LA HABANA, Cuba. — Éufrates del Valle, el insigne periodista de El Imparcial, el periódico de San Nicolás del Peladero, se hubiera entusiasmado con los actuales programas de cocina en la televisión cubana.
Movido por ese entusiasmo, Éufrates llamaría a la inspiradora de esos programas, la Primera Dama de la República, la egregia e insondable Lis Cuesta, Petronia del buen gusto culinario, fetiche para Ratatouille, y la definiría como la mejor intérprete del pensamiento de Nitza Villapol y Margot, su ayudante.
Lis Cuesta, ahora Doctora en Ciencias gracias a su marido, es madrina de Gastrocult, y también de toda una llamativa programación televisiva que pretende entretener a partir de la cocina.
La explosión de programas culinarios en la televisión cubana es como cuando en Centro Habana avisan que llegó el pollo a la tienda El Malecón sin Agua: una concentración difícil de entender y más difícil aún de dispersar.
La orden de dar una impresión de normalidad alimentaria proviene de los ideólogos del Partido Comunista, en especial de Rogelio Polanco Fuentes.
En la retrasmisión de “Hoy es siempre todavía”, una teleserie cubana de 1987, cuando la protagonista dio leche al gato provocó una explosión en las papilas gustativas de los televidentes propias del experimento de Pavlov, y provocó un infarto a Pedrito Mantequilla, que todavía está ingresado en el Calixto Garcia.
Entre sabores, Entre recetas, Chef Farándula, Sabe a Chef, Arte Chef, La Casa del Chef (Mayabeque), Máster Chef (Camagüey), Sabroso, ¿Que cocinaré hoy?… Como se aprecia, hay muy poca creatividad en los nombre de los programas.
No pretendo enjuiciar a los cocineros, como el español Miguel Ángel Giménez, lo que duele es mencionar el boniato en casa del que está muriendo de hambre.
Las malas intenciones de la propaganda culinaria castrista me recuerda la imagen de aquella mujer poniendo un boniato a la vista del muerto para poder cerrarle los ojos, del cuento de Onelio Jorge Cardoso. Con tanto programa de cocina lo que quieren es cerrarnos los ojos.
Hablar en la TV de tradición y vigencia de la cocina cubana y de platos exquisitos y hacerlo desde las primitivas cocinas y las vacías despensas de los cubanos es para tirarse de los pelos y sonar un cacerolazo de proyección nacional.
Pero como el cinismo alimenta y la mentira engorda los cuerpos y las mentes de ideólogos de ocasión y sicofantes espurios, el engaño se cuece y pone a ilusos o masoquistas a babearse frente a las recetas elaborada en televisión, mientras sus olfatos de perros hueveros no pueden detectar el olor a langosta ni sus paladares percibir la tersura de un boliche de res.
Por esas falsedades, tanta programación culinaria, más que fiesta al paladar, resulta un retortijón de estómago entre los que aún recuerden olores y sabores desaparecidos hace mucho tiempo; y una pesadilla para quienes dependen del aceite de soya, el perrito, el pollo y el huevo mensual y sobreviven a la hambruna y la avitaminosis nuestra de cada día.
En ese alarde televisivo, la pretensión de declarar a la cocina nacional Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, cuando desaparecieron sus principales ingredientes, es pedantería.
El difunto Alberto Pozo reconocía el valor de la naranja agria en la cocina republicana. No obstante, también podemos preguntar por la naranja dulce, la lima, el chayote de aquella marquesa de Armando Calderón, el mamey de Santo Domingo o el marañón que aprieta la boca.
¿Se imaginan a nuestros carismáticos presentadores culinarios arreglándoselas para elaborar platos cubanos recogidos en el libro de Acela Matamoros y Pedro Fábregas? Un libro donde aparecen recetas alucinantes y escarnecedoras al demencial estilo de una cazuela colonial de pescados y mariscos, el bacalao a la cubana, el pavo relleno con moros y cristianos o una pulpeta de carne de res.
Esta utópica delicia, como aquella de “La Habana es una fiesta” o el banquete lezamiano, nos lleva a la manipulación de los sentidos por una burocracia que, al no permitir que nos alimentemos como queremos, intenta enseñarnos un boniato para que cerremos los ojos en paz.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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