LA HABANA, Cuba.- Con redoble de optimismo, pompa y circunstancia, los medios de comunicación oficialistas llamaron a las celebraciones por el aniversario 58 de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Es este el primer onomástico de dicha organización de masas con Miguel Díaz-Canel ocupando la presidencia y hay que dejar claro que no porque Raúl Castro se haya retirado, el entusiasmo cederista partió tras él.
Al menos esa fue la intención; pero un recorrido por el centro de la capital reveló que incluso en los municipios donde festejar en exceso por cualquier motivo es una tradición, la algarabía comunitaria inherente a la fecha disminuyó notablemente. En la Habana Vieja y Centro Habana, vecindarios enteros dejaron transcurrir la víspera con indiferencia entre las aceras rotas, las fachadas derruidas y la basura acumulada de cada día.
Algunos, para no dejar pasar la ocasión de embriagarse por una noble causa, fabricaron cadenetas y tocaron puertas en busca de dineros con que sufragar los ingredientes de la caldosa. A golpe de marmolina procuraron darle lucimiento a la destrucción que desde hace años se enseñorea de sus barrios; el ron comenzó a correr desde temprano y el reguetón se hizo presente para acompañar la práctica cotidiana del salvajismo que anoche se extendió en demasía, precisamente por estar “revolucionariamente” justificada.
En medio de tanta celebración inútil palpitaba una Cuba desconcertante. Junto a la foto de Fidel Castro o el emblema de los CDR se dieron cita los vecinos de más bajos ingresos con la peor escoria de los barrios marginales; delincuentes y holgazanes que nunca han tenido un trabajo honesto, pero son felices en medio de la bulla y el alcohol, a pocos pasos de la putrefacción que emana de un tiradero de basura.
Calles que no se han asfaltado en décadas se vistieron con el ornato decadente de una revolución envejecida. La fiesta en homenaje a los CDR semeja la exhumación de un cadáver, más descompuesto y grotesco cada año. Es un ritual medio patético, medio cínico, ver al lumpen compartir trago y ajiaco con el chivato, perteneciendo uno y otro a la misma clase de humanidad vergonzosa e inservible.
Bien mirado, es lógico que sea esta gente la que celebre un aniversario más de la delación institucionalizada. Cualquier cubano con memoria larga sabe que los CDR han contribuido a fomentar el miedo, la hipocresía, la envidia y toda clase de querellas personales fundamentadas en manipulaciones ideológicas.
Los que anoche rodeaban la olla de la caldosa tienen que estar muy agradecidos con el sistema político cubano, porque solo en una revolución tan magnánima se puede vivir sin trabajar, apuntalando la subsistencia con el producto de ilegalidades. La fiesta de los CDR es, sobre todo, una bacanal colectiva para fortalecer la ilusión popular de que la calle les pertenece; por tanto, es lícito invadirla con borracheras, escándalo y comportamientos soeces.
Esa es la alegría cederista, que pese a las apologías televisivas ya no se manifiesta “en cada cuadra”. Hubo también un denso silencio para quienes saben leer la sociedad entre líneas. La mayoría se encerró en su casa porque entiende que no hay nada que celebrar, y dejó el resto al vendaval de mal gusto que, con permiso del (des) gobierno insular, altera la paz ciudadana esperando el 28 de septiembre.