LA HABANA, Cuba.- El pasado 12 de enero fue publicado en CubaNet el artículo “La UNEAC contra los jóvenes”, que motivó comentarios e interrogantes por parte de los usuarios que acceden al sitio regularmente. Con el interés de complementar la información socializada y ofrecer elementos de juicio a los lectores, el presente texto propone un brevísimo acercamiento a la cultura como institución, valorando el papel de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
En una de sus arengas inmediatas al triunfo de 1959, Fidel Castro afirmó categóricamente que “la cultura es lo primero que hay que salvar”. Bajo esta premisa y tras el polémico discurso “Palabras a los intelectuales”, los nuevos dirigentes trazaron una política cultural que, en los años setenta, dio comienzo al llamado “Quinquenio Gris”: una cacería de brujas contra todo el que sostuviera –desde el arte o el pensamiento– posturas críticas ante el nuevo modelo sociopolítico.
La represión iniciada con el caso del poeta Heberto Padilla alcanzó a valiosos escritores y artistas que fueron acusados de pseudo-burgueses y desafectos al régimen. La UNEAC permitió ignominiosos actos inculpatorios que demostraron la incompatibilidad de la libre creación artística y literaria con los presupuestos de una revolución que, desde su nacimiento, se había proclamado impulsora de la emancipación absoluta de sus hijos. Estos acontecimientos revelaron que la UNEAC, más que una organización creada para nuclear y apoyar a artistas e intelectuales, funcionaba como un mecanismo de control, servil a una política cultural diseñada para determinar y excluir aquellas expresiones artísticas que no resultaran convenientes al régimen.
En el siglo XXI la UNEAC continúa siendo un instrumento político para mantener la rienda corta a los artistas e intelectuales, y defender un monolítico concepto de “cultura cubana” donde no hay suficiente espacio para las prácticas y tendencias contemporáneas. No debe resultar sorprendente que en el VIII congreso, celebrado en 2014, Miguel Barnet fuera reelegido presidente contra una mayoría que había propuesto al actor Osvaldo Doimeadiós como primer candidato para ocupar el puesto y, en su defecto, al escritor Leonardo Padura.
La arbitraria decisión de mantener a Barnet en el cargo suscitó entre los miembros de la UNEAC un clima de perplejidad, pues la certeza del agravio –adquirida a partir del estado de opinión posterior a la reelección– no pudo ser probada ante la comisión que contabilizó los votos. Gracias a una fuente estrechamente vinculada al Consejo Nacional de las Artes Escénicas, ha sido posible acceder a esta información.
Tal vez dirigir instituciones de prestigio en Cuba requiere una condición de ancianidad avanzada, una ignorancia monumental, o la militancia más radical, al menos de dientes hacia afuera. Lo cierto es que el mal de los dirigentes no cualificados –u obsoletos– es bastante común, y se extiende desde el propio Ministerio de Cultura hasta centros medulares para la producción artística cubana, como el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.
La cultura como un espacio inclusivo que debe llegar a las comunidades es otra frase petrificada en decenas de discursos. Los problemas significativos de la cultura se resuelven a nivel de partido, y sus ministros son nombrados y depuestos sin que el pueblo tenga derecho a considerar qué méritos los avalan para asumir tan importante compromiso.
Tras la era de Abel Prieto, el Ministerio de Cultura fue ocupado por Rafael Bernal, militar de profesión y, por ende, inepto para acometer semejante responsabilidad. Tal vez este dato contribuya a aclarar el motivo por el cual duró tan poco tiempo en el cargo, para ser reemplazado por Julián González Toledo, graduado de la Escuela de Cuadros del Partido Comunista, un centro concebido para la formación de políticos, distante de toda vocación intelectual.
Si la institución que rige el acontecer cultural cubano se halla sujeta a estas irregularidades, no es de extrañar que en la UNEAC no se respeten los votos de sus miembros a la hora de elegir “democráticamente” a su presidente; ni que los cubanos no se hayan enterado del robo, en 2014, de decenas de obras del Museo de Arte Cubano, consideradas parte del patrimonio de la nación; ni que el actual ministro de Cultura ignore que una cosa es la Bienal de La Habana y otra muy distinta –en cuanto a producción e intención– son las muestras colaterales que se organizan en el marco de este evento.
La salvación de la cultura cubana –en sentido general, no solo la conga y el guateque– es una utopía que se estrella permanentemente contra entidades mal dirigidas, descabelladas censuras, corrupción, ausencia de recursos y la prepotencia gubernamental que ha convertido a artistas como Alexis Leyva (Kcho) en voceros de la vanguardia artística cubana. No hay mejor ejemplo para ilustrar las consecuencias del flirteo entre un artista mediocre y el poder político.
Si la carta que arremetió contra el proyecto Lucas fue orientada por el Ministerio de Cultura –dato no comprobado hasta el momento–, tanto peor para la UNEAC. No obstante, sería ingenuo pensar que la misiva fue enviada en contra de la voluntad de los dirigentes de esta institución. No hay que olvidar que en Cuba las organizaciones culturales siempre hallan un punto de consenso cuando se trata de ejercer la censura.