LA HABANA, Cuba. – Decir que las leyes de expropiación existen en todas partes no sirve de consuelo para cubanos y cubanas. Tampoco insistir en que una ley escrita “da cuerpo” y “actualiza” lo que ya se hacía antes porque sobrados estamos de malas experiencias con esas triquiñuelas del “interés público o social”, que el régimen interpreta y usa tal como de retorcidos han sido el uso y la interpretación “socialista” de los conceptos de “democracia” y “libertad de expresión” en la Constitución de 2019.
No en vano la expresión que más se escucha en las calles, en nuestras casas, nos llega empapada de incertidumbre, desconfianza y miedo, como reflejo del creciente rechazo que una mayoría siente por un régimen en extremo impopular y que, sin otros argumentos para retener el poder por más tiempo, usa a su favor los innegables efectos del embargo de Estados Unidos, apelando a la asfixia social y económica como métodos de control.
“¿Y ahora qué más nos van a quitar?”. Una pregunta que resume nuestro estado de miseria extrema desde el cual se hace difícil imaginar que algo con valor, verdaderamente nuestro, nos pueda quedar después que, durante décadas, nos han quitado absolutamente todo, hasta las esperanzas de que alguna vez logremos reparar este país quebrado, reducido a escombros y disperso por el mundo bajo la forma de millones de tragedias individuales, de traumas difíciles de superar.
Cuba es una constante pesadilla de pérdidas y desasosiego, un grandísimo disparate social producto de una dictadura que, en los inicios, pretendió ser “algo diferente” al resto del mundo y que, sin nada que ofrecer a nadie después de 60 años —además de trampas bajo la forma de leyes—, intenta convencer al mundo de que no es un régimen arcaico y totalitario sino un gobierno tan igual de “actualizado” como otro cualquiera, exhibiendo con gran alharaca un anteproyecto de Código de las Familias open minded, detrás del cual ocultan un código penal del Medioevo.
El guante de seda que disfraza la mano de hierro (oxidada). Pero, a fin de cuentas, todos instrumentos legales plenos de contradicciones y trampas que, una vez vigentes, serán usados arbitrariamente, en dependencia de quien haya cometido el “delito” porque en Cuba no todos somos iguales ante ese manojo de leyes que los comunistas se inventan para simular un “Estado de derecho” en un momento de total estado de desconcierto (y descontento).
El pueblo pide pan a gritos y el régimen responde a golpes con lo único que puede producir: un diluvio de leyes y decretos que llegarán para hacer más evidente que nuestras vidas en la Isla transcurren lo más parecido a una dramática situación de secuestro, de chantaje.
Las leyes no quitan el hambre pero, al menos por un tiempo, logran que confundamos con música el ruido de las tripas. Estamos conscientes de que no comemos leyes, pero también de que pronto estas nos comerán a todos, rebeldes y sumisos.
Así, no solo nos arrebatan las libertades colectivas e individuales bajo el pretexto de un “bien común” —que nadie ve por ningún lado en un país que transpira calamidad hasta en los mismísimos “hoteles de lujo”— sino que nuestras familias y propiedades están bajo amenaza si nos pasamos de la raya como desobedientes.
¿Qué más nos pueden quitar? Se preguntan algunos mientras en una especie de pantomima revisan los bolsillos para demostrar que viven en el desamparo más deprimente. Un abandono que padecen desde mucho antes que la “Tarea Ordenamiento” —con la que pretendían arreglar la economía— nos terminara de hundir en esta crisis que pinta peor que la hambruna de los años 90.
Porque 30 años atrás al menos soñábamos con la posibilidad de que la caída de los regímenes comunistas de Europa fuera el preludio del final del castrismo pero aquí estamos, de vuelta a este bucle de tiempo del que no nos permiten salir ni los fanáticos de la izquierda mundial, ni los hipócritas de las democracias europeas, ni los oportunistas de los “puentes de amor” y de los lucrativos negocios de “envíos a Cuba”.
Ahora, cuando ni con el maldito MLC se logra comer de manera digna, constatamos que cuando prometieron “ordenar” el caos de la dualidad monetaria apenas diseñaban su propio salvavidas de emergencia. Por tanto nada bueno se puede esperar de esta tormenta de leyes, decretos, códigos que saltan de la misma nube desde donde cayeron antes las aguas en que nos hundimos.
Lo que han tramado en beneficio de ellos mismos ya lo sabemos. Basta con observar los contrastes de los hoteles construidos y por construir frente a las miles de viviendas en ruina, expropiadas o en planes de serlo por “interés social”, pero muy pocas veces reparadas dignamente para “beneficio público”.
Basta con saber cuantas decenas de carros patrulleros hay por cada ambulancia en servicio o, sencillamente, con mirar a nuestro alrededor y detenernos un momento a contar indigentes, mendigos, locos y enfermos de todo tipo, ancianos mal cuidados, gente de a pie desesperada por llevar comida a sus mesas, gente que emigra o aspira a emigrar, gente de rostro apagado sentada a la puerta de la casa porque es a donde único se puede viajar cuando no hay fuerzas ni dinero para aventurarse más lejos.
Y si no es suficiente tanta depauperación, entonces volvamos a ese terreno de “buenas leyes” a donde nos quieren llevar y pensemos en los juicios a los manifestantes del 11J, en las condenas exageradas contra quienes apenas subieron imágenes a internet desde el teléfono.
No teniendo argumentos sólidos con los que juzgar como actos delincuenciales lo que fueron señales claras del hartazgo de hombres y mujeres jóvenes, se saltaron una vez más sus propias leyes. Hasta la mismísima Constitución “de estreno” la han interpretado una y otra vez a su antojo porque de eso se trata, de un texto donde apenas un par de párrafos, cual ordenanza divina, son capaces de anular la Carta Magna en pleno. Porque en realidad en Cuba no tenemos una Constitución, sino un simulacro, igual que lo son en conjunto las leyes, decretos y códigos que de tal circo se deriven.
No están haciendo otra cosa que producir una andanada de “leyes” no tanto para blindarse aún más sino para incrementar el estado de terror en que vivimos los cubanos. Y las nombran “leyes” así como ellos mismos tienen la osadía de llamarse “gobierno”, pero ninguno es lo que dice ser.
Todo nos advierte de que tanto el nuevo Código Penal como el Código de las Familias, la Ley de Expropiación más las que vengan serán en breve herramientas de tortura psicológica que persuadirán de mantenerse tranquilo (y hasta obediente) al más temerario, pues no solo le espera la cárcel a quien decida tomar las calles sino que además habrá de recorrer otros infiernos en relación con la familia y el patrimonio personal, en virtud de un “bien común” que no es sino el de una élite de barrigones que cuando dicen o escriben “patria” lo hacen mirándose al ombligo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.