GUANTÁNAMO, Cuba. – Este 3 de enero se cumplieron 60 años del rompimiento de las relaciones diplomáticas entre el Gobierno estadounidense de Dwight Eisenhower y la dictadura de Fidel Castro, ruptura que se mantuvo hasta el 1 de julio de 2015, cuando los representantes de ambos países anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de sus embajadas.
Los defensores del castrismo aseguran que las hostilidades fueron iniciadas por los estadounidenses, pero hay varios hechos que ofrecen otra lectura de las enrevesadas relaciones entre los dirigentes cubanos y los de la citada administración estadounidense.
En una carta que Fidel Castro escribió a Celia Sánchez Manduley el 5 de junio de 1958 consta su decisión de enfrentarse a los EE. UU. una vez que tomara el poder.
Todavía el líder guerrillero no había hecho su entrada triunfal en La Habana y en todo el país se fusilaban a numerosos adversarios tras juicios sumarísimos y carentes de garantías jurídicas, lo cual provocó que el 4 de enero de 1959 el Gobierno estadounidense efectuara una enérgica protesta y amenazara con la supresión de la cuota azucarera cubana. No puede obviarse el hecho de que la pena de muerte estaba prohibida por la Constitución de 1940 que Fidel Castro había prometido restablecer (uno de los objetivos esenciales de lo que parecía iba a ser una ejemplar revolución democrática).
El 17 de abril de 1959 Fidel Castro pronunció un discurso ante la Sociedad de Prensa en Washington y negó que él y su revolución fueran comunistas. Pero la penetración de los miembros del Partido Socialista Popular (comunista), en todas las estructuras del Estado ya era evidente, lo cual provocó la reacción violenta de los sectores democráticos, incluso de antiguos combatientes del Ejército Rebelde, quienes estaban en desacuerdo con el silencio de Castro ante la anhelada convocatoria a elecciones libres y multipartidistas para retomar el cauce democrático.
En 1960, Fidel Castro comenzó un paulatino y ascendente acercamiento a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo que develó la proyección comunista de su revolución. Era, además, una acción violatoria de la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la que Cuba aún era parte. Para justificar su postura, la dirigencia cubana alegó que EE. UU. estaba apoyando a los grupos que se habían alzado en varias regiones del país o ejecutaban acciones violentas en las ciudades.
Fue así que en marzo de 1960 el presidente Eisenhower autorizó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para que iniciara el entrenamiento de refugiados cubanos para una posible invasión a la Isla.
En octubre de 1960, EE. UU. prohibió las exportaciones a Cuba, iniciándose el embargo económico contra la dictadura. Luego Fidel Castro aceleró el enfrentamiento al nacionalizar las empresas estadounidenses. Fue, sin dudas, un acto soberano, pero que unido al acercamiento a la URSS en plena Guerra Fría y a la negativa de restablecer la democracia, demostró las verdaderas intenciones de los nuevos déspotas.
Cuba iba en camino de convertirse en una pieza estratégica de la URSS a 90 millas de EE. UU., algo novedoso para la política y un indudable peligro para las democracias del continente, como fue demostrado por la historia. Dicho acercamiento y la posterior declaración del carácter socialista de la Revolución Cubana en abril de 1961 serían las causas de continuas tensiones, las cuales alcanzaron su clímax en la llamada Crisis de los Misiles, en octubre de 1962.
El 2 de enero de 1961 se efectuó en la Plaza Cívica de La Habana ―actual Plaza de la Revolución― un desfile militar para conmemorar el segundo aniversario del triunfo castrista. Al hacer uso de la palabra, Fidel Castro afirmó que en la embajada estadounidense había numerosos agentes del servicio de inteligencia disfrazados de funcionarios diplomáticos que promovían el terrorismo en Cuba y que antes de que transcurrieran 48 horas la sede diplomática tenía que reducir su personal a solo 11 funcionarios, la misma cifra de cubanos en Washington.
Tal decisión, sin aviso previo, fue considerada un acto hostil por el presidente Eisenhower, pues impedía el cumplimiento de tareas propias de la misión diplomática en La Habana y evidenciaba el deseo de Fidel Castro de dar por terminadas las relaciones diplomáticas y consulares entre Cuba y los EE. UU. Por tal razón, el 3 de enero de 1961 el país del norte rompió las relaciones diplomáticas con Cuba.
La historia posterior es conocida. Luego de 55 años de encontronazos, el general de ejército Raúl Castro y el presidente Barack Obama decidieron iniciar conversaciones para restablecer las relaciones diplomáticas.
Obama visitó Cuba pocos meses antes de terminar su período de gobierno, pero la actitud de la parte cubana dejó mucho que desear. Raúl Castro no fue a recibirlo al aeropuerto y apenas Obama partió de Cuba rumbo a Argentina comenzaron las diatribas en su contra por el discurso que realizó en el entonces Gran Teatro de La Habana.
El expresidente de EE. UU. le tendió la mano a la dictadura cubana pensando que iba a ser escuchado. Pidió olvidar el pasado y centrarse en el futuro. Pero tal propuesta resultó escandalosa para el castrismo, y la petición de que Cuba respetara los derechos humanos y la democracia fue considerada como una intromisión en los asuntos internos del país, cuando en realidad lo solicitado por Obama significaba realmente que el castrismo acabara de cumplir con las promesas que hizo al pueblo cubano al iniciar la lucha contra la dictadura de Batista.
Llegó el Gobierno del presidente Donald Trump, quien determinó que el mal mayor que padece el pueblo cubano no es el embargo sino la dictadura que lo oprime. Sus medidas económicas y su decidido apoyo a la oposición pacífica pusieron en crisis, como nunca antes, al castrismo.
Pronto llegará al poder la administración de Joe Biden y habrá que esperar por el curso de los acontecimientos, pero todo parece indicar que la dictadura cubana y el nuevo Gobierno de los EE. UU. seguirán en caminos que se bifurcan.
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