LA HABANA, Cuba. – El pasado sábado, un mensaje de la compatriota Martha Beatriz Roque Cabello me recordaba un aniversario cerrado de gran relevancia en las vidas de ambos. Con su portentosa memoria para rememorar cumpleaños y aniversarios, mi hermana de causa me apuntaba que en esa fecha se cumplían 25 años de nuestro arresto —y también el de Félix Bonne y Vladimiro Roca— con motivo de la emisión del documento La Patria es de Todos.
¡Un cuarto de siglo! Se dice rápido, pero mirando las cosas en retrospectiva, haciendo un breve recuento, parece increíble la larga serie de sucesos que a los firmantes de aquel escrito nos ha tocado vivir en ese período. Para cada uno de Los Cuatro, aquella madrugada representó el comienzo del día inicial de nuestra primera temporada de presidio político.
Nunca está de más destacar que La Patria es de Todos fue redactada y dada a la publicidad en respuesta a una invitación de los mismos comunistas. Por aquellas fechas del año 1997 los castristas preparaban el congreso de turno del único partido legal en Cuba. Sacaron un voluminosísimo papelón —un verdadero bodrio— e invitaron a todos a expresar sus opiniones al respecto. Mis hermanos de causa y yo les tomamos la palabra.
Es cierto aquello de que la historia se repite. A Los Cuatro nos tocó experimentar en carne propia, en pleno trópico antillano, lo mismo que años antes habían sufrido quienes en la fría China prestaron oídos al dictador Mao Dze Dong: “¡Que se abran 100 flores! ¡Que florezcan 100 escuelas ideológicas!”. La dura realidad demostró que solo había una flor y una ideología: las diseñadas por los comunistas para consumo de toda la sociedad.
Pero forzoso es reconocer que el mamotreto perpetrado por los bolcheviques caribeños fue un mero pretexto. ¡Mis hermanos de causa y yo teníamos que gritar nuestras verdades a todo el que quisiera oírlas! Es lo que pasa cuando —según la frase feliz de Václav Havel— alguien, en uno cualquiera de los países aherrojados por el comunismo, decide dar la espalda a la mentirosa propaganda oficialista y opta por “vivir en la verdad”.
Al releer hoy aquel documento, lo único que me asombra es cuán actuales resultan ahora mismo sus planteamientos, para desgracia de Cuba. Esta triste realidad solo demuestra una vez más —¡y de manera irrefutable!— hasta qué extremos demenciales llegan el inmovilismo y la contumacia del régimen comunista cubano, que permanece sordo al clamor que, de manera creciente, levantan los cubanos de a pie exigiendo los cambios que nuestra Patria necesita desesperadamente.
Es lo que se puso de manifiesto, de modo admirable, el 11 de julio del año pasado. Es lo mismo que, en un escenario más reducido, tuvo lugar en días pasados en el municipio pinareño de Los Palacios y en el parque erigido en La Habana a la memoria de un terrorista que, en una sola noche, hizo detonar más de 100 bombas en parques y calles capitalinas: un personaje que, para mayor escarnio, es conocido por su sobrenombre de “El Curita”.
No lamento escribir sobre el cuarto de siglo del primer encarcelamiento político de los cuatro firmantes de La Patria es de Todos cuando ya ha pasado la efeméride. Por una feliz coincidencia, esa demora me permite comentar de manera crítica un trabajo periodístico que fue colgado en las mismas páginas de CubaNet este domingo.
Se trata de una crónica de Luis Cino, uno de mis periodistas preferidos, a quien sigo de modo casi religioso. Ella lleva por título “El miedo al cambio”. En ese texto, el referido colega cita su conversación con “dos exprofesores septuagenarios”, quienes, escandalizados por el “mal aspecto” de quienes protestaron en Los Palacios, afirmaron que “antes que esa chusma tome el poder, es preferible que sigan los comunistas, que al menos mantienen el orden”.
Por supuesto que no pongo en duda la autenticidad de esa conversación que cita don Luis: su ética profesional no le permitiría inventar una plática como esa. La que me parece errónea es la generalización que él hace, al extrapolar esa experiencia puntual que él tuvo, al magnificarla, hasta convertirla en un fenómeno que supuestamente caracteriza a la actual sociedad cubana en su conjunto.
Mi percepción es diametralmente opuesta. Lo que he advertido es la gran admiración que la generalidad del pueblo profesa a los valientes que se lanzaron a la calle el memorable 11 de julio. O a los compatriotas de Los Palacios que lo hicieron el pasado viernes. Y esto pese a la propensión de esos protestantes —que es real— a proferir palabras obscenas.
En esto de las palabrotas, prefiero parafrasear a Nicolás Guillén: “Yo no siento vergüenza; que la sientan los comunistas”. ¡Han sido estos los que, a diferencia de lo que sucedía en la Cuba prerrevolucionaria, han hecho pasar por las prisiones de la Isla a más de la décima parte de la población del país! Como es natural, esto —reforzado por otras experiencias perniciosas como el servicio militar y las “escuelas al campo”— han generalizado en toda la sociedad las prácticas y el vocabulario carcelarios.
Lo mismo puede decirse del desaliño que prima entre nuestros compatriotas de a pie. Se trata de una realidad impuesta por la miseria entronizada por el sistema socialista y por la propaganda que los comunistas emitieron durante decenios contra las “costumbres burguesas”: otro factor que contribuyó de modo decisivo al encanallamiento de nuestra población.
No cierro los ojos a la subsistencia de prejuicios raciales en algunos de nuestros compatriotas. Pero estoy seguro que, si pudieran escoger de modo democrático entre alguno de los Castro o su actual delfín Díaz-Canel, de una parte, y —digamos— el Coco Fariñas, Iván Hernández Carrillo o Luis Manuel Otero, de la otra, el que resulte escogido entre estos últimos afrodescendientes arrasaría en la votación. Y eso es lo importante, amigo Cino.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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