GUANTÁNAMO, Cuba. – La solidaridad que ha provocado la injusta y vergonzosa sentencia dictada el pasado 7 de agosto por la Sección de lo Penal del Tribunal Municipal Popular de Guantánamo en mi contra, parece ser una señal de que los tiempos en los que el castrismo actuaba con total impunidad, favorecido por el silencio internacional, han terminado.
Estoy muy agradecido a las personas e instituciones —sobrepasan las dos centenas— que me han llamado por teléfono para expresar su apoyo, a quienes han publicado en las redes su denuncia —sabiendo a lo que se exponen— a los medios que me han entrevistado o publicado lo ocurrido, a los colegas que me han llamado o escrito sobre mi caso en CubaNet y otros medios alternativos, en fin, a todos los que me acompañan en este momento difícil pero también de crecimiento.
Como se ha informado, el pasado sábado 10 de agosto la Excma. Sra. Mara Tekach, Encargada de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos de América en Cuba, estuvo dos horas y media en mi humilde casa. Quedé gratamente impresionado por su trato sin protocolo —a pesar de su rango— por su interés en conocer mi situación al detalle. Esta mujer que está a la altura de la grandeza de su pueblo, lo primero que me dijo al recibirla frente a mi casa fue que era un honor conocerme. Quedé anonadado, porque en todo caso el honor fue y es mío. Mucho más sorprendido quedé cuando el domingo, al salir de misa, recibí un mensaje en el que volvía a agradecerme por el recibimiento que mi esposa y yo le ofrecimos. Eso refleja mucha nobleza, porque la Sra. Tekach, junto con la joven Mónica Fernández, Encargada de Prensa, viajó más de 900 kilómetros en automóvil para verme. Viaje largo, molesto, difícil debido a su condición de diplomática estadounidense, riesgoso por el estado de las carreteras cubanas y el alto índice de accidentalidad existente. ¡Y encima me agradeció por conocerme!
Después de casi una semana sin poder acceder a mi cuenta Nauta, ni siquiera en las salas de navegación de Etecsa, he podido leer los pronunciamientos de importantes políticos, personalidades e instituciones, así como la repercusión que mi caso ha tenido en las redes.
El pasado martes 13 de agosto, 20 entidades —organizaciones, instituciones y fundaciones— 11 medios de prensa y 103 personas, entre ellos periodistas, historiadores, politólogos e intelectuales, se pronunciaron contra la injusta sanción que me aplicó el Tribunal Municipal Popular de Guantánamo y exigieron al gobierno cubano el cese de su hostilidad contra todos los periodistas independientes y opositores pacíficos cubanos.
Ese mismo día, mi hijo Roberto José Quiñones Castro, en compañía del Reverendo Mario Félix Lleonart —quien dirige la prestigiosa Institución Patmos— y de otros compatriotas, protestó frente a la embajada cubana en Washington por esta nueva injusticia del castrismo. Le pedí varias veces que no lo hiciera, porque desde hace siete años le impiden viajar a Cuba y cuando venza el lapso que debe transcurrir como castigo por su “deserción”, puede ser que se lo impidan. Su respuesta fue: “Papá, lo menos que puedo hacer por ti es esto. Si cuando vaya a Cuba no me dejan entrar no voy a morir por eso, la maldad seguirán poniéndola ellos”. Me siento orgulloso de él, como también del mayor, Carlos Rafael Quiñones Castro, quien todavía recuerda el dolor familiar provocado por mi primer encarcelamiento, en 1999, ordenado también por la Seguridad del Estado. Ellos aprendieron a distinguir lo trascedente de lo banal y que por ninguna razón debemos permitir que ultrajen nuestra dignidad.
El lunes pasado, cuando iba a presentar el recurso de apelación, me encontré con una mujer a la que aprecio. Iba acompañada de otra y estábamos ante la entrada del Tribunal Municipal. La saludé e hice ademán de continuar mi camino, pues no quería detenerme allí por las consecuencias que podía acarrearle un encuentro como ese debido a mi condición de “traidor y mercenario del imperio”. Pero ella me tomó enérgicamente el brazo izquierdo, me miró fijamente y dijo: “Estoy al tanto de todo, dame un abrazo porque yo no tengo miedo”.
Un vecino conoció lo que la presidenta dijo sobre mi conducta y hoy, temprano en la mañana, ante las numerosas personas que estaban en la panadería, me dijo: “Me enteré de lo que te han hecho, si quieres apúntame como testigo para ir al tribunal y declarar que lo que dicen de ti es mentira”.
Y es que —como dice un proverbio africano— lo que la mentira recorre en mil años la verdad lo hace en un segundo. Gracias a las redes y a la solidaridad de muchas personas mi caso ha tenido repercusión. Por eso el castrismo es reacio al libre flujo de información y al libre acceso de los cubanos a Internet, por eso censura a CubaNet y a otros medios alternativos.
El tribunal que me sancionó podrá decir de mí lo que se le antoje y lo mismo podrá hacer el tribunal ante el que apelé. Pero hay algo que ellos no podrán distorsionar jamás y es la opinión que muchos guantanameros tienen sobre mí, porque está sustentada en el añejo conocimiento de un hombre que no encaja en la imagen que me atribuyen.
Discriminado, hostigado, carente de la posibilidad de una tutela jurídica efectiva ante las numerosas violaciones de mis derechos, cometidas reiteradamente por la Seguridad del Estado, jamás voy a arrodillarme ante mis verdugos. Prefiero la cárcel —y hasta la muerte— antes que claudicar en la defensa de mis derechos.
Ojalá que todos los cubanos que sufran una injusticia como la que ahora enfrento reciban la misma solidaridad y el apoyo que tantas personas e instituciones me han brindado. Sólo así podrá coartarse la impunidad del castrismo.
El tribunal provincial de Guantánamo podrá ratificar la sanción, pero jamás podrá borrar las resonancias de la solidaridad que he recibido ni la esencia antidemocrática del castrismo, mucho menos la epifanía indetenible de la verdad.
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