LAS TUNAS, Cuba. — La noticia le ha dado la vuelta al mundo: el pasado lunes el papa Francisco pidió disculpas a los pueblos aborígenes en Edmonton, Canadá, por la actuación de la Iglesia católica en las escuelas internas de “asimilación cultural”, a donde por más de cien años fueron llevados miles de niños y adolescentes indígenas en un proceder que investigadores han conceptuado como “genocidio cultural”.
Promovidas por el gobierno y manejadas por religiosos católicos, y en menor grado por anglicanos, las escuelas internas de “asimilación cultural” tenían la misión de privar a los menores nativos de su cultura y tradiciones en lo que el mismo Francisco llamó “destrucción cultural” y “asimilación forzada”, admitiendo que los niños sufrieron “abusos físicos, verbales, psicológicos y espirituales” tras ser apartados de sus hogares.
En esta ocasión de reivindicación de los pueblos autóctonos de Norteamérica, el papa exhortó a que todos los niños “sean tratados con amor, honor y respeto”. Francisco dijo que “es justo hacer memoria, porque el olvido lleva a la indiferencia”, concepto con el que estamos totalmente de acuerdo y reiteramos: “es justo hacer memoria, porque el olvido lleva a la indiferencia”.
Ahora, cabe preguntar: ¿Es justo hacer memoria con unos sí y con otros no? ¿Es justo que el olvido lleve a la indiferencia con unos y a la admiración con otros? ¿Los niños y adolescentes cubanos no merecen ser tratados con amor, honor y respeto?
Hago esas preguntas porque si en Canadá y por más de cien años los menores de edad aborígenes sufrieron “abusos físicos, verbales, psicológicos y espirituales” en las escuelas internas de “asimilación cultural” tras ser apartados de sus hogares para inducirles una “asimilación forzada”, según las propias palabras del papa Francisco, también en Cuba los niños y adolescentes y sus padres sufrieron en el pasado y sufren todavía hoy y desde hace 61 años “abusos físicos, verbales, psicológicos y espirituales” en las escuelas del Estado castrocomunista cuando se niegan a recibir la “asimilación cultural” marxista.
Si lo que se llamó “revolución cubana” y devino Estado totalitario tomó el poder el 1ro de enero de 1959, tan temprano como el 6 de junio de 1961 el régimen promulgó una ley de monopolización de la enseñanza que expropió todas las escuelas cubanas, transfiriendo “la totalidad de los bienes, derechos y acciones” de esos colegios “en favor del Estado cubano”, pues, según afirmó esa legislación en su quinto por cuanto, “es evidente y notorio que, en muchos centros educacionales privados, especialmente los operados por órdenes religiosas católicas, los directores y profesores han venido realizando una activa labor de propaganda contrarrevolucionaria con gran perjuicio de la formación intelectual, moral y política de los niños y adolescentes a cargo de los mismos”.
“El Estado totalitario tiende a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas”, dijo en la encíclica Centesimus Annus, en 1991, el Papa Juan Pablo II, y con el monopolio de toda la enseñanza en Cuba, desde la preescolar hasta la universitaria, desde 1961 y hasta el día de hoy el régimen castrocomunista sometió a la población cubana escolar a sucesivos procesos de lavado de cerebros (entiéndase de reformas del pensamiento o adoctrinamiento con el propósito de ejercer control sobre las personas de forma individual y colectivamente) hasta conseguir una sociedad pusilánime, cobarde, tímida, falta de ánimo.
Los padres que durante todos estos años se opusieron al lavado de cerebro fueron juzgados en los tribunales y condenados a prisión, mientras que sus hijos fueron víctimas de todo tipo de abusos en las escuelas por parte de sus condiscípulos y maestros. Huelga decir que, según acota el lema oficial “la universidad es para los revolucionarios”, ningún joven puede acceder a estudios superiores si muestra discrepancia con las políticas públicas del Estado totalitario.
En Cuba, desde 1959, miles de personas sin distinción de sexo ni de edad han sido perseguidas, acosadas, desterradas o encarceladas por el régimen totalitario dirigido por Fidel Castro y, desde que éste dejara el poder gravemente enfermo en 2006, por su hermano Raúl.
Y justo cuando se cumplió un año de las protestas del 11 de julio (11J), por las que, conculcados sus derechos sociales y políticos, cientos de manifestantes fueron llevados a la cárcel, mientras todavía hay madres, padres, hermanos, esposas e hijos de los encarcelados sufriendo, el papa Francisco dijo a periodistas de Univisión y Televisa que “Cuba es un símbolo” y, que, “lo confieso, con Raúl Castro tengo una relación humana”.
Es útil preguntar al papa Francisco: ¿De qué Cuba es símbolo, del sometimiento al terror totalitario? ¿Cómo es posible que un papa en el siglo XXI tenga “una relación humana” con un dictador que violó todos los derechos humanos de su propio pueblo, sometiéndolo a todos los monopolios posibles, incluso, el de la educación de sus niños, prohibiendo a los padres qué enseñanza dar a sus hijos?
La “desmemoria” del papa Francisco respecto a Cuba nos lleva a recordarle sus propias palabras cuando, respecto a los pueblos aborígenes canadienses, dijo: “es justo hacer memoria, porque el olvido lleva a la indiferencia”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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