BAYAMO, Granma. ─ La intelectualidad cubana vinculada a los centros e instituciones de la cultura oficial no logra camuflar tras el maquillado empaque y la falsa solemnidad de sus expresiones el papel de fantoches que desempeñan en los diversos escenarios montados por la revolución. Su vocación de títeres y figurantes con espíritu masoquista y carcelario no se puede ocultar.
Pero nunca me pude imaginar que a 60 años de aquel trasnochado discurso, que condenó a la obediencia o la represión a los escritores y artistas que expresaban en su obra opiniones adversas a la revolución y sus líderes, aún se le rinda culto en Cuba. De ahí que me resulte patético y delirante homenajear el panfleto que los convirtió en una dócil recua de mulas cuando Fidel Castro sentenció: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”.
Pronunciado por el entonces primer ministro el 30 de junio de 1961, el discurso devino en una suerte de vía expedita para condenar al ostracismo, la cárcel, el exilio y la muerte a los creadores que cruzaran esa indefinible frontera entre lo prohibido y lo permisible, levantada como un patíbulo en cada espacio de creación en el país. Aún asoma su macabro rostro en cualquier esquina de la “Ciudad Letrada” cubana.
Por esas y otras razones no comprendo que, ante lo más amenazante y excluyente del discurso, los artistas y escritores cubanos convoquen a concursos, inauguren muestras fotográficas, realicen conversatorios y debates en los medios de información nacional en honor a unas doctrinales palabras que los ningunea, humilla y condena al deshonor en un escenario donde se intensifica la represión contra la libre opinión y creación artística.
Las babosadas políticas y flagelaciones éticas expresadas por víctimas, cómplices y seguidores de unas palabras que, según los alabarderos del régimen, trazaron un camino abierto, inclusivo, y democrático en la política cultural de la revolución ─desde tan lejana fecha hasta nuestros días– dice mucho de la baja catadura moral, el comportamiento irresponsable y la cobarde posición de los tres monos sabios de la fábula.
¿Acaso el poeta, etnólogo, investigador y narrador Miguel Barnet –testigo presencial del discurso de marras– no sufrió en carne propia el ostracismo provocado por manifestarse fuera de las exigencias del poder? ¿No vio ni siquiera escuchó como los poetas y escritores Calvert Casey y Reinaldo Arenas, perseguidos por los demonios de su defendido discurso, vivieron un infierno en Cuba y se suicidaron en Roma y Nueva York, respectivamente?
¿Desconoce Gerardo Fulleda León que sus colegas de infortunio en Ediciones El Puente –Ana María Simo y José Mario Rodríguez– fueron enviados a la cárcel y luego compulsados a partir al exilio? ¿Olvidó que tanto a ellos como a él los calificaron como una manada de disolutos y presumibles creadores de un Black Power dentro de la Isla? ¿Ni por casualidad vio, escuchó y mucho menos pudo hablar algo sobre el Caso Padilla o la “parametrización”?
¿Estaban fuera de Cuba los artistas de la plástica Lesbia Vent Dumois y Manuel Mendive cuando Antonia Eiriz, Servando Cabrera o Raúl Martínez eran expulsados de los claustros y otras funciones por su orientación sexual, el tema de sus obras o su forma de vivir? El cineasta Manuel Pérez no supo de la suerte de Orlando Jiménez Leal, Alberto “Sabá” Cabrera Infante, Néstor Almendros, Nicolasito Guillén y tantos otros realizadores obligados a irse del país?
Toda la claque del arte y la literatura cubana sabía lo que pasaba a su alrededor, pero, como señalara Desiderio Navarro en el prólogo al libro La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, “con contadas excepciones, entre los intelectuales, los heterosexuales (incluidos los no-homófobos) se desentendieron del destino de los gays; los blancos (incluidos los no-racistas), de la suerte de los negros reivindicadores (…); los ateos (incluidos los tolerantes), de las vicisitudes sufridas por los católicos y demás creyentes”.
Y cuando más adelante se pregunta “si esa falta de responsabilidad moral individual podría repetirse hoy entre la intelectualidad cubana” la respuesta es sí. ¿ O es que acaso no saben el pintor Eduardo Roca (Choco), la poetisa Nancy Morejón o el ¿escritor? Abel Prieto que al son de su libertario discurso, jóvenes artistas, escritores y periodistas independientes integrados en el movimiento 27 N están encarcelados o sufren todo tipo de acoso por ejercer sus derechos a la libertad de opinión y de expresión en el país?
De ahí que para mí el dichoso discurso, más que un diálogo permanente entre el poder político y los escritores y artistas cubanos –como insisten en hacer creer–, no pase de ser un monólogo gubernamental que demasiadas veces se convierte en un interrogatorio. Este puede iniciarse en la calle, continuar en una oficina de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y terminar en un calabozo de la Seguridad del Estado (SE) o una prisión.
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