GUANTÁNAMO, Cuba. ─ El sábado 18 de septiembre concluyó la VI Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Ciudad de México. Como cubano discriminado políticamente me indignó que el presidente Andrés Manuel López Obrador ensalzara públicamente al régimen cubano y a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, responsable directo de la continuidad del fracaso económico y de los métodos represivos de la dictadura, además de ejercer como presidente del país por disposición del General de Ejército Raúl Castro Ruz, no por mandato del pueblo.
La dictadura se ha cuidado mucho de transmitirnos información en vivo sobre los acontecimientos internacionales. Su práctica ha consistido en difamar de los contrarios y divulgar solo los puntos de vista afines con su política. Si algún gobierno, entidad u organismo internacional publica alguna declaración en su contra, los medios oficialistas se encargan de publicar su réplica, jamás el documento que la originó. Lo mismo ocurre con los debates públicos que se producen en eventos internacionales pues transmiten las palabras de sus representantes y omiten las de sus adversarios.
Eso fue lo que hicieron durante la última cumbre de la CELAC pues la televisión nos ocultó la intervención del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, para que no viéramos su contundente respuesta a la agresiva réplica de Díaz-Canel Bermúdez.
Lo ocurrido revela nuevamente que ni en un foro como ese los representantes de la dictadura castrista pueden ocultar su agresividad física, estructural y verbal.
Desde el principio de la revolución castrista y por varios años, la dictadura contó con los servicios de Raúl Roa, un polémico y brillante intelectual. Fue incongruente con los postulados democráticos que antes de 1959 decía defender, pero dio muestras de originalidad, agudo sentido del humor y, sobre todo, de un altísimo dominio de la oratoria, donde no había espacio para la deficiente pronunciación o momentos pedestres, algo que no se logra si detrás no hay una sólida cultura, precisamente la que falta a muchísimos de los representantes del castrismo.
No obstante las cualidades de Roa, aún en plena época de deslumbramiento ante la revolución castrista, hubo hombres y gobiernos dignos que no permitieron que el autor de “Retorno a la alborada” les pasara gato por liebre.
Tras la salida de Roa del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) junto con otros diplomáticos de sólida cultura, la diplomacia del castrismo ha ido en declive. Improvisados cancilleres como Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque o diplomáticos de carrera como Bruno Rodríguez Parrilla jamás han logrado impactar con sus intervenciones.
Un momento cumbre de esa pobreza intelectual fue la intervención de Esteban Lazo Hernández, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, ante una sesión plenaria de la ONU, donde fue incapaz de leer correctamente gran parte del texto que le habían redactado. Otro momento que demostró la agresividad inseparable de la diplomacia cubana fue cuando Anayansi Rodríguez –entonces representante permanente de la dictadura ante la sede de Naciones Unidas en Nueva York– protagonizó ante ese organismo una perreta chusma realmente deleznable.
La violencia de la dictadura se aprecia no solo en los actos violentos que ejecuta en las calles contra el pueblo, sino también en el lenguaje oral y corporal de quienes la representan.
La dictadura sabía que Díaz–Canel Bermúdez no iba a ser bien recibido por la mayoría de los cubanos que residen en México, por eso dieron la orden de movilizar a sus simpatizantes en ese país, incluidos trabajadores de su embajada y agentes encubiertos para que agredieran a los demócratas cubanos. Y lo hicieron, otra prueba de la intolerancia inherente al castrismo y de su incapacidad para lidiar decentemente con la otredad. ¡Si son capaces de hacer eso en otro país qué no harán en el nuestro!
Esa es la violencia física que ha practicado por décadas en Cuba y que ha estado presente en crímenes horrendos, juicios sumarísimos, golpizas y abusos de todo tipo como los cometidos a la luz pública durante las protestas del pasado mes de julio.
La violencia estructural ─menos visible pero tan lacerante como la física─ ha hecho del principio de la presunta igualdad ciudadana, expuesto en el artículo 42 de la Constitución, una verdadera burla, pues impone métodos de vigilancia y represión selectivos contra los cubanos que disienten de la dictadura y los discrimina.
El lenguaje oral y su tono transmiten muy bien esa violencia incorporada como elemento esencial al castrismo. Así también quedó demostrado en la cumbre durante las intervenciones de Díaz-Canel, sobre todo en la réplica lanzada contra el Presidente de Uruguay. Incapaz de aceptar verdades irrefutables, Díaz-Canel usó un lenguaje tonal agresivo, al mismo estilo del usado por Nicolás Maduro ─ya se sabe que Dios los cría y el diablo los junta─ y lejos de proyectar una imagen de triunfo reafirmó su despotismo y su derrota, los mismos del régimen que representa.
Internet nos muestra una imagen bien distinta del presidente de Uruguay. Mesurado, usando un lenguaje tonal tranquilo, pero firme, sin vociferar ni atacar a nadie y ─sobre todo, lo cual es un signo inequívoco de cultura─ pronunciando correctamente sus palabras, Luis Lacalle Pou le dijo a Díaz-Canel, frente a frente, unas cuantas verdades, y en la respuesta a la réplica de este ─para la cual el canciller mexicano solo le dio un minuto mientras al cubano le permitió hablar durante más de cinco─ le citó fragmentos de la letra de la canción “Patria y Vida”, recordándole que Cuba no es feudo de los comunistas, sino que pertenece a todos los cubanos, lo cual sacó de sus casillas al villaclareño, quien sin permiso del canciller mexicano arremetió nuevamente contra el Presidente uruguayo.
Por supuesto que el noticiero de la televisión cubana no ha retransmitido las intervenciones que resultan molestas a la dictadura. Los cubanos que no las vieron tendrán que buscarlas en Internet, porque así de “democrático” y “objetivo” es el “socialismo” cubano.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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