HARRISONBURG, Cuba. — Si ahora mismo se hiciera una encuesta para conocer la opinión de los cubanos sobre la gestión de Miguel Díaz-Canel Bermúdez y el Partido Comunista de Cuba (PCC), estoy seguro de que el nivel de desaprobación sería superior al 70%. A los medios oficialistas cubanos les encanta informar sobre el resultado de encuestas de ese tipo, pero vinculadas a gobernantes ubicados en las antípodas del castrismo. Jamás se han atrevido a referirse a algo parecido en Cuba, pues el resultado de ese tipo de encuestas solo se da a conocer en países democráticos.
Esas investigaciones son realizadas muchas veces por los propios gobiernos para, en función de sus resultados, tomar medidas oportunas, corregir errores y adoptar políticas congruentes con el anhelo del soberano. No hacerlo sería un suicidio político, porque, aunque la mayoría no siempre tenga la razón —uno de los peligros de las democracias— los votos son los que deciden.
Otro riesgo que corre la fuerza política que pierde el poder en los países democráticos es que quienes formaron parte del gobierno desplazado pueden ir a parar ante los tribunales si actuaron abusivamente o estuvieron involucrados en actos de corrupción, muestra de la superioridad de la democracia —a pesar de sus defectos—sobre las dictaduras de partido único.
Y aquí llego a un punto álgido del problema, porque si en Cuba no está permitida la existencia legal de otras fuerzas políticas, el Partido Comunista impuesto por Fidel Castro como presunta vanguardia política de la nación cubana está obligado, al menos moralmente, a escuchar la voz y el deseo de todo el pueblo y a satisfacer sus necesidades, pero no lo hace, no porque en su membresía no haya militantes que deseen prosperidad material y espiritual para el pueblo —que debe de haberlos—, sino porque ni siquiera dentro de las filas de ese partido hay democracia y sí mucha simulación e hipocresía política, un fenómeno consustancial a ese tipo de fuerzas imperantes en sistemas como el cubano.
El Comité Central del Partido Comunista de Cuba cuenta con un amplísimo grupo de burócratas encargados de monitorear los estados de opinión de la población; lo mismo hace el Ministerio del Interior (MININT). Otra cosa es cómo se procesa esa información y cómo se hacen llegar sus resultados a la cúpula partidista, porque el pueblo, que debería ser el primer destinatario, nunca se entera.
La historia de estas seis décadas de castrismo demuestra fehacientemente que lo que preocupa a mayoría de los cubanos jamás se tendrá en cuenta si no coincide con los intereses de la cúpula mandante y que ésta no hará absolutamente nada eficaz y trascendente para sacar de una vez por todas al país del estado en que se encuentra, poseedor de la economía más miserable del mundo, según un índice elaborado por el economista Steve Hanke.
El pasado 20 de marzo Cubadebate —la cueva de los talibanes del castrismo— informó que el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, también —formalmente— primer secretario del PCC, se reunió mediante videoconferencia con los primeros secretarios de los comités provinciales del Partido y con el del municipio especial Isla de la Juventud.
En la reunión, el gobernante expresó: “Ante los retos actuales hay que estar constantemente pensando, reelaborando ideas, analizando situaciones, trabajando con los datos (el método científico) para llegar a las mejores acciones de transformación revolucionaria”. Y más adelante afirmó: “El partido tiene que hacer un análisis meditado, diario, objetivo, de las situaciones que existen, del estado de opinión de la población y de lo que ¨se mueve¨ en las redes sociales, y no esperar a que la gente venga a hacer un reclamo, a veces de forma colectiva”.
Se trata de un discurso que venimos escuchando desde hace más de cincuenta años los cubanos que peinamos canas y su contenido es tan cínico como el de la Constitución, por el distanciamiento que existe entre lo que se proclama y lo que se hace.
Porque lo que menos hacen el partido comunista cubano y la estructura administrativa que se le subordina es aplicar métodos científicos de trabajo. Si lo hicieran habrían renunciado a sus prácticas, pruebas inobjetables de la inviabilidad del castrismo.
Que a esta altura de la situación Díaz-Canel diga que “el partido tiene que hacer un análisis meditado, diario, objetivo, de las situaciones que existen, del estado de opinión de la población y de lo que ´se mueve´ en las redes sociales” demuestra lo distanciado que está del pueblo, pues no es un secreto para nadie que los cubanos expresan en las redes sociales de forma incontenible —y a pesar de las amenazas de cárcel que penden sobre sus cabezas por hacerlo— sus deseos de libertad, democracia verdadera y prosperidad. En definitiva, desean un proyecto de vida sin la injerencia asfixiante del Estado y sin tener que abandonar su país.
Pero es que de tanto repetirla, la frase “el Partido” sigue encubriendo su verdadero sentido, aunque para el pueblo este haya mudado desde su innata ambigüedad hacia una connotación que hoy solo alcanza un contundente rechazo, y eso también consta sobradamente en las redes, donde abundan los memes dirigidos contra el presidente y los líderes históricos de la mal llamada revolución.
Hoy tal frase es una abstracción, un ritornelo árido que solo sirve para proyectar una presunta comunidad de intereses en favor del pueblo cubano. Porque en todo caso, “el Partido”, ha sido y es un conjunto muy reducido de personas, o casi siempre su secretario general, aunque en el caso cubano sabemos que, de facto, no es Díaz-Canel. Los demás militantes fuera de ese círculo son meros transmisores y ejecutores de órdenes.
El PCC no es ni ha sido jamás una vanguardia política para los cubanos. Ni siquiera lo fue en las dos primeras décadas del castrismo, cuando pensábamos que el hombre nuevo estaba esperándonos a la vuelta de la esquina y que Cuba sería “una tacita de oro”, según otra delirante expresión del comandante encenizado. En realidad, “el Partido” ha sido siempre un redil adocenado y genuflexo, más atento a los ucases de los hermanos Castro que a los intereses de los cubanos.
Por eso jamás los anhelos del pueblo serán tenidos en cuenta por “el Partido”. Todo lo que forma parte de los discursos de sus mandantes acerca del tema no son más que escuálidos bocadillos de aire en el sainete del castrismo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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