LA HABANA, Cuba. – En estos tiempos de COVID-19, la Televisión Cubana ha estado transmitiendo una serie de reportajes sobre supuestos hechos delictivos relacionados con la compraventa de alimentos. Un día sí y otro también, los periodistas del régimen describen con lujo de detalles la ocupación de cantidades notables de productos agrícolas amontonados en almacenes clandestinos o transportados en rastras de manera ilícita.
Desde que promulgaron la Constitución raulista, a los castristas les ha dado por hablar, venga o no al caso, del debido proceso. Pero al confeccionar y transmitir los referidos materiales propagandísticos, ellos violan de manera grosera principios legales básicos. Entre éstos, el de la presunción de inocencia, el derecho a la defensa y la imparcialidad de los jueces.
En el tema que nos ocupa, cuando apenas se han realizado los registros y practicado las primeras detenciones, los reporteros, con tal de lograr mayor impacto en sus trabajos periodísticos, presentan a los sospechosos. Cuando aún no ha habido una instructiva formal de cargos ni se ha documentado a los arrestados sobre cuáles son sus derechos, se les interroga ante las cámaras.
El concepto es de un primitivismo atroz: Ante los telespectadores se perpetra una especie de juicio-relámpago. La idea es burda, pero efectiva. El sospechoso no sabe aún cuál es la acusación en su contra, no ha contado con asesoramiento jurídico; tampoco ha podido presentar sus pruebas ni formular sus descargos, pero a pocos minutos de iniciarse la actuación policial ya se le presenta como culpable del presunto delito.
Esas imputaciones urgentes constituyen una muestra insuperable de la miseria que se enseñorea de la sociedad cubana. Puede tratarse (como sucedió el pasado jueves) de un producto que en otras latitudes constituye un plato de indigentes: la cebolla. En Cuba, ese artículo para pobres de solemnidad se transforma en un ingrediente preciado y exótico, muy valorado por su extraordinaria escasez.
Por el mencionado reportaje supimos de un gran almacén particular, y vimos una casa cuyas habitaciones habían sido transformadas en gigantescas neveras, repletas del codiciado bulbo. Es así como un simple particular es capaz de realizar lo que no hace el todopoderoso Estado, dueño de la gran mayoría de la tierra arable, controlador del acopio, poseedor de inmensos recursos y monopolista del comercio exterior.
Aquí surge una pregunta: ¿Las autoridades se enteraron del depósito clandestino ya en tiempos del virus chino? Allá quien se lo quiera creer. La envergadura del negocio y de las instalaciones (y esto en una zona apartada) hace pensar más bien en una actividad que se realizó durante meses (si no años) a ciencia y paciencia de la flamante Policía Nacional Revolucionaria.
Mientras no me demuestren lo contrario, creeré que la represión orquestada ahora obedece a motivos coyunturales. Ya que el inoperante Leviatán del Estado castrista es incapaz de suministrar a sus ciudadanos cebollas a precios razonables, al menos se ocupa de incautarlas a quienes sí abastecieron el mercado durante largo tiempo.
Y aunque falta mucho para que se celebre un juicio, haya personas declaradas culpables y se ordene de manera formal el comiso de lo ocupado, ya se adelanta que el Estado-benefactor venderá el apetecido bulbo a los famélicos cubanos de a pie, y lo hará a precios populares. Es así como el señor Díaz-Canel aparece ante sus gobernados (que no lo eligieron) como un inverosímil Robin Hood de estos tiempos.
A los que, en su despiste, todavía crean que con métodos como ésos se resolverá el problema de la carestía que impera en nuestro país, habrá que comentarles: Aprovechen ahora para echarles una buena ojeada a esas cebollas. ¿Ya las vieron bien? ¡Pues ahora olvídense de ellas, pues en lo adelante no podrán conseguirlas ni para un remedio!…
Esta realidad resulta palpable ahora mismo en los agromercados operados por particulares. El apetecido bulbo ha desaparecido ya por completo. Pero también las ofertas de otras viandas y vegetales han mermado de manera ostensible. Y eso de un día para otro. Se trata de un resultado previsible de esas apologías del despojo exhibidas por televisión.
Los incondicionales del castrismo no han desaprovechado esta ocasión para perpetrar otra de sus canalladas. Es bien conocida la reciente costumbre de tributar, cada noche a las nueve, un aplauso a los médicos y enfermeras que atienden y casi siempre curan a los aquejados por el terrible coronavirus.
De manera curiosa (y a pesar de las constantes protestas de compañerismo y fraternidad humana que hacen los comunistas), esa práctica no surgió en la China roja, cuna de la pandemia. Su lugar de nacimiento fue la capitalista Europa. En Cuba fue acogida por una serie de particulares en las redes sociales. Sólo a posteriori el régimen empezó a hacerle propaganda en el Noticiero de Televisión.
Pues bien: En más de una ocasión, los cotorrones del castrismo, al exhortar a hacer el homenaje, han involucrado en ese reconocimiento… ¡nada menos que a los miembros del Ministerio del Interior! O sea: que los vítores y los aplausos serían no sólo para quienes arriesgan la salud y la vida con tal de salvar a sus semejantes, sino también para las “personas que tienen por oficio prender a otras” (es una definición de diccionario); o sea, a los “esbirros”… ¡Qué bajeza!
En Cuba, estos tiempos son ya de escasez. Pero la política represiva del régimen augura convertir las próximas semanas y meses en una época de hambre, miseria y desesperación.
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