“La historia –el triunfo de la virilidad y el heroísmo- la escriben los hombres.”
Isel Rivero, feminista y poeta cubana
MIAMI, Estados Unidos.- Sé que mi planteamiento es controversial. Acepto de antemano las críticas, pero mi análisis de las omisiones de los historiadores está más claro que el agua. Lo hago con el objetivo de hacer pensar sobre nuestra ausencia de las narrativas de historia y lo que ello pueda tener que ver con el reiterado machismo y caudillismo que flagela a nuestra Patria.
Aunque no es suficiente que la hystoria sea un acápite aparte, un libro aparte, una nota al pie de la página, celebro la existencia de textos que resalten nuestros aportes dentro y fuera de Cuba. Quiero referirme aquí a tres libros básicos, cuyo contenido comprueba que la historia de Cuba que se aprende es inexacta e incompleta. Esa historia excluye la gestión de las cubanas, y por tanto no contribuye a una apreciación integral o equitativa de la identidad nacional o del acontecer político, social o económico de la nación cubana. El progreso de Cuba también lo hemos forjado las mujeres.
Además, al excluirnos, la historia tradicional refuerza el patriarcado machista, el caudillismo, la sobredimensión de los patriotas, y la invisibilidad de la mujer, todos factores peligrosos para cualquier nación.
Cabe mencionar que el primer libro que se escribe sobre las mujeres en la historia de Cuba se publicó en el extranjero y en inglés: From the House to the Streets: The Cuban Woman’s Movement for Legal Reform (1898-1940), (Duke University Press, 1991), publicado en español por la Editorial Colibrí bajo el título De la casa a la calle. Lo escribió Lynn K. Stoner, académica norteamericana que tuvo acceso al Archivo Nacional de Cuba cuando escribía su tesis doctoral, y pudo investigar a plenitud.
El primer libro que se publicó sobre el tema dentro de Cuba ─En busca de un espacio: Historia de mujeres en Cuba (Editorial Ciencias Sociales, 2005) ─ lo escribió un hombre, el historiador feminista cubano Julio César González Pagés, fundador de la Red Interamericana de Masculinidades. En 2012 recorrió la Isla celebrando el centenario del Partido Nacional Feminista y recuperando la historia de las cubanas.
De lectura obligatoria son tres libros: el de Concepción Alzola, Trayectoria de la mujer cubana (Ediciones Universal, 2009), y los de Teresa Fernández Soneira: Mujeres de la Patria, y Contribución de la mujer a la independencia de Cuba (Vol. I y II, 2014). En los volúmenes de Fernández Soneira quedan reseñadas más de 1 500 cubanas ─blancas y negras─ que, desde la manigua o el exilio en Nueva York, Tampa y Cayo Hueso, hasta los más altos niveles políticos en Washington y París, lucharon durante el siglo XIX por la independencia de Cuba.
En el tomo de Alzola ninguna mujer queda afuera: esclavas, prostitutas, cortesanas, benefactoras, primeras damas, mártires, mambisas, abolicionistas, sufragistas, exiliadas del XIX y del XX, feministas, educadoras, poetas, novelistas, ensayistas, activistas políticas, periodistas, bibliotecarias, diseñadoras, bailarinas, compositoras, científicas, médicos, dentistas, enfermeras, investigadoras, farmacéuticas, arquitectas, ingenieras, aviadoras, militares, deportistas, abogadas, líderes cívicas, religiosas, anarquistas, empresarias, sindicalistas, líderes obreras presas políticas.
En su “Advertencia Preliminar”, Alzola señala la importancia de narrar a la mujer como individuo, y no abordar bajo su nombre los logros y méritos de toda la parentela masculina y asumir que con ello se reseñó su biografía. Eso es lo que hace del volumen de Antonio J. Molina, Mujeres en la Historia de Cuba (Ediciones Universal, 2004), un ofensivo desacierto a pesar de los más de 1 000 nombres que aporta.
En su tomo, Molina comete el mismo error que el de Antón y Hernández. Aquí, entre nombres de mujeres no-cubanas, de información incompleta y superflua, y de personajes literarios o de la cultura popular que son ficción y no realidad, también aparece Cecilia Valdés. Aparece, además, Chepilla, su abuela. Este tomo está plagado de resúmenes biográficos masculinos ─del padre, hermano, esposo, o hijo de tal o mas cual mujer─ referencias que describen a la mujer como “tronco de familia”. Otros datos que para Molina constituyen referencia adecuada son, por ejemplo: “farmacéutica en Union City”; “dueña de una agencia de publicidad en Los Ángeles”; “dentista en Houston”; “repostera en San Juan”.
Es en los tomos de Alzola, Fernández Sonera, Stoner y González Pagés donde está la gran obra de consulta a partir de la cual en el futuro se podrá escribir la hystoria de Cuba.
En estos libros encontramos a Hortensia Lamar, Tina Forcade y María Corominas, sufragistas, fundadoras de entidades feneminas en los ’20 y ’30; veteranas de la lucha contra el dictador Gerardo Machado, cuya renuncia en 1933 ayudaron a gestar. A Elena Mederos, feminista desde los ’30, fundadora de la Escuela de Servicio Social a mediados del siglo 20; nombrada embajadora ante la UNESCO en los ’50; nombrada ministra de Bienestar Social ─la primera mujer en ocupar una verdadera cartera en un gabinete presidencial─ en el gobierno de Manuel Urrutia, con el cual rompió en 1960 y partió al exilio; fundadora de Of Human Rights, por los derechos humanos y la libertad de los presos políticos cubanos.
Encontramos a María Luisa Dolz, pedagoga, feminista desde principios de la República, fundadora del proyecto de estudios en la Universidad de Harvard para maestros y maestras cubanos, que revolucionó a partir de 1901 el sistema escolar cubano. A Ana Betancourt, delegada suplente a la Asamblea de Guáimaro (1868) y primera persona que habló de los derechos de la mujer en un contexto político y público. A Edelmira Guerra, feminista y activista pro independencia, que en 1897 propuso el primer tratado sobre los derechos civiles de las mujeres. A Mirta Aguirre, pensadora y política de la Cuba republicana, y en adelante; miembro del Partido Socialista Popular de Cuba desde 1932, eminente académica de la Universidad de La Habana.
Encontramos a Ofelia Domínguez, feminista, abogada, fundadora de varias organizaciones feministas en Cuba, delegada a la UNESCO en los ’50. A Ofelia Acosta, galardonada escritora, novelista y feminista de los ’30 y ’40. A Blanca Sabas Alomá, feminista, escritora y periodista durante la república. A Magdalena Peñarredonda, feminista y periodista, conocida como “La Delegada”, veterana de la Guerra de Independencia de donde egresó con grados de comandante del Ejército Libertador.
La nueva historia de Cuba hay que escribirla con “Y”, apropiándonos de la palabra griega hystera (“útero, matriz”). En inglés, las feministas utilizan el término herstory; el idioma se presta. Pues nosotras, desde nuestro idioma, adoptemos “hystoria”.
La nueva hystoria de Cuba tendrá que incluir a las invencibles cubanas que integran, desde mayo 2003, las Damas de Blanco: sus fundadoras Blanquita Reyes, Miriam Leiva y Claudia Márquez; su segunda presidenta, Laura Pollán; la actual líder del grupo, Berta Soler; y las docenas de Damas que desfilan los domingos en cada provincia; y a todas las activistas de organizaciones opositoras que luchan por la libertad y los derechos civiles de todos.
Tendrá que incluir las hystorias rescatadas de las presas políticas ─más de 5 000─ de las primeras dos décadas del castrismo: la Niña del Escambray, Cary Roque, Albertina O’Farrill, Carmina Trueba, Sara Del Toro, Doris Delgado, Hilda Felipe, Mercedes Chirino, María Vidal, Ana Lázara Rodríguez, Pola Grau, Nenita Caramés, Manuela Calvo, María de los Ángeles Habache, Esperanza Peña, Gisela Sánchez, Ana Luisa Alfonso, Mary Martínez Ibarra, Reina Peñate, Vivian de Castro, María Vidal, Esperanza Peña, Josefina Souto, Estrella Riesgo, Mercedes Rosselló, Selma Hazim, Gisela Sánchez, Cándida Melba de Feria, Emilia Tamarit, Carmen Gil, Raquel Romero, Gladys Chinea, por mencionar a algunas, al igual que a los centenares de presas de conciencia que luego sufrieron y sufren cárcel: un total de 130 en la actualidad, según Prisoners Defenders.
Tendrá que incluir a activistas, intelectuales, periodistas independientes y creadoras: Ana María Simo, Isel Rivero, Tania Díaz-Castro, María Elena Cruz Varela, Tania Bruguera, Martha Beatriz Roque, Omara Ruiz Urquiola, Laritza Diversent, Bertha Mexidor, Elena Montes de Oca, Carmen Julia Arias, María Elena Aparicio, Bertha Lidia Aizpurúa, Claribel Mena, Victoria Ruiz Labrit, Yoani Sánchez, Anamely Ramos, Mary Karla Ares, Zelandia Pérez, Martha María Ramírez, Marthadela Tamayo, Mabel Pérez, Aimara Peña, Carolina Barrero, María Matienzo, Iris Ruiz, Camila Acosta, Thais Mailén Franco …
Tendrá que incluir a cientos de cubanas que han seguido escribiendo la hystoria en el exilio: desde Ileana Ros-Lehtinen hasta María Elvira Salazar, desde Nancy Pérez-Crespo hasta María Werlau, desde Magdelivia Hidalgo hasta Belkis Cuza Malé.
Y, en honor a la imparcialidad, también tendrá que incluir a las alzadas del batallón “Mariana Grajales” ─Haydée Santamaría, Melba Hernández, Olga Guevara, Violeta Casals, entre otras─ que lucharon contra la dictadura de Fulgencio Batista; a las mujeres que han participado de manera justa y consecuente en el acontecer de los últimos 60 años dentro de la isla; y también, hasta donde se pueda documentar, a las viles cómplices de seis décadas de ignominia ─Vilma Espín, Celia Sánchez, Vicentina Antuña, Delsa “Teté” Puebla, Caridad Diego, por ejemplo─ que al menos entre las tapas de un libro tengan que enfrentarse al juicio de la Hystoria.
Cierro este texto con mi lema, o como dicen mis detractores, mi mono-tema: Sin cubanas, no hay país. Sin cubanas, no hay país.
**Vea también:
De la historia a la hystoria: la ausencia de las cubanas en la narrativa nacional
De la historia a la hystoria: la ausencia de cubanas en la narrativa nacional (II)
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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