LA HABANA, Cuba. – Conocidas son las estratagemas y tretas empleadas por los socialistas carnívoros del Siglo XXI para perpetuar los regímenes que ellos logran implantar en los países de Nuestra América. Los ardides utilizados difieren en sus nombres; el modus operandi no es siempre el mismo. Tampoco la retórica. Pero la esencia no cambia; se repite una y otra vez.
Lo primero que hacen es subrayar que la victoria electoral alcanzada en una coyuntura determinada no constituye un simple reemplazo de gobierno. Por el contrario, se insiste en que la trepa al poder del equipo de izquierdistas caníbales representa el inicio de un cambio radical en la vida nacional, el comienzo de una nueva era.
En Venezuela, Hugo Chávez convirtió el patronímico del Libertador en nombre de su movimiento político, y surgió la “Revolución Bolivariana” (y también la “Quinta República”). En Ecuador, Rafael Correa y sus paniaguados cambiaron el apellido de ese proceso, y se proclamó el inicio de la “Revolución Ciudadana”. En Bolivia, Evo Morales planteó que era necesario “refundar la República”, y se inventó el “Estado Plurinacional”.
Por el mismo camino, al menos de momento, parecen marchar nuestros hermanos y vecinos de México, de la mano de Andrés Manuel López Obrador. AMLO, siguiendo la senda de sus congéneres de la izquierda carnívora, se ha declarado instaurador de un nuevo período en la historia republicana de México: La “Cuarta Transformación”, llama él a esta etapa presuntamente diferente, la cual se habría iniciado con su toma de posesión el pasado primero de diciembre (aunque hay que reconocer que el anuncio correspondiente lo hizo, y de modo insistente, a todo lo largo de la campaña electoral).
Conforme a la retórica del momento, esta nueva era sucedería a las tres anteriores: la Independencia (que libró al país azteca de 300 siglos de dominio colonial español), la Reforma (la cual, a mediados del Siglo XIX implicó la secularización del Estado y otros cambios realizados bajo la égida de Don Benito Juárez) y la Revolución (que, tras el derrocamiento de la dictadura de Porfirio Díaz, y a partir de 1910, condujo en definitiva al México de hoy).
Como era de esperar, cada uno de esos cambios desembocó en la instauración de un nuevo ordenamiento jurídico. Hitos de esos proceso fueron, respectivamente, el surgimiento del México soberano, las “Leyes de Reforma” impulsadas por el Benemérito de las Américas, y la Constitución de Querétaro aprobada en 1917 (que es la misma que continúa rigiendo hasta hoy).
Este texto supralegal, a cuyo amparo acaba de tomar posesión López Obrador, plasmó de manera consecuente los principios que inspiraron la lucha contra el continuismo porfirista: “Sufragio efectivo” y “No reelección”. Conforme a su artículo 83, un Presidente “en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”. Disposiciones análogas se establecen para otros cargos públicos.
AMLO tiene un inmenso apetito de poder. Lo demostró de sobra con su contumaz negativa a reconocer las anteriores derrotas electorales que sufrió en su puja por la Presidencia. Al perder con Peña Nieto, su actitud alcanzó extremos delirantes: Acusó al PRI de comprar… ¡más de dos millones de votos! Y hasta montó el sainete de una toma de posesión ficticia y la instalación de un supuesto gobierno paralelo.
Por supuesto que, para una persona con esas apetencias, una disposición que prohíbe en forma vitalicia volver a ocupar el cargo a quien ya ha sido Presidente, resulta harto desagradable e incómoda. Prohibiciones de ese mismo tipo (aunque no tan categóricas y permanentes como la del citado artículo 83), fueron echadas a un lado en su momento por Chávez, Correa y Morales, pues les impedían eternizarse en el ejercicio del mando supremo.
La solución, para López Obrador, está al alcance de la mano, y sería la misma. Como con él (según su propio dicho) ha comenzado una era, nada más razonable que ese inicio quede plasmado en una nueva carta magna. Para ello contaría con el apoyo mayoritario del Congreso, pero también del electorado.
En efecto, hasta el momento, la mayor parte de los mexicanos apoya al nuevo Presidente. A esto han conducido el mal desempeño de sus predecesores. Pero también los actos politiqueros, como los plebiscitos realizados con el fin de patentizar el supuesto respaldo ciudadano a determinadas medidas adoptadas por su flamante gobierno.
A esos procesos se les ha dado amplia cobertura mediática, pero ellos se han realizado sin la menor garantía de legitimidad o autenticidad. También han ayudado medidas demagógicas, como la rebaja de los sueldos oficiales y la renuncia al avión presidencial (¿empezará AMLO a hacer sus viajes internacionales en clase de turista?).
Desde luego, los grandes retos que enfrenta el gran país hispanoparlante de Norteamérica son reales y distintos: Violencia desenfrenada, una corrupción galopante, la necesidad de impulsar el desarrollo económico. Si la Administración de López Obrador logra alcanzar algún éxito siquiera mediano en esos terrenos, el camino para el gran cambalache quedará allanado.
La actual etapa (que los detractores del populista de izquierdas, de manera ingeniosa, llaman una “Transformación de Cuarta”), podría culminar con elecciones a una Convención Constituyente. Al igual que en Venezuela o Bolivia, se hablará de la necesidad de “refundar la Patria”; en el nuevo texto supralegal menudearán la palabrería insulsa y la demagogia; pero lo verdaderamente importante (lo único que en realidad le interesará a AMLO) será la reelección presidencial inmediata.
¡Que Dios se apiade de nuestros hermanos mexicanos si permiten que esos planes macabros se materialicen, si renuncian al principio de la “no reelección” y abren la vía para la eternización del régimen que acaba de inaugurarse! Si ello llegara a suceder, la “dictadura perfecta” ejercida por el PRI durante siete decenios parecerá un simple juego de muchachos.
A la luz de esas realidades, parece tener razón el colega Orlando Freire Santana cuando, en un trabajo recién colgado en CubaNet, describe a México como “el nuevo objetivo del castrismo”. Pero no cuando especula que a AMLO no le alcanzarán “sus seis años de gobierno para realizar todo lo que la izquierda Castro-chavista espera de él”.