LA HABANA, Cuba.- A raíz de la reciente visita a Cuba de la Vicepresidenta y Ministra de Relaciones Exteriores de la República de Panamá, con el objetivo de invitar a Cuba a la VII Cumbre de las Américas, a efectuarse el año próximo en la capital del istmo, aumentan las especulaciones en torno a la posible participación cubana en esa cita.
No faltan analistas que insisten en el desafío diplomático que tal acontecimiento podría representar para la administración de Barack Obama. Sin embargo, es conveniente apuntar que la hipotética participación cubana en la Cumbre tampoco sería una panacea para la imagen del castrismo, pues pone al desnudo el doble rasero de los gobernantes de la isla en su trato con las instituciones hemisféricas.
Sería bueno, por ejemplo, que esas voces que tanto reclaman la presencia de Cuba en Panamá le preguntaran lo siguiente a Raúl Castro: ¿Por qué Cuba desea tomar parte en la Cumbre de las Américas, y por el contrario se niega a solicitar su ingreso en la Organización de Estados Americanos (OEA)?
Hay que recordar que en una asamblea de la OEA celebrada en Honduras en el año 2009, bajo el patrocinio del entonces presidente José Manuel Zelaya, ese organismo continental acordó, por mayoría de votos, eliminar las sanciones que pesaban sobre el gobierno cubano, y por tanto se creaban las condiciones para que la isla retornara al concierto de naciones americanas.
No obstante, las autoridades cubanas se encargaron muy pronto de acallar el entusiasmo de sus partidarios. Declararon que no les interesaba el reingreso en la OEA, y adujeron justificaciones al estilo de que “la OEA siempre fue un ministerio de colonias yanquis”, o que “la OEA aún no es el sitio adecuado para discutir los problemas del continente”… Es curioso que aquellos que siempre han echado mano a la dialéctica marxista según su conveniencia, en el caso de la OEA se resistan a aceptar que esa misma dialéctica haya podido transformar a esa institución.
Pero, claro, el castrismo no nos puede engañar con sus subterfugios. Sabemos perfectamente que su rechazo a la OEA se debe a que no están dispuestos a cumplir con la Carta Democrática Interamericana, un documento que les exige a los países miembros el respeto al Estado de Derecho, donde se garanticen las libertades individuales, y estén presentes los pilares de la democracia representativa. Esos incondicionales del castrismo, como Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, y compañía, son miembros de la OEA porque, aun a regañadientes, y al menos por ahora, conservan las instituciones del Estado de Derecho.
Entonces, sin la presión de tener que cumplir con obligación alguna, La Habana acudiría a la cita de Panamá para unirse al coro de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de las Américas (ALBA). Un tinglado en el que no han de faltar las críticas a Estados Unidos, a los tratados de libre comercio, y a la que ellos denominan “la contraofensiva de la derecha continental en pos de revitalizar el modelo neoliberal”.
La propaganda oficialista cubana, en los manuales con los que trata de conformar una Teoría Socialista de la Dirección, recalca que uno de sus principios básicos establece que “derechos y deberes han de ir de la mano”. Es una lástima que los dirigentes cubanos no comprendan -o no quieran comprender- que ese principio también le es aplicable a ellos mismos en materia de política exterior.