle portando un cartel con alguno de los 30 artículos de la Declaración Universal que llaman al compromiso de los gobiernos en el fomento y la defensa de los derechos políticos, sociales y económicos de sus pueblos.
Conocer que esta vez Cuba recibió el 88 % de los votos, más que Rusia y China, que obtuvieron 82 % y 72 %, respectivamente, remarca la imposibilidad de la institución en el cumplimiento de sus propósitos fundacionales.
Sobran evidencias para sostener que la tibieza ante acciones que deben catalogarse, sin miramientos, como abuso de poder, se ha convertido en una norma que garantiza la continuidad de lo que merece ser erradicado o tan siquiera atenuado.
En el caso cubano se trata de la tragedia de más de un centenar de presos políticos que languidecen en condiciones deplorables, cientos de arrestos arbitrarios cada año, golpizas, allanamientos, amenazas, expulsiones de centros de trabajo, entre un largo inventario de eventos que conforman la agenda del terrorismo de Estado.
El apoyo de países democráticos a la conformación de la actual membresía, indica, por un lado, la consolidación de una praxis cada vez más utilitaria; por otro, la necesidad de una reforma a fondo de todo ese entramado de decisiones rutinarias y procedimientos estériles que, lejos de traer esperanzas a las víctimas, contribuyen a la perpetuación de su estatus.
El espaldarazo político y diplomático a una de las dictaduras más longevas de la historia contemporánea eclipsa en cierta medida los episodios que tuvieron lugar en La Habana el pasado 10 de octubre, cuando las turbas parapoliciales azuzadas por la policía política se abalanzaron contra un grupo de artistas e intelectuales que solo pretendían realizar una actividad cultural sin el consentimiento de las instancias oficiales.
Solo expongo un ejemplo de lo que acontece, semana tras semana, en los lugares de la Isla donde el miedo a expresarse libremente y la doble moral usada a la medida de las circunstancias son parte del pasado.
Restarle importancia a la elección de Cuba en este foro, es una opción válida, pero no objetiva. A fin de cuentas, es un apuntalamiento a esa legitimidad cuestionada desde dentro con sobrados motivos y una determinación a prueba de claudicaciones.
No creo que estemos en los umbrales de ese Nuevo Orden Mundial que anuncian las teorías de conspiración, los exégetas del Apocalipsis, politólogos y economistas que implicaría enormes cambios en la escena mundial, entre ellos el desmantelamiento del sistema de las Naciones Unidas y la creación de otro, tal vez más equilibrado y efectivo.
En vistas a la relativa lejanía de ese momento histórico, hay que prepararse para enfrentar nuevas manifestaciones de lo que describo como la agudización de la insensibilidad en un mundo decadente y caótico.
Definitivamente, la dictadura cubana aprendió la manera de sobrevivir en esa maraña de intereses oscuros y ausencia de valores. Los rehenes, continuamos imaginándonos la liberación, sin cruzarnos de brazos, en medio de los desamparos y los habituales encontronazos con las privaciones y el odio de los verdugos.
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