MIAMI, Florida, octubre, 173.203.82.38 -La noticia de la muerte de Gadafi en Libia inundó los espacios noticiosos del mundo. Un hecho que parecía ser irremediable, la captura del dictador, se produjo súbitamente para dar lugar a una ejecución que tiene todos los elementos de típico linchamiento. Decenas de miles de muertes y una larga saga de actos terroristas patrocinados por su abultada cartera repleta de petrodólares del dictador, hacen que en un primer instante la violencia que le administraron sus víctimas devenidas verdugos, parezca suficientemente justificada y difícil de criticar.
Al grito de tiemblen los tiranos se produjo el levantamiento popular contra el excéntrico Coronel Moammar Gadafi a finales de febrero. Ocho meses de guerra civil, con la ayuda militar de las fuerzas aéreas y artillería de la OTAN, fue el costo de la remoción del gobernante aferrado al poder. Sin el auxilio de los aliados occidentales hubiera sido mucho más terrible el resultado final de un conflicto en el que el ejército gadafista contaba con amplia superioridad. La ciudad rebelde de Misrata probó en carne propia el despliegue del poderío bélico desatado por el régimen para escarmentar el atrevimiento.
No fue una muerte heroica la de Gadafi. Lo que pudiera apreciarse como promesa cumplida de resistencia total proclamada en aquellas arengas finales es más bien un acto de empecinamiento brutal. La ceguera que produce ejercer la autoridad de manera ilimitada. Mientras mandaba masacrar sin misericordia a la población sublevada, llamó ratas a los insurrectos que le enfrentaron. Por ironías del destino su agonía tuvo como trasfondo una tubería de desagüe. Fue el refugio que irónicamente encontró para escapar a la furia de sus perseguidores. Ya capturado olvidó su prédica encendida y pidió perdón y clemencia. Algo de esto último tuvo el victimario que lo ultimó con la propia pistola recubierta en oro arrebatada al prisionero. El mortal disparo en la sien le evitó mayores sufrimientos y humillaciones.
Muchas conclusiones podrán sacar los que escriban en el futuro sobre este fragmento de la historia actual. El papel trágico jugado por una organización internacional como las Naciones Unidas, donde hasta hace poco el dirigente Gadafi era recibido con todos los miramientos correspondientes a un gobernante digno de reconocimiento, tan legítimo como el más democrático. Libia ocupó en la ONU un puesto entre los observadores de Derechos Humanos justamente hasta el primero de marzo, justo a pocos días después de iniciada la sublevación. Una incoherencia tremenda que cobró nuevo relieve cuando cambió drásticamente el panorama político en aquel país, se sustituyó la bandera verde que instaurara Gadafi por la nueva enseña de triple franja, media luna y estrella. La ceremonia de reconocimiento oficial se hacía en la sede del organismo en Nueva York mientras el ex gobernante se debatía en retirada. Ahora era declarado un criminal por quienes unos meses antes aplaudían sus intervenciones en la magna asamblea. ¿Acaso ignoraban como funcionaron las cosas en la nación norafricana durante décadas?
Significativo también han sido las diferentes expresiones de apoyo al dictador. Voces que protestaron por la intervención de la alianza atlántica pero jamás pronunciaron una palabra de condena al genocidio del tirano contra su pueblo. Una vez verificada la noticia de la ejecución hacen panegíricos en su honor. Loas que no son de extrañar si se producen en Cuba, cuyas declaraciones oficiales resultan comedidas si comparadas con las manifestaciones de condena y luto emanadas de Caracas y Quito.
Hay un aspecto preocupante en el desenlace del episodio libio. Semanas antes de la captura, que ya se preveía, los dirigentes de la revuelta habían declarado su conformidad a la renuncia de un juicio sumario y el consecuente ajusticiamiento de Gadafi en caso de que fuera capturado con vida o se entregara. El concierto sobre el procesamiento por crímenes de lesa humanidad ante un tribunal internacional, La Haya presumiblemente, parecía ser irrevocable. Luego de varias disputas, según testigos que intervinieron para convencer de esa conveniencia a los insurrectos, se llegó a la conclusión de que sería la solución viable para evitar un sumario parecido al que terminó con la vida de Sadan Husein. Un fiasco legal que no resolvió el problema iraquí según opinión expresada por los conformes dirigentes de la nueva Revolución libia.
Entonces estuvieron de acuerdo en que la falta de condiciones, tanto legales como de instalaciones adecuadas para acoger por un largo periodo albergar al condenado, era un factor que hacía más recomendable el enjuiciamiento y encierro en otros predios, como el europeo. Expresaban sabiamente que el futuro de Libia en libertad importaba más que el pasado de la dictadura que la sumió en la opresión. En esa labor los líderes de la nueva sociedad se pronunciaban por ejercer todo su esfuerzo dejando el acto condenatorio a manos de la justicia internacional.
Pero el final transcurrió a la manera mussolinesca. Cabe preguntarse si los que ayer dijeron estar convencidos de una salida civilizada olvidaron sus palabras tan pronto o simplemente carecían de la influencia y el control suficiente para imponer una determinación de esa naturaleza a sus seguidores y subordinados. Peor aún si haciendo ver estar en un acuerdo ocultaron la verdadera intención, que era totalmente opuesta a la manifestada. Es un detalle preocupante por el devenir de una nación que se dispone a instalar una democracia y mañana pudiera ver cambiado el derrotero de libertad por el que se empeñó esta batalla.