LA HABANA, Cuba -El ejercicio de la democracia deliberativa (DD) en Cuba comenzó hace dos años. Un 12 de febrero a las 2:39 am un grupo de ciudadanos empezamos el debate político empleando las herramientas de este procedimiento democrático, que entonces conocíamos solo por un par de libros y algunos artículos dispersos. Para nosotros la idea era y es explorar un poco más allá de las formas y los modelos de democracia más conocidos y tradicionales que tienen una clara tendencia al agotamiento y a tomar clara distancia de los ciudadanos. O del pueblo: la palabra favorita de los demagogos.
Empezar en esa fecha fue simbólico. Ese día del año 1952 fue cuando al general Fulgencio Batista y Zaldívar, quien venía gravitando en la política cubana desde 1933, se le ocurrió la fatal y triste idea de interrumpir el proceso democrático y suspender el entramado constitucional del país que trabajosamente se perfiló en 1940.
En términos simbólicos tratamos entonces de reinventar un proceso político y democrático desde la mejor de sus garantías: la ciudadanía, que aquí solo es importante, y eso negativamente, cuando se nos acerca la policía y nos dice, si acaso: buenas tardes ciudadano. Y está claro que ese ejercicio inaugural tiene una mejor expresión y un concepto más definitorio en la democracia deliberativa (DD). Un procedimiento inédito en Cuba que nos permitirá, entre otras cosas y si se hace cultura, acercar la soberanía a su principal fuente de legitimidad: los ciudadanos que tanto detestan la política y policía cubanas.
Así y durante un año y medio es decir, hasta finales del 2013, logramos reunir a miles de ciudadanos en cientos de Casas del Foro de Nuevo País para debatir, no solo en términos teóricos, también en términos prácticos, propuestas concretas sobre cómo y qué hacer para reinstaurar la democracia en Cuba desde las ideas y necesidades de la gente común. La cuestión no ha sido exclusivamente la de familiarizar a los ciudadanos con las herramientas y los procedimientos democráticos que le otorgarán voz como sujetos políticos, sino la de hacerlo tomando en cuenta sus problemas concretos, lo que es un modo de activar su legitimidad.
¿Y qué es la legitimidad?
Bueno, para lo que nos interesa, puede describirse así: el derecho mayor que se tiene para definir y decidir los asuntos comunes. Quien pueda hacerlo, goza de legitimidad.
Dondequiera que en la isla se ha respondido a la pregunta de qué país queremos, pero en común, se ha ido estableciendo sin mucha fanfarria la DD. Lo que hemos hecho nosotros es ponerle algo de fanfarria, dirección y concepto porque se sabe bien que iniciar cualquier recorrido en forma consciente, y más o menos apertrechados, significa ya la mitad del camino. Y que mucha gente practique la DD al interior de sus comunidades y de sus familias garantiza un punto fundamental para el futuro: arrinconar para luego destruir al mesías que todos llevamos dentro por la imitación involuntaria de la mediocridad mesiánica de estos últimos 50 años. Si lo logramos, la democracia estará garantizada en dos de sus requisitos esenciales: escuchar y aprender de los demás, en el entendido de que ella es posible si todos asumimos que somos bastante ignorantes de lo que siempre acontecerá un día después.
Esos dos requisitos esenciales son la médula de la DD, junto a otros varios conceptos clave que se han venido poniendo en juego con este proyecto: la relación entre democracia deliberativa y toma de decisiones políticas (quién tiene la última palabra); la nueva dimensión estructural entre representación política y deliberación ciudadana (quién y cómo se controla a quienes le damos parte de la representación política de nuestros intereses); el tipo de ciudadano que requiere una nueva cualidad democrática (qué ciudadano ser: ¿el que solo vota o el que también define?); el papel de la transparencia informativa en la calidad de la deliberación ciudadana ( el acceso a la información necesaria para tomar decisiones correctas y de calidad) y el valor de la multiculturalidad en los procesos deliberativos y en lo que podríamos llamar ciudadanía identitaria ( cómo las diferencias culturales y de identidad tienen valor en el juego democrático, como individuo y como grupo).
Un asunto complejo
En Cuba está en juego el fenómeno de lo político como reinvención de la convivencia moderna acercándonos cada vez más a los fundamentos pluriculturales de nuestra nación, y optando por los recursos más democráticos en debate. Y este es un tema fundamental porque todavía se escucha por ahí, y en círculos influyentes, que el componente africano de nuestra cultura es un injerto en su matriz ibérica. Algo que asusta de cara al futuro y destruye el necesario camino hacia la posracialidad: el ni negros ni blancos, siendo negros y blancos.
Claro que aquí se presentan de un modo particularmente acuciante tres presiones muy fuertes para sociedades de escasa madurez democrática como la cubana: el multiculturalismo (la combinación cívica entre la zarzuela y el bembé), la equidad distributiva (garantizar una base material mínima en un país improductivo y con una cultura parasitaria desde el Estado hasta el último de sus ciudadanos) y el autoreconocimiento individual de la persona a partir de los derechos fundamentales y las exigencias de participación política autónoma ( salirse de estructuras masificadas, como los CDR donde, como dice un amigo, la gente paga para que le vigilen).
Desde varios proyectos, Nuevo País básicamente, hemos venido defendiendo, promoviendo y definiendo estos conceptos, intentando que desemboquen en procesos prácticos que atraigan el interés de los ciudadanos. El aprendizaje como cambio en sí mismo de las circunstancias en las que vivimos, en dirección a resultados tangibles; al menos en términos políticos.
Uno de los puertos de llegada ha sido, y esto desde finales de 2013, pero con más fuerza desde febrero de 2014, la plataforma Consenso Constitucional que busca la confluencia de dos proyectos seminales: una Asamblea Constituyente que legitime y, dos, un cambio constitucional profundo. Pero, y esto es esencial, desde la ciudadanía como poder constituyente, y desde todas las orillas cubanas.
Conceptos básicos
La DD ha sido fundamental para ello, y permite reforzar algunos de sus conceptos básicos: la pluralidad; la idea de autogobierno; la controversia de conflictos culturales de una manera razonada; el valor de la cultura cívica; la inversión de la construcción democrática, entendida como un proceso desde abajo; la conversación franca e informada, como sustento de una deliberación auténtica; el papel de la democracia mediana, es decir la que se ejerce y puede ejercerse en los estamentos burocráticos del poder y que no siempre tiene relación con la alta política; el concepto de que los ciudadanos de una democracia no lo sean únicamente los políticos profesionales, aquellos que están a cargo del timón, y de que el proceso político puede y debe abrirse a las definiciones de todos los ciudadanos naturales y culturales de un país. En fin, la posibilidad y necesidad de construir democracias fuertes como garantía de democracias inclusivas y estables.
La respuesta positiva a la participación en Consenso Constitucional de la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil y de miles de ciudadanos ha estado bien relacionada con las prácticas y adquisiciones de la DD, extendida a cientos de ciudadanos en todo el país que han incorporado sus conceptos y los van capilarizando gradualmente por toda la sociedad. Siempre con una premisa de partida impostergable: en Consenso Constitucional no estamos definiendo ni decidiendo quién será el próximo jefe de Estado; estamos definiendo y decidiendo cuáles serán las próximas reglas del juego de la convivencia democrática y del Estado de Derecho. De modo que nuestra dinámica es ancha y horizontal, no estrecha y vertical. El caudillo que viene no se anida en Consenso Constitucional.
Como concepto y herramienta, la democracia deliberativa es la garantía de esa anchura horizontal del debate y la discusión política. Sería bueno retenerla y afinarla para el proyecto de nación que se avecina. A pesar de nosotros.