LA HABANA, Cuba. – No está de más preguntarse por qué Cuba se ha convertido en uno de los países más pobres del continente americano, después de haber ocupado un buen lugar en la lista de las naciones más prósperas y de haber recibido, a partir de 1960, un gran subsidio proveniente del Imperio Soviético y haber participado de un intercambio comercial provechoso con numerosos países de Europa y América Latina.
El órgano oficial del régimen cubano, el periódico Granma, ha reconocido por estos días, sin ahondar en explicaciones, que la Isla está desabastecida.
¿Influirá en esto ―se preguntan muchos― la mala política de los dos dictadores castristas, tercos como mulos, más el papel de los otros incapacitados que los han rodeado, fieles a un modelo económico obsoleto?
También nos hemos preguntado si la vocación para la guerra que Fidel y su hermano Raúl sentían, pudo haber ocasionado que las arcas cubanas hoy estén vacías.
En tiempos anteriores a la revolución socialista, La Habana era una metrópoli siempre dispuesta a recibir a aquellos desterrados por los caudillos de la región; y aun así en muy pocas ocasiones se vio envuelta en graves conflictos con Franco, Mussolini o Somoza. Tampoco tuvo una participación notoria en las guerras mundiales del siglo pasado. Tan pacífica era Cuba en su política exterior que incluso en la Constitución de 1940 estaba abolida la pena de muerte.
El especialista Jonathan Brown, profesor de Historia Latinoamericana de la Universidad de Texas y autor del libro Cuba’s Revolutionary World, ha examinado las invasiones que llevó a cabo el gobierno castrista a partir de 1959, como la de Panamá, Venezuela y muchas otras, con una cifra de muertos y una suma de dinero invertido que está por conocerse.
El objetivo principal ―según Brown― “era exportar el socialismo con el propósito de debilitar la influencia de Estados Unidos en el mundo”.
Entre sus muchas apreciaciones, el profesor Brown considera que las invasiones militares del régimen cubano también tuvieron otra función: “Fidel Castro se vengó de cada gobierno latinoamericano que no lo reconoció, sumándose al boicot de EE. UU.”.
Bastaron unos pocos años para que todas estas intervenciones militares, financiadas y organizadas en suelo cubano, fracasaran. Los errores del Iluminado fueron grandes. La mayor parte de los guerrilleros, como eran cubanos, carecían del necesario apoyo local y terminaron diciendo que la idea de dominar a otros países era solo de Fidel y Raúl.
Además, las autoridades de cada país comenzaron a sofocar los focos de insurgencia guerrillera, los que disponían de impresionantes arsenales de armas modernas. Al final de la década de 1960, cuando las invasiones cubanas en la región comenzaban a ser historia, la Isla se convertía en limosnera.
Con la muerte del Che, Fidel supo que su propósito de dominar América Latina había fracasado. Si queda un remanente es Venezuela, con Nicolás Maduro al frente, calificado por Donald Trump como un “títere” controlado por militares de la Isla y “protegido por un ejército privado de cubanos”.
Muchos se preguntan qué se juega Cuba en la crisis política de ese país, adonde ha enviado a decenas de miles de cubanos, no todos vestidos de batas blancas.
Hoy, todo en ruinas, dice Raúl Castro que si existe la Revolución es gracias al Ministerio del Interior. Yo lo creo así. Después que terminaron las invasiones, comenzó otra guerra distinta y necesaria: la guerra que libró el Ministerio del Interior contra el pueblo cubano, que ya empezaba a despertar.
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