LA HABANA, Cuba. — Ya pasaron 127 años desde aquel día en el que un disparo le rompió el pecho a Martí; y me habría gustado escribir un texto amoroso, enjundioso y hasta exaltado; un texto que tuviera la fuerza de la pólvora, de la metralla que se clavó en su pecho haciéndolo caer del caballo y quedarse quieto, para siempre, sobre su tierra, Cuba. Me gustaría hacer el mejor elogio de Martí, pero ya hay muchos y muy buenos, aunque ninguno alcanzara las verdaderas dimensiones del patricio. Largas y muy anchas son las humanidades de Martí, y muchas, pero nunca son suficientes.
Me gustaría ponerme lejos de esas cursilerías que acompañan los discursos que intentaron, intentan todavía, exaltar la figura de Martí, pero no estoy seguro de que pueda conseguirlo. No quiero hacer llover sobre mojado, y bien sé que nada hará que consiga sus esencias. Quizá fuera bueno hablar del Martí enamorado de una mujer y luego de otra, pero ya llovieron esas historias del hombre que hacía rendirse a las mujeres. Novelas se han escrito sobre su vida, y cuentos que especulan, que incluso fabulan con los amores que despertara por el mundo. Yo mismo lo convertí alguna vez en objeto del deseo de alguien.
Se podría hablar de las indagaciones en las muchas enfermedades que sufrió Martí, de su dañada dentadura, de aquella lesión espantosa en uno de sus testículos, esa que le produjo la cadena de un grillete cuando estuvo en las canteras de La Habana, pero tienen ya un extenso libro, un libro excelente. De Martí se ha escrito mucho, y también se dicen cosas a montón, y algunas resultan ridículas, como esa que lo culpa de ser el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada. De Martí se dice mucho, tanto, que hasta se especula que hoy fuera fidelista, que habría andado del brazo con los Castro.
Y una cosa es el discurso y otra es la verdad. En Cuba se lee, poco y mal, a Martí, y si se le pregunta a un niño por él, mencionará de inmediato “Los zapaticos de rosa” y a Pilar, y lo mismo sucederá si se interroga a un universitario, aunque tengamos un “centro de estudios martianos” que tiene por sede una casa en el Vedado que perteneciera al hijo de Martí y a su esposa, aunque, en las escuelas, los niños conocen su obra de oídas, por breves fragmentos de sus poemas reproducidos en los libros de texto, por la imagen que lo presenta en el campo de batalla, después del disparo y justo antes de caer al suelo.
Y lo más terrible es que Martí es, para el poder cubano, solo un subterfugio. Martí no está en la sangre de esos que lo invocan en asambleas y congresos. Las doctrinas martianas son frívolamente repetidas en los claustros comunistas; esos que tienen el nombre de congreso del partido o asamblea nacional del poder popular. Y los relatos heroicos tienen algo de vulgaridad, son máscaras, son solo tics. El Martí que existe en esos que detentan el poder, es solo resentimiento, es culpa, y todo eso determina sus comportamientos, y los aleja de los deberes y las obligaciones morales que tienen con el pueblo, incluso con la figura de Martí.
Martí es, para los comunistas, una orden que se prende, y con un breve gancho, en la camisa de un comunista como premio a su fidelidad, a su silencio, a los aplausos dedicados antes al poder. Martí es una foto detrás de la imagen de Fidel. Martí es un “Centro de estudios” en la casa en la que viviera su hijo, mientras es solo escombros la morada en la que nació ese hijo.
Del centro de estudios martianos al Centro Fidel Castro
La casa del hijo de Martí y de su esposa, alberga hoy al centro de estudios martianos, fundado hace ya unos cuantos años para centralizar, para controlar, los estudios sobre el héroe, un héroe que seguro debe estar muy relacionado con el comunismo y con la figura de Fidel Castro y con todo lo que él representa. El centro de estudios martianos está hecho para probar que Martí es Fidel, o al revés. Martí fue para Fidel solo un retrato detrás de su figura. Martí le sirvió para legitimar sus tropelías, como advertencia de que era el “autor intelectual” de todo el desastre que consiguió el que nació en Birán, tan lejos de Belén.
Martí tiene un centro donde se estudia su obra. Fidel tiene ahora un centro de estudios sobre su obra en lo que antes fuera una vieja mansión del Vedado. Un centro cuya restauración costó un Potosí; costaron los mármoles, y el exuberante jardín con plantas traídas de cualquier sitio de la Isla, tantas como 11 000 plantas, y también nueve salas expositivas y una réplica del yate Granma y un jeep, y un montón de objetos más, que al decir de alguien: “podrían erizar a cualquiera”, supongo yo que por el lujo de cada rincón, por sus techos en forma de rombo que hacen recordar sus charreteras y su grado de comandante. Y erizan, dan rabia, las paredes que se encienden para resaltar algunas de sus tantas frases, y más, y más.
Y ahí está el centro Fidel Castro, de un lujo exultante y también insultante, sobre todo si se compara con la discreción del centro de estudios martianos, donde dicen que se resguarda la obra del más universal de los cubanos, del apóstol de la patria, que no provocó mucha recordación por el aniversario de su muerte, esa que no importa mucho después que aconteciera la de Fidel Castro, de ese Fidel del que hoy se guardan unas botas, hechas por el mismo zapatero que antes le hiciera las que de verdad entraban en sus pies, esos mismos pies que hicieron el camino que condujo al olvido de Martí, incluso en los aniversarios de su muerte.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.